GRAN ACTO: «Ellas Hablan» (2022, Sarah Polley). Por ALEXIA MUIÑOS

Ficha Técnica

• Ellas hablan (Women talking)  EE.UU. / 1h 44 min

• Dirección y guión: Sarah Polley

• Fecha estreno en España: 17-02-2023

• Reparto:  Rooney Mara. Claire Foy, Jessie Buckley, Judith Ivey Ben Whishaw y  Frances McDormand

• Música: Hildur Guðnadóttir

• Fotografía: Luc Montpellier

• Distribuye en cine: Universal

Salgo del cine cantando The Monkees, Daydream Believer, que pone una nota lúdica y feliz a Ellas hablan, así se titula la cuarta película de la gran Sarah polley, una cineasta a la que hemos echado de menos desde la magnética Stories we tell (2012). Diez años en los que Polley se ha recuperado de un accidente doméstico grave, ha publicado un ensayo y parece que ha reflexionado profundamente en el feminismo. La música de The Monkees, que nada tiene que ver con la original compuesta por Hildur Guðnadóttir, me hace pensar en un final positivo. De soñadores y reinas volviendo o encontrando un hogar. Es la guinda perfecta para una tarta difícil de digerir.

Tanto Sarah Polley como Guðnadóttir recibieron premios en el festival de Telluride (estreno internacional) y  el festival de Toronto. Women talking ganó el premio al mejor guión adaptado en los 28th Critics’ Choice Awards y el Óscar al mejor guion adaptado para Polley. Su elenco fue nominado en los premios del sindicato de actores,  29th Screen Actors Guild Awards.

La película es toda una declaración de intenciones, un canto a la mayéutica socrática y una invitación directa a la reflexión. Comienza la película con la advertencia de que lo que acontece es un ejercicio de imaginación femenina. Nota también incluida en la novela original de Miriam Toews, canadiense como Polley, que creció en una comunidad cristiana menonita, de donde huyó a los 18 años para convertirse en escritora. Ellas hablan se basa en la experiencia de la novelista y en una brutal agresión sexual múltiple que sucedió en otra remota comunidad en Bolivia. Tanto Toews como Polley enfatizan en que la narrativa es ficción, a partir de un acontecimiento real que traumatizaría a varias generaciones. En 2011, un tribunal boliviano sentenció a diversos hombres como culpables por anestesiar y violar repetidamente a 151 niñas y mujeres de una comunidad menonita (cristianos anabaptistas).

Comenzamos con este estremecedor suceso como detonante y Polley acierta al situarlo antes de que comience el film, y poder centrar la trama en la reacción de las mujeres, no en el horror. Su puesta en escena feminista brilla al evitar mostrar el horror y satisfacer la mirada morbosa que perpetúa el patriarcado. Se centra en ellas, no como víctimas sino como protagonistas de su destino.

Ellas hablan comienza con un plano cenital  en la cama de Rooney Mara (Ona) que se despierta con dolor, moratones en las ingles y aturdida. Ona cuenta, como narradora omnisciente a su hijo neonato, los hechos que él nunca conocerá y nos sitúa como espectadores del viaje que comienza.  De la habitación de Ona, volamos con un plano aéreo sobre un plácido trigal donde niños y niñas parecen divertirse en armonía, mientras la voz de Ona re-enfoca el contexto post traumático. ¿Es una estilización del dolor? No. Polley quiere que respiremos profundamente porque nos va a encerrar.

Después de mostrarnos un entorno rural caramelizado, de espacios abiertos con color de la cosecha, Polley nos lleva al granero donde sucederá toda la acción de la película, como si se tratara de una pieza teatral con ecos de Las Troyanas. Una fotografía cuidada pero casi monocromática nos hace centrarnos en el drama. Las mujeres del pueblo se reúnen para hablar. Desahogarse. Compartir. Necesitan entender por qué y decidir cómo van a actuar. No tienen estudios pero saben qué es una decisión democrática.  Niñas, jóvenes, embarazadas, impedidas, lozanas y ancianas han sido anestesiadas y violadas por los hombres de su comunidad. Ante su perplejidad, los hombres intentaron convencerlas de todo era fruto de su imaginación femenina o incluso de que habían sido poseídas por Satán. Hasta que pillaron a Satán in fraganti y, para salvaguardar la seguridad de los criminales, los hombres acudieron a la policía. Mientras los hombres están fuera del campamento, lidiando con la fianza para los agresores, las mujeres convocan una suerte de cónclave para decidir. Los hombres están no sólo fuera de campo sino completamente ausentes durante toda la película. Es el breve lapso de protagonismo que estas mujeres que hablan habrán tenido en su vida, siempre dictada por los hombres.

Para aclarar un poco el contexto, la comunidad menonita, en la que Polley no se detiene a explorar más allá de la indumentaria, evoca otras comunidades más cinematográficas como los Amish, en su vestimenta modesta y su predilección por los carros tirados por caballos y el uso de velas en vez de electricidad. Sólo mediada la película nos percatamos de que la acción transcurre en ¡2010!, no en el siglo XIX y sabemos por el transcurso de la conversación que las mujeres no reciben ningún tipo de formación, sólo los niños varones pueden asistir a la escuela (menonita también) donde aprenderán a leer y escribir, pero no tienen acceso a ningún mapa del mundo más allá de su comunidad. No existe el mundo más allá de sus creencias. Ciencia-ficción o no. Hay lugares en el mundo donde a las mujeres se las priva del acceso a la educación. En las dictaduras fundamentalistas y en la obra visionaria de Margaret Atwood. Y hay muchas sociedades ancladas en la cerrazón y fanatismo aunque utilicen electricidad.

Desde su título, todo en Ellas hablan se relaciona con el lenguaje, la capacidad y la voluntad de expresarse y sentirse escuchadas. También con la ausencia de éste. Las mujeres hablan. Las menonitas también. Ellas, a las que se les ha negado la educación, el poder de elegir e incluso el pensamiento. Sólo el hecho de reunirse es un acto subversivo. Hay que citar a Ona cuando se dirige al grupo: «las mujeres pasan sus días mudas, sumisas, siervas obedientes. Animales». Pensamientos transformadores que proporcionan material de reflexión. Comprometerse a un diálogo abierto sobre el perdón, la inocencia, el amor incondicional (por esos hijos fruto de la violación, por esa madre que en su ignorancia ha educado en la sumisión), la libertad que tímidamente ansían algunas y la mayoría teme. Es una delicia verlas contrastar argumentos e ideas desde distintos puntos de vista para tomar una decisión conjunta. Es sin duda muy transgresor proponer una revolución simplemente hablando.

La fuerza del reparto es fundamental para mantener la tensión de una historia que no sale del granero. Rooney Mara es Ona, una soñadora que insufla aires de libertad a sus compañeras, por ilusorios que puedan parecer. Ona espera un hijo, consecuencia de uno de los ataques nocturnos, y sabe que los sátrapas se lo arrebatarán en cuanto nazca para entregarlo a una familia, tal vez la del propio violador. Claire Foy es Salomé, madre de una niña pequeña también violada. La mujer visceral que querría matar a los agresores con sus propias manos y Jessie Buckley es Mariche, la que está en contra de todo, llena de rabia seca, no efervescente como la ira de Salomé.

Frances McDormand, productora de la película (junto con Brad Pitt), se reserva un pequeño papel, casi de figuración especial sin esos momentos explosivos a los que nos tiene  acostumbradas. Sheila McCarthy y Judith Ivey son Greta y Ágata, las mujeres mayores que sin ser líderes, instan a las demás a dialogar y llegar a un consenso. Les acompaña como escriba August (Ben Whishaw), el joven maestro, cuya familia fue excomulgada y es el único que ha visto mundo fuera de la comunidad. Granjero fracasado le llaman. Arrastra la vergüenza familiar, un dolor incontenible y un amor idealizado por Ona. August respeta sus tiempos y apunta los argumentos a favor y en contra de cada opción.

Las mujeres mayores hablan, Ona reinterpreta la realidad en clave filosófica, Salomé quiere matar a los criminales y Mariche rezuma su frustración con comentarios hirientes, desmoralizadores, incluso denigrantes hacia sus compañeras y hacia August, con el que se ceba, tal vez por su condición de hombre, o por haber tenido la oportunidad de salir de a colonia. Mariche es una mujer maltratada, que ha callado mucho y aguantado más de lo que debería.  Son tres posturas vitales que defienden las tres opciones que se les plantean. El grupo tiene que decidir ante la inacción y el perdón, para poder seguir viviendo en la comunidad tal como han hecho siempre; quedarse y pelear con los hombres para buscar un cambio del modelo o por último, abandonar la comunidad. Tres opciones incompatibles. Lo que comienza pareciendo una huida cobarde, acabará revelándose como la única opción posible, como señala una de las niñas. «No tenemos otra salida más que irnos». Y así es. Cuando no se puede dialogar con los extremistas, el enfrentamiento no sirve

Otro de los aciertos de Polley es eliminar todo lo accesorio, no hay subtramas desarrolladas, apenas atisbos de la historia detrás de August; o de Melvin, una persona que se identifica como chico y guarda silencio hasta que le llaman por el nombre masculino que ha adoptado. La película es inclusiva y feminista en muchos niveles. «Sólo» hay narraciones y anécdotas compartidas por las mujeres. «Sólo» hay mujeres hablando, como indica el título. La película es la discusión de las mujeres y la paulatina toma de conciencia feminista . La conversación y el debate que constituyen el eje de la película constituyen un ejercicio de ficción (que parece a veces ciencia-ficción dado el elevado tono discursivo que emplean las mujeres, que supuestamente no saben leer ni escribir).

Ellas hablan. Y se escuchan, aunque duela. Se ofenden. Se rasgan las vestiduras, pero en medio del horror de las deliberaciones, hay risas, hay momentos en los que vuelan lejos de ese granero y de su campamento. Sus ganas de entenderse y de perdonarse están por encima de sus diferencias. Pasan las horas, el tiempo apremia, los hombres van a volver y aún no han tomado la decisión. Con un método socrático, consiguen construir un discurso a partir de las aportaciones, las inquietudes y las preguntas de todas. Toda una lección de vida.

La película acaba con un maravilloso plano aéreo, (benditos drones), que recorre la caravana de mujeres, dispuestas a partir al amanecer para forjar su propio camino, aunque no tengan mapa y tengan que orientarse con las estrellas. De nuevo, el horizonte ante ellas. El mundo.

Polley firma una arriesgada adaptación que pondrá nerviosos a los que no quieran oir. Ellas hablan nos hace crecer como seres humanos. Nos hace entender que a pesar de la barbarie y la opresión, nadie puede hacernos callar. Citando a Virginia Woolf : “No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente”. Y Polley tiene tiempo para recordar en Twitter el ninguneo en los Oscar a directoras que este año han estrenado películas sobresalientes, como Alice Diop (Saint Omer), Gina Prince-Bythewood (La mujer rey) o Chinonye Chukwu (Till, el crimen que lo cambió todo). Ella habla también.



Categorías:Gran Acto

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