EL SEXO COMO TESTEO DE PODER

Años ’90. La desnudez ya no es tabú en Estados Unidos. Sin embargo, la oferta se reduce a lo que solemos ver en la gran pantalla, con exiguo lugar para la sorpresa. En el cine no está lo que en un local de strippers podés encontrarte. ¿Ah, no? Hasta que Paul Verhoeven se atreve a rodar un producto tan escandaloso como bien filmado. Alto voltaje garantizado al momento de su estreno; jadeos en la noche de la ciudad de las apuestas prefiguran una clase de erotismo que adquiere la forma sucia del cine porno más sórdido.

 “Showgirls” se autoproclama como película erótica, sexy, atrevida. Y admitimos que es una cinta bien hecha, aunque debiera soportar el escarnio de cierta corriente crítica al momento de su estreno. Reflejo del propio deseo, la experiencia es demasiado personal como para confesar abiertamente el haber experimentado una erección observando a la magnífica Elizabeth Berkley cumpliendo cada una de las (tus) fantasías más inconfesables. Sí, esa escena de su busto todo lo más turgente posible. Berkley, quién, por otra parte, sellaría su destino de salida de Hollywood. Hipocresía a la orden del día, la actriz pagaría caro el precio de su exposición.

Deberíamos comprender en su total dimensión la magnitud de un film que expone una mirada condenatoria sobre el negocio del porno, denunciando el consumismo en derredor a la maquinaria del entretenimiento sexual. Imagínense lo que hubiera sido esta película, veinte años después, en tiempos de redes sociales, exposición constante y una concepción sobre lo erótico como elemento de banalización y misoginia trepidante.

Discusiones aparte, hay algo realmente inspirador en el desnudo femenino: el holandés captura en cámara de 16mm las típicas cosas de chicas que el artificio cinematográfico convierte en joya de culto. No podemos apartar la vista, apreciando este ejemplar bastante más logrado que su contemporánea «Striptease» (1996, Andrew Bergman), protagonizada por Demi Moore.

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