
A los 80 años de edad falleció, en el pasado 21 de marzo, la ex estrella de los New York Knicks Willis Reed. Durante su ilustre carrera, encarnó no solo el alma de una ciudad que respira baloncesto, sino también el prototipo de jugador ya extinto en la NBA, en tiempos en donde el juego en la pintura parece desprestigiado. ¿Cuánto podría hoy brillar la estirpe de un modelo de baloncelista como Reed? Dudoso resulta en una liga que coloca cada vez más fuera del foco de atención a los big man, con excepción de jugadores del calibre de Joel Embiid o Nicola Jokic. La era de los gigantes hoy luce prehistórica.
Durante los ’60 y ’70, el nativo de Luisiana se lució en el parqué, proveniente de la Universidad de Grembling, en donde jugaba como ala pivot. De cara al profesionalismo, aceptó el reto de moverse a la posición número cinco por pedido de su coach. Reed fue un neto pívot undersized, de apenas 2.06 metros de altura y 110 kg de peso. Imaginen un especímen de alero actual, batallando noche a noche con poderosos centros que lo doblegaban en fuerza y tamaño. No así en corazón: Reed fue el epítome del coraje, la resiliencia, la superación y la perseverancia. Tuvo una carrera breve, de apenas diez temporadas, pero dejó en el rectángulo de juego alma, garra y corazón; virtudes competitivas que acompañó con enorme talento, dueño de un gran intelecto, tanto ofensivo como defensivo.
Fue un sólido anotador y un tenaz reboteador, y puede que el haber convivido cronológicamente con leyendas de la talla de Will Chamberlain, Bill Russell, Bob Lanier y Wes Unseld haya contribuido a que su trayectoria luzca infravalorada. Pero, por sobre todo, pasará a los anales del baloncesto aquella histórica postal de Reed rengueando y convaleciente de una severa lesión, al entrar a la cancha a través de la boca del túnel en el mítico Madison Square Garden. En junio de 1970 se disputaba el séptimo y decisivo partido de la final, en donde los Knicks vencerían a Los Ángeles Lakers.
Mientras las estrellas presentes se escudan tras el mentado ‘load management’ y se toman noches libres de descanso ante cualquier mínima lesión, llamativa fue la condición física de clara desventaja con la que se presentó a jugar el número 19, defendiendo su honor y el de su equipo. Fue así como llevó a los Knicks a ganar el primero de dos títulos, repitiendo en 1973. En ambas finales sería coronado MVP de la competencia. La ciudad que nunca duerme recuerda hoy las hazañas deportivas de un icono que lo llevó a la cumbre del baloncesto mundial, por primera vez en su historia.
Categorías:Desayuno de Campeones
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