
ANATOMÍA DE UN ESCÁNDALO
La forma en que ciertas industrias cinematográficas europeas se relacionan con la imagen erótica en el cine revela cuestiones sociales que dicen mucho acerca de sus tradiciones. En este caso, “Éxtasis” (1933), de Gustav Machatý, constituye la primera escena de desnudo del cine convencional, colocándose a la vanguardia de las representaciones del sexo en la pantalla, de allí en adelante. La sexualidad es palpable de modo inédito en aquellos años en donde la novedad del sonoro cambiaba radicalmente las formas. Casi sin proponérselo, y consciente de su fuerza publicitaria, la noción de comercio a través del incipiente género erótico emerge con fuerza inusitada.
“Éxtasis” nos entrega el primer desnudo, y la primera mujer. Eva, sí, Eva. Ella (la escultural Hedy Lamarr, nacida como Maria Kiesler) mira con anhelo (léase calentura) a una pareja que se besa bajo la lluvia, mientras pasa suavemente los dedos por el cristal de la ventana mientras las gotas caen. La metáfora masturbatoria está clarísima. Acto seguido, nada completamente desnuda en un arroyo cercano. Su cuerpo, especialmente sus turgentes senos, se elevan sobre el agua haciendo las delicias de la platea masculina. De no estar tan ocupados, aplaudirían. En ese preciso momento es cuando hace su aparición en la escena un caballo (desbocado, salvaje, semental), a cumplir las funciones de instrumento móvil que la reunirá con su amante. Más tarde, el episodio nos regalará un primer plano del rostro de Lamarr, en pleno clímax. La cámara al revés simula la experiencia que los gringos denominarían ‘out of body’, y en un par de segundos el cine avanza décadas. Minutos después, la relajada Eva fumará un cigarrillo tumbada boca arriba.
No hay porqué representar el sexo de modo sutil aquí. La desnudez es flagrante, la cámara no intenta cubrir nada. El film fue rodado en Checoslovaquia (la censura no era un problema en esas terras), pero encontró serias dificultades de exhibición en Alemania, Italia y Estados Unidos (esta última en plena vigencia del Código Hays). Desligándose de la seriedad en su narrativa, el jolgorio desborda, a medida que el film subraya conceptos bastante obvios; collar de perlas y trío sexual incluidos. La lente aborda a la austríaca Lamarr casi en un acto de insolente penetración. El director muestra sus músculos tensados, luego su pecho agitado y se obsesiona con sus labios levemente entreabiertos. Lamarr, cual perfecta musa, sujeta sus cabellos y en ese gesto, hace lo propio con nuestra respiración.
Un punto de eterna disquisición acerca de dónde comienza y termina lo legítimo de ser representado comenzó a escribirse a partir de esta película. A lo largo de las siguientes décadas se incrementará hasta transformar, de modo paulatino, el paradigma del cuerpo erotizado presto a ser consumido una vez mostrado. Haciendo equilibrio entre los vocablos arte y explotación, el apetito sexual y onanista del espectador traspasará los propios límites de su deseo sintiéndose partícipe (porque no, provocador) del orgasmo que Lamarr ensaya frente a cámara. Curiosamente, lo fascinante y lo inquietante de ciertas prácticas conlleva implícito un tabú, que, a ojos más conservadores, pueda resultar controvertido o meramente repugnante.
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