En Escena: «INFERNO» (Teatro Astros). Por MAXIMILIANO CURCIO

NO ME AMENACES CON LO QUE YA NO EXISTE

¿Dónde está el infierno?, se pregunta el escritor, y la inquietud hace honor a su profesión. Un periodista busca respuestas, y estas pueden ser tan diversas que nos asombraríamos. Rafael Spregelburd, destacado autor, director e intérprete, nos sorprende gratamente con la maravillosa “Inferno”, en flamante reestreno para su segunda temporada en calle Corrientes y exhibida en el marco de FIBA (Festival Internacional de Buenos Aires, celebrado desde el viernes 24 de febrero al domingo 5 de marzo, adónde la obra fuera invitada). Inspirándose en “El Jardín de las Delicias”, de El Bosco, un pintor a quien el dramaturgo ha estudiado profusamente, la presente pieza se encuentra comisionada por Austria, con motivo de los quinientos años del mítico artista plástico.

Infierno es la palabra disparadora sobre la que Spregelburd desea pronunciarse. Hace algunos años, la iglesia anunciaba que aquel lugar de eterno tormento y castigo ‘no existía’. Guarda aun metafórico valor, pero ha dejado de tener entidad física. Más interrogantes nos asaltan: ¿adónde van las almas condenadas a purgar sus culpas? Un autor que basa sus obras en las palabras, en lo que dicen, en su peso y sonoridad, encuentra el rumbo perfecto de motivación. Si ‘infierno’ es un vocablo está en el lenguaje y por ello en todas partes, afirma. Pero, la iglesia contradice. Otros eran los tiempos donde un ‘infierno’ era auténtica amenaza para los pecadores. Dante abre una enorme puerta en nuestras narices, agudizamos los sentidos y desencriptamos mensajes. La simbología, desparramada por doquier, podrá ser encontrada en un mapa de ciudad diagramado con ciega fe o en un misterioso libro de arquitectura. Señales que hablan.

Delimitando el territorio en donde se polemizará sobre el confrontado paradigma, el espacio físico propone un horror vacui notable; plagado de muebles y objetos, no sabemos por dónde comenzar a mirar. A lo largo de extensas dos horas de duración, el texto desborda de complejidad narrativa y líneas argumentales difíciles de explicar sin recurrir al absurdo. El caos dibuja un laberinto y la línea recta no será admitida. Desconocemos el vocablo literalidad. No es una mera cuestión de semántica; un periodista de crónicas turísticas (en la piel de Spregelburd) lo vivirá en carne propia, entrenándose en las siete virtudes celestiales: prudencia, justicia, templanza y coraje (virtudes clásicas), y fe, esperanza y caridad (virtudes teologales). Siete fábulas morales lo esperan. Ante nuestros ojos “Inferno” gira y se reordena. Muta y cambia su naturaleza, pero no pierde su esencia. Al escritor acuden dos mujeres (¿bondadosas?) ofreciendo gentil ayuda. La promesa es la de salvar a un alma torturada para ingresar al cielo. El sendero no estará desprovisto de dificultades, pero, tal y como se nos alecciona, debemos ser fuertes o no atrevernos a nada. Fortaleza será la última de las siete llaves otorgadas para ingresar al cielo.

Andrea Stivel y Claudio Gelemur, de Blueteam Group, producen este rotundo éxito para la compañía teatral El Patrón Vázquez. En “Inferno” las ideas se desgranan y nada resulta previsible. En muchos sentidos, se trata de una obra extrema, hecha de escenas simultáneas en donde figura y fondo se confunden. El espectador recibe incesante información que debe procesar, a toda velocidad. Eleva el nivel de calidad un gran tratamiento escenográfico por parte de Santiago Badillo, así como el diseño de vestuario elaborado por Lara Sol Gaudino. Con música en vivo de Nicolás Varchausky, el elenco que acompaña sobre las tablas a Spregleburd se completa con los impecables Guido Losantos, Pilar Gamboa (reemplazando a Andrea Garrote, quien está de gira con “Pundonor”, coescrita junto al propio Spregelburd) y Violeta Urtizberea. Cada personaje atraviesa su propio averno privado, al tiempo que la obra, provocadora y sarcástica, se atreve a cuestionar el status quo establecido: si ya no fuera un lugar concreto y real, ¿quiere decir que está en todas partes?

La culpa genera excusas para justificarnos, no menos que el saber…nos place el dudar. En esta gigantesca alegoría, lo bueno. lo bello y lo justo, retroceden. El hombre de letras vive una pesadilla en continuado; de esos trips que no deseamos a nadie. Inmerso en el lisérgico pandemonio del lenguaje, el delirio se vuelve constante. Reflejos del sinsentido de la condición humana. La voz de la experiencia dirá que no se debe aprender la peor de las virtudes ni tampoco mostrarse vencido antes de presentar batalla. En tono de desenfrenada comedia oscura, sazonada con chispeantes chistes de doble sentido, se abordan temas espinosos. Spregelburd utiliza el humor como forma de pensamiento más que de estilo, aspecto que beneficia la propuesta.

Una vez más, el teatro funge como mecanismo para reflexionar acerca de obsesiones permanentes y universales de nuestra condición. En una soberbia declaración de intenciones políticamente incorrecta, la exuberante y extraña “Inferno” se burla de las formas de percepción de un fenómeno de índole religiosa. Entre cantos y círculos concéntricos, la esencia de la mentira representada brilla sobre el escenario. recurriendo a tan válidas como descaradas herramientas a la hora de incomodar, provocar y hacernos pensar.



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