
1976 / Puntaje: 7 – Uno de los años más crudos de la dictadura chilena titula a la ópera prima en la pantalla grande de la actriz y realizadora Manuela Martelli. El gen de una historia familiar se traslada a la ficción, para esta nominada a Mejor Película Iberoamericana en los Premios Goya, y también participante competidora del 26° Festival de Lima. La coproducción argentino chilena visibiliza el trauma latente de dictaduras cuyas heridas abiertas hermanan a ambos países, a un lado y otro de la Cordillera. Durante los años ’70, Chile se encuentra hundida bajo el oscuro mandato de facto de Augusto Pinochet, sumiéndose en un toque de queda que se prolongará por décadas.
Una detallada puesta en escena presta atención a lo simbólico en cada plano, en pos de resaltar lo paradójico de un tiempo atravesado por el dolor. “1976” describe la complejidad que anida en un estancamiento político, social y cultural. El rimo y movimiento de la cámara, el manejo de tiempos y recursos técnicos, así como la música incidental, se convierten en herramientas valiosas que recrean, con detenimiento, tan amargas sensaciones. Con ideas claras, la directora indaga en la memoria de un pueblo, porque lo ambiguo y resbaladizo de la moral conoce lo que ocurre alrededor: gran parte de la sociedad hace oídos sordos; cómplices de instituciones que espejan la peor de las condenas. Porque ‘el no querer ver’ (o no elegir ver) encarna de lleno en nuestra idiosincrasia.
En las calles se palpa la paranoia circundante que instala una suerte de relación interpersonal, desde la desconfianza que inscribe un carácter colectivo hasta modelar y perdurar en el individuo social de la actualidad. Porque aún quedan daños por sanar. Semejante panorama turbulento, previamente llevado al cine por una obra más que loable como “Machuca” (2004), ejemplifica la búsqueda de la industria trasandina por revisar hechos históricos. Heredera de la calidad de films de exponentes locales notables como Sebastián Lelio y Pablo Larrain, “1976” remueve con contundencia siniestros mecanismos y cimientos sociales.
La violencia, implícita o explícita, se impregna en una porción social putrefacta. De modo sugerente, la naturaleza delatora a veces se resuelve en off, describiendo el accionar de aquellos ocultos tras las máscaras: parásitos de la patria arraigados dentro de una estructura dividida y contaminada desde su propio centro. Con valentía, no teme el film causar incomodidad a la hora de denunciar. Indagando en la humanidad de sus personajes, entabla un diálogo constructivo, con miras a comprender el presente, porque sabe que no hay provenir próspero posible sin mejorar el pasado que nos trajo hasta aquí.
SILENCIO EN LA RIBERA / Puntaje: 7 – Valioso largometraje documental que recupera la última crónica de Haroldo Conti, acerca de la Isla Paulino de Berisso, locación que visitara en diciembre del ’75. No hay mapa en donde conste su existencia, pero Haroldo se propone a descifrar su esencia. Hallará en su razón de ser una quejumbrosa historia de lugares y personas. El texto, titulado “Tristezas del vino de la costa (o la parva muerte de la isla paulino)”, fue publicado en abril del ‘76, un mes antes de su secuestro y desaparición de quien fuera considerado uno de los escritores más destacados de su generación.
El director Igor Galuk recupera material fílmico rodado en aquella época: un documental inconcluso de Roberto Cuervo, amigo personal de Haroldo, cineasta aspirante y autor del inacabo documental “Retrato Humano a Haroldo Conti” (tesis de grado para la Escuela de Cinematografía, filmado en 1975), así como también el cortometraje de pescadores “Hombres del Río”, restaurados por la Escuela de Cine de La Plata. Resulta imperiosa, a tales fines, la labor del colectivo “Movimiento Audiovisual Platense”, quienes, junto al realizador nativo de Berisso, confluyen en cinco años de trabajo con la intención de refrendar la principal motivación de Haroldo: plasmar el desolado ritmo de vida de un entorno geográfico que pareciera detenido en el tiempo. La muerte pisa los talones, todos podemos desaparecer de un momento a otro.
Con un anotador y un grabador, más a siniestra que a diestra, tal como se apunta, el escritor toma nota. Observa la piel curtida de aquel que desmaleza al sol. Manos agrietadas de seres olvidados son rasgos inconfundibles de aquellos que no conocen otra rutina. Los rostros se parecen unos a otros; en total no superan los ciento ochenta habitantes. Cuatro estaciones vertebran los tiempos del relato. La isla es un refugio del tiempo y las coordenadas cronológicas nos detienen en un hito insoslayable: la negra fecha del 15 de abril del ’40. A la memoria sumergida; un periodista acude a su rescate. La sensación es semejante a la de aquel que tantea un cuerpo en la oscuridad. Esta, como tantas otras, es una historia de despojo.
La pregunta que se les formula a los lugareños es la siguiente: ¿qué esperar de la vida? La cara de tristeza de un noble caballo imita a la de su dueño y lo dice todo. Resignación de sombras dolientes que se confunden en el presente, demandando mínimas condiciones de vida. No hay resquicio para más ambición aquí. La tierra les pertenece por entero: desde el techo de chapa que los cobija al lote de fantasmas que deambulan. Pero, por alguna extraña razón, la historia parece haberlos olvidado. Próxima a estrenarse en los Espacio INCAA de la ciudad de La Plata, “Silencio en la Ribera” sigue la fundamental huella de una figura preponderante de nuestro periodismo y literatura, trazando un marco histórico-geográfico-cultural de indispensable revisión y puesta en presente.
13 EXORCISMOS / Puntaje: 2 – De los creadores de “Malasaña 32” llega a las salas locales una nueva producción de cine del emergente terror español. En busca de explorar las posibilidades comerciales de una industria pujante, el presente film sigue la estela de la perturbadora “Verónica” (2017), solo para acaba contra sus propias limitaciones conceptuales y estética. No alcanza con nutrirse de la profusa producción del subgénero de posesiones demoníacas que naciera con William Friedkin, con “El Exorcista” (1973). ¿Para qué intentar imitarlo si no se es capaz de realizarlo de un modo digno?
El debut en largometraje para el ibérico Jacobo Martínez nos trae una historia ciento por ciento ficticia, aunque inspirada en testimonios reales de exorcistas que han operado bajo el visto bueno de la Iglesia Católica. La flojísima “13 Exorcismos” trata la temática de forma explícita, pero risible: una sesión de espiritismo concluye del peor modo y se convierte en un acontecimiento que afecta a la joven Laura (el personaje principal, objeto de la usurpación diabólica) y a su entorno familiar. Sin mayor inventiva, y asegurándose de reproducir al dedillo cualquier ardid que podamos imaginar para estas circunstancias del modo más mediocre, el film choca contra sus enormes limitaciones. Por momentos, parece obra de un autor absolutamente amateur, incapaz de implementar con cierto atractivo el instrumento audiovisual sobre los padecimientos de la afectada. Con una previsibilidad que se puede telegrafiar por su obviedad, los artilugios empleados para simular la distorsión física y mental parecen, francamente, de principiante.
Nominada a mejores efectos especiales para la última entrega de los Premios Goya (y no es broma, pero se le parece), se apoya en un abordaje lumínico evidente en un gusto por lo tenue y lo lúgubre, hacia la culminación de un ejercicio del terror que pretende impostar realismo para lucir más y más fuera de tono a medida que avanza el metraje. Coprotagonizada por el legendario José Sacristán (en el deslucido papel del crucial sacerdote que pondrá fin a los trágicos eventos), el film prefiere cierta reflexión respecto a la auténtica naturaleza de los acontecimientos, debatiéndose entre la explicación científica o la sobrenatural. Lo dual de sendas posturas contrapone las férreas creencias católicas del sacerdote y el cuestionamiento de la propia fe por parte de los padres de la muchacha. ¿Qué ocurre con aquel que desobedece a su credo? Aquí refleja algo de la búsqueda de “El Exorcismo de Emily Rose” (correcto ejemplar norteamericano dirigido por Scott Derrickson en 2005), pero resulta insuficiente a la hora de validar su endeble identidad.
Categorías:Rincón Cinéfilo
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