
HAY QUE SABER COMER DE VERDAD
Bigas Luna, a lo largo y ancho de su trayectoria, mostró el erotismo en cada una de sus posibles formas. Filmó sexo entre hermanos y perros en “Caniche” (1979); buscó la enésima metáfora del fellatio en “Bilbao” (1979); pergeñó historias impúdicas de eternos triángulos amorosos ejemplificando la sordidez del amor destructivo en “Lola” (1986); introdujo cientos de hormigas en la vagina de una mujer en “Huevos de Oro” (1993); tramó relaciones de poder y otras patologías, autodescubrimiento y feminismo en “Las Edades de Lulú” (1990); derramó leche del modo más original en “La Teta y la Luna” (1994). ¿Qué no hizo por calentarnos?
A través de las películas y la propia experiencia, como gran artista, Bigas Luna depura su pensamiento y transforma su mirada sobre el sexo. A medida que el autor madura su obra, los años transcurren luego de la censura franquista y la industria española evoluciona hacia cierta mirada libidinosa que no resguarda escrúpulo alguno. Vicente Aranda, merced a films como “Amantes” (1991) y “La Pasión Turca” (1994), explora el amor, la locura y el deseo, amenazando con quitarle el otro al bueno de Bigas Luna. Superada la disquisición acerca de si en la pantalla el sexo está ‘universalmente mal visto’, el ‘buen gusto’ que no rechazará la corriente crítica debe de cumplir con ciertos preceptos conceptuales y estéticos. El acto sexual mostrado como elemento omnipresente aporta un valor extra de entretenimiento y erotismo, cuyo amplio espectro no discrimina el efecto pasatista ni por ello disminuye el número de erecciones que experimentemos durante una proyección. En la línea de una osadía de la cual haría buena escuela Julio Medem en «Lucía y el Sexo» (2001), hay experiencias privadas que no todos se animan a confesar en público.
A comienzos de los años ’90, no exento de su reflexión a nivel social y prefigurando una especie de irónico retrato de la España en topless post-dictadura (Ramon Freixas y Joan Bassa se explayan al respecto en el ensayo “El Sexo en el Cine y el Cine en el Sexo”), el realizador oriundo de Barcelona explora una vertiente que el arte cinematográfico gusta de maridar: el elemento gastronómico posee especial interés al momento de gozar los placeres carnales. Veamos lo que ocurre en el recordado largometraje “Jamón, Jamón” (1993): los protagonistas satisfacen un deseo primitivo al momento de comer y el idéntico instinto proviene desde el acto sexual. Evocador hasta lo surrealista y buñueliano, Bigas Luna salpica de viscoso blanco la pantalla y en la riqueza de lo simbólico se explora la cosificación de lo erótico.
Veamos como Javier se come de dos bocados a Penélope…imaginen dónde va a parar cada uno. Porque el seno femenino es fuente de alimento esencial, y aquí, la correlación entre sexo y nutrición la asume en Bigas Luna como sagrada. Tanto que parece sacada, directamente, de una página dorada de libro de cabecera freudiano.
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