Conversaciones Siete Artes: ALBERTO AJAKA / Primera Parte. Por Maximiliano Curcio

«YO HAGO ESTO PORQUE NO PUEDO HACER OTRA COSA»

Alberto Ajaka comenzó a tomar clases de actuación con casi treinta años de edad. El tardío llamado de la vocación ocurrió de la forma más inesperada, pero los síntomas no tardaron en manifestarse; el fuego que adentro quemaba fue señal inconfundible. Luego llegó la fiebre que desató a un auténtico animal de teatro y el resto es historia. Sean bienvenidos al maravilloso universo de uno de los intérpretes más notables y lúcidos de su generación.

Tramo a tramo de la conversación, palpamos de qué madera está hecho un artista a flor de piel, capaz de navegar en lo profundo y que nunca elegirá quedarse quieto en la superficie. Porque Alberto es un explorador nato.

La charla va y viene en el tiempo, condensando más de dos décadas de excelsa trayectoria. En uno de los tramos más emotivos de la entrevista, Ajaka lleva a cabo una reflexión filosófica acerca del dolor humano, del impacto y las reacciones frente a hechos dolorosos, tanto físicos como espirituales. Legándonos el poderoso mensaje que anida en la superlativa obra de teatro “Lo que Queda de Nosotros”, indaga en los recovecos de heridas aun abiertas con gran sensibilidad y sabiduría.

Como si fuera poco, nos comparte de su propia pluma un texto acerca de “Hamlet”, porque siente a Shakespeare de su palo, y así desglosa su obra, con enorme riqueza y transparencia. Nosotros, inmensamente agradecidos.

La segunda parte de la entrevista podés encontrarla acá: https://revistasieteartes.com/2023/05/17/conversaciones-siete-artes-alberto-ajaka-segunda-parte-por-maximiliano-curcio/

Alberto, ¿cómo descubriste tu pasión por la actuación?

En la vida de las personas hay una línea de tiempo cronológica que, en aspectos como estos, no puede ser tan exacta como una efeméride. Sinceramente no lo sé, porque yo empecé de grande, tomando mi primer taller de teatro a los 27 o 28 años y a actuar recién a los 31 o 32 años. Supongo que ahí se ve un poco la bisagra también. Yo no tenía ni la frustración ni la asignatura pendiente de ser actor, ni había fantaseado nunca jamás con eso. No es que me metí a un taller de actuación porque en algún momento había pensado que iba a ser actor, sino que me ocurrió como algo que llegó a mi vida mientras trabajaba con una empresa familiar en el rubro de la imprenta. Un trabajo muy querido por mí y que lo siguió siendo diez años más, aunque cada vez por menos tiempo, a medida que la actuación le venía ganando terreno.

Cuando comencé a actuar me encontraba muy solo, creo que fue una variable que también influyó en ese tiempo en donde emergió la idea, la intriga, la curiosidad. Hubo en aquel entonces una reunión con motivo de que se cumplieron diez años de egresados de mi colegio, la cual me tocó animar. Digamos que siempre tuve esa capacidad histriónica, bufonesca. Sólo reconocía eso en sí mismo, pero no se me antojaba ni se me ocurría asociarlo o engarzarlo con la idea del actor, aunque solía llevar a cabo de adolescente la mitificación de algunos personajes en compañeros de curso. Y esa noche, la performance durante la fiesta de curso, fue reveladora. En la desesperación uno se agarra de cualquier cosa., pero significó mucho para mí que otros vieran que yo tenía posibilidad de convertirme en un bufón profesional. Destacado o nombrado como tal. Si todos están contentos de lo que hice, debe ser que alguna capacidad tengo, pensé. Algo de lo que yo podía ser consciente, pero no lo ligaba hacia el desarrollo dentro de un oficio o profesión.

Luego asistí por primera vez a un taller en Capital Federal y Beatriz Spelzinni, en uno de mis primeros contactos, me dijo que creía que yo iba a estar en esto mucho tiempo. Puedo decirte que en mi primer ejercicio de actuación sentí un fuego que me quemaba por dentro, y el profesor, sin saber de dónde venía yo (siendo el único principiante del taller) me halagó. Me aferré fuerte a eso como verificación de mi incipiente deseo y adicción. Era como si se hubiera inoculado un veneno en mí, una cosa medio paulina. De aquel profeta que, caminando por el desierto y persiguiendo a los judíos, se ciega por la luz de Dios, quien le dice: ‘ahora no los vas a perseguir más, sino que los vas a dirigir’. Yo un poco me convertí en eso y desde ese día no tuve más dudas de nada. Me sentí tan actor como cualquiera, tan profesional como el más profesional y tan capaz como los canonizados como tales. Después me estrolé, por supuesto.

-¿Quién fue tu gran maestro en la profesión?

Primero fui a lo de Ricardo Bartís, estuve un año y medio allí.  Sentí que era mi espacio. Trabajé en “De Mal en Peor”, durante tres años, una obra fantástica, con la cual viajamos a Europa. Desde que empiezan los ensayos y entro al Sportivo, hago una obra muy chiquita, me pongo a ensayar “Otelo”, y así se desarrollan tres años. Le va muy bien al espectáculo y a mí no, me pego la cabeza contra la pared. Luego de un año y medio de funciones, me pongo a la altura de mis compañeros; logro ganarme un lugar, por decirlo así. Sin dudar nunca de mí, y durante todo ese proceso empiezo a dirigir y a estar en las funciones; paso mucho tiempo con el director y maestro Bartís. En los viajes y en los ensayos. Es un tiempo de consumo desmedido de teatro, de bibliografía. Yo vivía en un dúplex en Ramos Mejía, y llevaba una vida casi monacal. Tenía dos piezas empapeladas con ejercicios de teatro, estaba afiebrado por completo, queriendo hablar todo el tempo sobre teatro e introduciéndome lo más que pudiera. Todo eso fue mi maestría. Inmediatamente después de Bartis, y en menor medida, vino Mauricio Kartún, etapa que coincidió con la apertura del Colectivo Escalada.

-¿Qué lugar ocupa en tu carrera el Colectivo Escalada y cómo pudiste desempeñarte allí?

Yo soy un hacedor de teatro; a veces actúo, a veces dirijo y a veces escribo. Todo el proceso de ensayos de las obras, en práctica o adquisición de conocimientos sobre mí capacidades como actor o herramientas actorales, todo ello, demanda un intercambio permanente; digamos, una dialéctica. Yo no soy muy práctico para dirigir ni muy didáctico, sé que mi método no es muy pedagógico ni muy productivo. Tardó mucho con cualquier cosa, me la paso parado dirigiendo a los personajes; es así como convivo con mis obsesiones. Y, evidentemente ahí me nutro de lo que yo estoy pensando en relación a la actuación para proponérselo a otro, a otra, y allí aparece la novedad para mí, respecto a lo que los otros hacen. No creo mucho en otra formación que no sea así, porque fue la mía. Por eso no doy clases y por eso tengo un colectivo teatral, con el cual ahora estamos bastante paraditos, pero que es un laboratorio en la medida de lo posible y dentro de la producción que tenemos.

Estuvimos una vez bajo el ala del Complejo San Martín, y más allá de adjudicarle un valor al colectivo, creo yo que es singularísimo en términos del lenguaje, de eso estoy convencido. La polifonía y la horizontalidad dramática que trabaja, donde no hay una estructura piramidal, sino que en términos escénicos, es totalmente horizontal. Hay once, doce o tres actores y actrices, con desarrollo dramático similar o equivalentes unos a los otros, algo que no existe, en general, porque es muy difícil de llevar a cabo. Es algo que lleva mucho tiempo, porque lleva mucho nervio y hay que poder hacerlo. Siquiera hay que poder llegar al desafío.

–En tus comienzos, escribiste y dirigiste la obra titulada “Otelo, Campeón Mundial de la Derrota”. ¿Qué te lleva a explorar el universo de Shakespeare?

“Otelo, Campeón Mundial de la Derrota” es una versión de cámara que hice en el Sportivo Teatral, en una época muy aleccionadora para mí. Una experiencia que va unida al intercambio y a la filtración permanente e impúdica, por parte mía, de textos de Shakespeare. Recurro a referencias de sus obras en las mías, a veces de forma textual o fragmentaria, otras veces en forma de homenaje.

-Luego llegó el turno “Macbeth” con dirección de Javier Daulte. ¿Qué significa Shakespeare en tu carrera? ¿Por qué “Hamlet” sigue siendo un clásico pertinente?

Con Daulte fue una gran experiencia, en un escenario grande como el Teatro San Martín.  En relación a Shakespeare, puedo decirte que es alguien a quien he leído de forma seria, rigurosa. Yo lo siento como un familiar, como siento a cualquiera que haya pertenecido al mismo palo que yo. Me toca nombrarlo a él porque es canónico y ha persistido en el tiempo, al igual que Strindberg o Chaplin, por ejemplo. Existen cuestiones muy particulares en su obra: la falta de rigor en algunas concatenaciones de los sucesos, errores históricos y arbitrariedades; es bastante común. La gente ignorante que pasa por culta se indigna ante estas cuestiones. Shakespeare es alguien que no legó el texto de sus obras; era un productor, actor y escritor que trabajaba con una compañía de gente y solventado por un mecenas, que era el Rey Jacobo. Que con ello tenía que ver la escritura de “Macbeth”, con miras a elevar la estirpe del rey recién ascendido. En esta obra Shakespeare construye un villano que existió, que fue un rey, ni más bueno ni más malo que nosotros. Que mataba gente como tantos otros en esa época.

-En 2019 protagonizaste la adaptación que Patricio Orozco hiciera de “Hamlet”. ¿Dónde crees que radica la universalidad de este autor?

Para el “Hamlet” de Orozco, exhibido en el Centro Cultural de la Cooperación, hicimos una experiencia de cámara. El Hamlet real es una leyenda que toma un dramaturgo escandinavo en el año mil, luego hay una versión del mil trescientos aproximadamente, hecha por un francés, y luego está lo que crea Shakespeare y todos conocemos. Borges decía que Shakespeare era un inglés que escribía en italiano y él un argentino que escribía en inglés…algo de su universalidad radica allí. Por otra parte, la actuación porteña argentina es italiana creo yo, y eso nos da una característica expresiva superadora.

Te invitamos a leer YO SOY HAMLET, un texto escrito por Alberto Ajaka: https://revistasieteartes.com/2023/05/17/pensamientos-encontrados-yo-soy-hamlet-por-alberto-ajaka/

-Quienes pudimos verte, junto a Carolina Ramírez protagonizando la conmovedora “Lo que Queda de Nosotros”, palpamos las emociones a flor de piel que atraviesan, tanto al público en las butacas, como a ustedes sobre el escenario. ¿Cuál considerás que es su valor principal?

Carolina vio la obra en Colombia, autoría de Sara Pinet y Alejandro Ricaño (con dirección de este último), la importó a México y luego la trajo acá, con la dirección escénica de Virginia Magnano. “Lo que Queda de Nosotros” trata sobre el abandono y el sufrimiento humano, a partir de las heridas abiertas y la necesidad de sanarlas, en búsqueda del resarcimiento, de la recomposición, del restablecimiento y el reparo. El personaje que interpreta Ella comprueba así la propia existencia, el hecho de vivir. Nata, el personaje, está rota y solo en donde hay roturas entra la luz. Es parte de lo humano. Y, estoy convencido de que sabemos hacerlo, el hecho de repararnos, tanto como sabemos respirar…digamos, que es algo que no recordamos haber aprendido, y que, sin embargo, tenemos. Y que cada quien lo puede hacer a su tiempo.

– “Lo que Queda de Nosotros” nos deja un mensaje muy loable y necesario acerca de la adopción animal y la tenencia responsable. ¿Te parece que este es un aspecto que la sociedad no suele tener lo suficientemente en cuenta?

Adhiero al mensaje, pero estoy ajeno a la lucha y no me quiero adjudicar algo que es principalmente llevado adelante por Carolina. Cada vez que me preguntan aclaro eso y no es por intentar desmarcarme, todo lo contrario, lo apoyo. Pero el mérito por completo es de Caro y de las personas que laburan permanente en el asunto. Son ellos quienes militan y brinda su tiempo en pos de generar conciencia para ayudar a los animalitos que quedan marginados. Es un tema muy movilizante y es una justa apreciación que realiza la obra sobre un tema sobre el cual es necesario tomar conciencia. Más allá de si tenés animales o no, y te gustan o no, lo la mirada que refleja la obra te sirve como habitante de la sociedad. Todo cambia con el tiempo y los modos de ver, y hoy se he generado más conciencia acerca de la adopción, la castración y la desprotección que sufren los animales abandonados.

-En favor de la identificación con el público, “Lo que Queda de Nosotros” es también una lección de vida y una invitación a la reflexión, acerca de las pérdidas afectivas que sufrimos, del trato que nos brindamos unos a otros, del sentido de pertenencia y lo efímero del tiempo. ¿Coincidís al respecto?

En lo que refiere al personaje que interpreta Carolina, es una piba que tiene mucho miedo a la pérdida. En la vida a veces uno hace lo que puede, incluso a veces no nos lo proponemos, pero hacemos todo lo contrario a lo que dicta el corazón y a lo que pensás. Cuando te ves desbordado, por ejemplo. A la hora de actuar uno intenta llevar esa conciencia. Alrededor del personaje (Nata) todo está roto, y uno toma conciencia de que el daño va a existir siempre, ¿no es así? Hay cuestiones que son muy crueles y dolorosas en especial. Llevándolo a mi vida, yo tengo tres hijos y es muy doloroso comprobar que la vida es así. Todos sufrimos y es un hecho que ocurre…Supimos sufrir, estamos sufriendo, habremos de sufrir. El futuro es así y habrá dolor, y el darnos cuenta es lo que nos diferencia como seres humanos. A nosotros nos pasan los años, los golpes; nos ocurren los accidentes, las roturas, los quiebres, las fracturas, y, antes de entender siquiera porque está pasando, sabemos que el dolor es nuestro y que nos va a doler cada vez más. Ya sea que acabes de perder un brazo o que un amor te haya abandonado, todo pasa en un plis plas. Y si fue que esa pequeña fisura, esa pequeña rajadura, esa pequeña grieta, no pudiste verla, el tiempo se ocupará de horadarla con su tiranía demoledora del tic tac, que nos condena a todos a morir. Entonces, el asunto es: ¿dónde está la humanidad?, ¿dónde está lo propio?, ¿qué sería lo propio? Vos naciste y te vas a morir, yo nací y me voy a morir. No sé cómo, pero ocurrirá…entonces, ¿dónde está tu propiedad? Bueno en esa fisura, ahí mismo, en ese vacío, en el agujero oscuro de la pieza que falta, de lo roto, allí está la esencia de lo humano, digamos, que nos diferencia de los animales. Ahí está, y esa herida, sino la convertís en cicatriz es la evidencia de la existencia. El hecho de vivir. Si las escondes y la tapas y la negás, agarráte para la próxima. Que va a ocurrir y está viniendo…

-¿Qué te incentiva y motiva en el presente a la hora de elegir un papel para protagonizar?

Que me den carne de actuación, donde yo pueda morder; donde me inviten a una cena y me den un plato de comida. Y me tomaré el tiempo para no devorar, digamos, y me alimentaré y serán ellos recompensados. Pero carne de actuación es lo que pido. No mucho más. Por supuesto, si se me repiten muchas veces los mismos personajes trato de correrme, pero bueno, influye y está medido por lo económico. También por variables que tienen que ver con la propuesta del personaje. Si ya vengo de hacer uno o dos similares, y… entonces al tercero por ahí digo que no. Quizás también estoy en ese momento en otro proyecto en simultáneo, o algo se cae o se posterga, y depende mucho de eso, de la disponibilidad.

-¿Qué diferencias hay a la hora de encarar un rol protagónico y uno de reparto?

Los personajes protagónicos siempre son más interesantes porque tiene más recorrido. Inclusive un protagónico dependerá de la experiencia particular. Si te hacen partícipe del recorrido poético y las libertades que tengas. Hay otras variables que influyen, porque también, incluso, hasta en la televisión, una tira diaria se vuelve una cosa medio agotadora, a pesar de que sean divertidas como ejercicios de actuación. Supongamos una comedia en donde rodas todos los días la misma escena.

Por otra parte, no hay personajes ‘chicos’, pero generalmente, o debo decir siempre, a los ‘chicos’ acá, en nuestro país, se les paga menos. Ante lo cual también es una medida, volviendo a lo económico. Hay muy poco pensamiento sobre lo lateral, entonces muchas veces los secundarios aún siendo menos relevantes, se piensan poco. Entonces el protagónico, con suerte, te da una posibilidad de recorrido dramático, con todo lo que eso significa de llano. El dilema es sobre si protagonizar algo mediocre o un producto destacado desde un lugar menos preponderante. Si es un producto destacado, ¿a mí que me toca de eso? Si es así, tiene que haber reparto para todos, entonces sí. Por otro lado, si la cosa tiene problemas, pero podés ver los problemas y comunicarlos con las personas responsables -dirección, producción, etc.-, entonces ese ida y vuelta te permite el intercambio y vale. Aunque sepas que el destino de la película o la serie, por ejemplo, ya no sea decisión tuya -porque la van a manipular-, por más intentos -para bien o para mal- que se hagan. Por lo menos te entusiasmaste en la idea, en el antes y el durante, en el haber rectificado un poco el rumbo y en haber enriquecido la experiencia.

-¿Qué te impulsa a crecer como actor? ¿Cómo se convive con los altos y bajos de la profesión?

No estoy exento de la soberbia y la vanidad, pero siempre confiar fue una potencia en mí. Supe que podía ser. No había ninguna validez en los sucesos, todo estaba en mí: nunca dudé que lo pudiera hacer. Me frustré muchas veces. Me golpeé y sentí el rechazo, a veces justificado y otras veces no. Pero nunca me hizo mella al punto de pensar no puedo hacerlo. Cuando en un colega veo algo y me parece admirable, brillante, no lo veo como ajeno. Me refiero a algún recorrido actoral o a alguna escena. Nunca vi la excelencia ajena como si fuera un extranjero. Por supuesto que hay aspectos que te van modificando, el cuerpo mismo y su trazo, la edad, van poniendo límites, por eso no estoy diciendo de copiarlo y replicarlo, sino de adueñarse del procedimiento técnico utilizado para lograr la expresión dada. La equis expresión que me haya motivado, deslumbrado o conmovido. Veo la maniobra y si es muy buena, me permite agenciármela.

-¿Existe la clave del éxito? ¿Cuál es tu mayor convicción profesional? ¿Cómo influye en vos la mirada de los otros?

Es la materia en la que uno se desarrolla. La gente piensa en actuar y lo relaciona con la mímesis, la división entre persona y personaje, la representación de la vida…pero en realidad es un oficio como cualquier otro. Y esta profesión demanda, entre otras cosas, más allá de cualquier pensamiento mesiánico -como el que yo tuve cuando empecé-, paso del tiempo, búsqueda permanente y resignación. Y parar en ciertas esquinas donde se hablan determinadas cosas, y yo ando mucho por allí. Aunque se gane menos guita, esto es así. Cualquiera puede actuar, pero entender de qué se trata es otra cosa. No intento llevar un discurso alocadamente a otro al respecto, pero creo, definitivamente, que mi pertenencia es a la estirpe que es y sabe de qué se trata el asunto. Yo hago esto porque no puedo hacer otra cosa, el día que me agote y no pueda más me buscaré otro curro. Ya que empecé tarde, puedo terminar temprano. Como Greta Garbo, que a los treinta y seis años ya había puesto suficientes caras.

Uno como actor busca posibilidades o hipótesis de una resolución, nunca resoluciones definitivas. Hay que trabajar mucho para esa hipótesis. Después, la calificación, la verificación, de donde sea que venga, no es ajena, aunque no todas estén a la altura, pero puede perfectamente compatibilizar con el punto de vista desde donde uno lo mire. Yo soy un hacedor cultural, y no puedo tener la misma medida que el público a la hora de ver y juzgar. Entender que algo está bueno no significa mucho; es algo básico. Hay otras cosas luego que tiene que ver con la materia en la que uno se desarrolla. Uno puede evaluar su trabajo y ser autocrítico, no siempre vas a estar igual de bien. A veces vas a destacar más que otras veces, en determinadas escenas o momentos. A veces es poder estar muy bien, a veces es poder estar. Yo sé que voy a estar mejor si los otros intérpretes están mejor y si la trama está mejor. ¿Si quiero ser la estrella más brillante?, no te lo voy a negar. Eso sí, puede ser mi ego…pero brillar en la oscuridad no me interesa.



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