SIEMPRE HAY UNA PRIMERA VEZ

Gustav Machatý, con «Erotikon» (1929), inaugura un díptico erótico que continuaría con “Éxtasis” (1933), pudiendo proclamarse el hecho de haber sido el primer cineasta en captar delante de cámaras un orgasmo femenino. Lejano había quedado el nivel de explicitud mostrado en el corto de Edison “The Kiss” (1896). Tiempos de más inocencia: la tímida exploración. Sin querer esquivar -ni postergar- asuntos aún más íntimos y gráficos, el cineasta checo se propone borrar lo más posible la línea que separa la realidad de lo puramente actuado. En otras palabras, lo que queda, tras la imagen; un fenómeno al que el semiólogo Roland Barthes citara como la destrucción de la representación.

El cine amanece a la nueva era, y aún quedan por descubrir ciertos atajos auditivos. ¿De qué forma más osada podría representarse frente a la cámara el orgasmo femenino? Los realizadores experimentan con la técnica, y llevan a cabo un uso liberal de las expresiones faciales para exteriorizar los pensamientos del personaje; se trata de capturar la fuerza la pasión, el impulso irracional. Al cotejar de la historia, y por una serie de diversos motivos, la mentada escena del orgasmo en “Erotikon” es aún más ingeniosa y osada que la de la posterior “Éxtasis”, aunque menos recordada, incluso por generaciones que nacieron al mundo cinéfilo con el ‘fake Big O’ de Meg Ryan en «Cuando Harry Conoció a Sally» (1989).

Ita Rina, ícono de la belleza eslovena durante las décadas del ’20 y del ’30, tenía tan solo veintiún años al momento del rodaje del presente film. Las luces del set se posan sobre ella, una treinta de técnicos la rodea; está a punto de protagonizar aquellos antológicos segundos para atesorar. Algo estaba por cambiar, prestemos especial atención. El carácter novedoso empleado en “Erotikon” nos lega lo que podríamos aseverar como la primera toma sexual de punto de vista femenino, con la cámara apuntando directamente hacia su compañero sexual masculino. Un incipiente POV que hace las delicias del porno contemporáneo, y que en este primigenio film lleva a la cámara a girar en círculo, para inclinarse, vertiginosa, y luego girar y terminar apuntando hacia abajo mientras la actriz yace boca arriba, en pleno éxtasis. Danza la fantasía sin trampera de ratonera.

La tecnología audiovisual que emerge a la llegada del cine sonoro se atribuye la capacidad de captar el glorioso momento. Ese instante. Así, el séptimo arte descubre parte de un potencial que no parece tener límite a la vista. A propósito, la inclusión de la perspectiva subjetiva masculino/femenina resulta un punto de absoluta innovación para la época. Corren los locos años ’20 del siglo XX, y ciertas libertades hoy conquistadas no habían sido atribuidas en aquel entonces. Una porción de la sociedad controla, enmarca y delimita las expresiones femeninas del placer. Más allá de la categorización, y la visión subjetiva acerca del fenómeno físico y real, el punto de vista heterosexual presenta a ‘ellas’ como objetos de placer masculino. Todavía quedan prejuicios por derribar, la felicidad sexual no es puramente de ‘ellos’.

Sin embargo, menos distribuida y promocionada que su siguiente obra, “Erotikon” no corrió mejor suerte y la escena fue prontamente olvidada, engrosando la lista de films injustamente infravalorados. Cuatro años separan ambos hitos en la carrera del provocativo realizador, en una leve transición para la cual su arco evolutivo permite la exposición de dos formas que no serán excluyentes entre sí a la hora de entender el placer femenino, especialmente el orgasmo. No se trata de negar su existencia, mucho menos de comercializarlo como un producto. La mujer no es un objeto pasivo a quien se le impone el sexo, sino una criatura deseosa de tomar la iniciativa y disfrutar en igual medida que el hombre. En los años posteriores, ejemplos sobran para demostrar que el cine erótico/porno cometió el pecado de mostrar el placer sexual femenino como un banal producto de mercancía. No fue el caso del precursor Machatý.

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