
RUIDO DE FONDO / Puntaje: 7 – La prestigiosa productora A24 se alía con Netflix para este sorprendente ejercicio audiovisual. El amor, la muerte y la resbaladiza posibilidad de saborear la felicidad en un mundo incierto son algunos de los misterios universales que afronta una familia americana al tiempo de lidiar con los problemas cotidianos de su devenir. Esta es la carta de presentación de un típico film rara avis que nos impacta por la extrañeza y profundidad que dota a su relato. Eventos desastrosos que afectan a una comunidad resultan indispensables disparadores para que semejante dilema existencial implosione ante la atenta mirada del espectador, oscilando entre la comedia dramática y el registro de thriller más puro. Protagonizada por Adam Driver, Don Cheadle y Greta Gerwig, la película está dirigida por un interesantísimo realizador como Noah Baumbach, el responsable de gemas como “Frances Ha” (2012) e “Historias de un Matrimonio” (2019). En la presente ocasión, adapta la espectacular novela de Don DeLillo, enorme escritor cuya obra ya había sido traspuesta al cine con anterioridad (“Cosmópolis”, 2014, de David Cronenberg). Se trata de un autor culto y sofisticado en el uso de la palabra, eficiente al plasmar su cosmovisión, direccionándola hacia cierto tipo de paradigma enredado en donde la lógica brilla por su ausencia. Estrenada como film de apertura en la última edición del Festival de Venecia, en “Ruido de Fondo” disfrutamos de la experiencia de un director de corte europeo, influido por cierto aire sesentista y efectivo en abordar el drama como territorio para retratar la miseria de sus personajes. Fiel al espíritu de la obra, lo abigarrado y lo fluctuante gira bruscamente hacia el absurdo. Estimulante de una examinación sin concesiones acerca de la incomunicación que prima en los seres humanos. La unidad familiar resquebrajada se hará eco una psicosis imperante y el miedo a la muerte como modo atávico de confrontar nuestro aspecto más frágil acabará por delinear los límites conceptuales de tan singularísima concepción. La forma al servicio del sentido es clave en la obra filmográfica del Baumbach: una puesta en escena cuidadísima sabe dotar la progresión narrativa de suficiente detallismo. Alerta spoiler: prestemos atención al interesante videoclip incluido en créditos finales, un alarde de virtuosismo.
AVATAR, EL CAMINO DEL AGUA / Puntaje: 8 – ¿Valió la pena esperar trece años? La respuesta es positiva: “Avatar, El Camino del Agua” es una experiencia inmersiva y fascinante. James Cameron no se guarda ningún artilugio visual por explorar en este auténtico deleite de sentidos. Quien dedicara su entera trayectoria artística a elaborar una saga de películas hoy pertenecientes a la factoría Disney (tras su acuerdo con Fox) está de regreso, proyectando futuras secuelas que conoceremos, con intervalos de dos años, de aquí a 2028. Más de tres horas de metraje condensan la mayúscula visión cinética de un Cameron obsesionado con las profundidades marinas desde la magnífica “Abismo” (1988). Aquí, vuelve al elemento natural donde se siente más cómodo: la densidad del agua simulada es el origen de la vida para este ejercicio de cine de fantaciencia concebido mediante exorbitante presupuesto. Catorce años después del estreno de la ultra taquilla película “Avatar” -una integradora experiencia de paradigma tridimensional-, la flamante embriagadora imponencia visual duplica las expectativas puestas sobre semejante producto. Fotogramas en velocidad y sonido envolvente resultan las cartas de presentación de un film causante de tremendo hype. No era para menos, tanto es que técnicamente supera todo lo imaginable para el ojo humano. En los océanos de Pandora, el artificio audiovisual es instrumento para la creatividad y su forma de concebirlo revoluciona el sentido industrial de una propuesta del estilo. «Avatar, El Camino del Agua» moldea un sentido de profundidad narrativa encomiable, en donde el medio no conspira contra la idea. Reformulando los cánones de género y todo estereotipo habido y por haber, el gigante guionista y productor canadiense coloca la piedra fundamental de una obra a la que consagró su artesanal tecnicismo. Su vehículo tecnológico potencia el mensaje, a de manera que palpamos con extremo realismo relieves, texturas y contornos. El reto al que se enfrentaba el director era lograr, a través de un mundo digital, el perfecto equilibrio en dotar de protagonismo humano a una historia que pretendía prescindir de éste. Sin llegar a ser consumido por los efectos especiales, demostrando una gran capacidad de generar nervio y emoción, gana la pulseada y sortea su mismo gran obstáculo que década y media atrás: en tiempos de incredulidad y escepticismo, caer en la propia trampa del mediocre panorama hollywoodense. Reminiscencias de una labor estética y conceptual en la que comenzó a enfrascarse hacia fines de los años ’90, como compendio de una escritura adelantada al uso de efectos especiales que por entonces el cine disponía. Tiempo al tiempo, las herramientas adquiridas en pos del sentido de belleza perseguido por el autor han sabido conducir a buen destino aquella colosal quimera.
PINOCHO / Puntaje: 8 – El realizador de “Hellboy 2” (2006) t «El Callejón de las Almas Perdidas» (2022) concibe en “Pinccho” una cuenta pendiente fundamental en su trayectoria: quince años de espera transcurrieron desde que comenzara a gestar el proyecto, allá por 2007. Contemporánea al acercamiento en plan live action que Disney estrenara a comienzos de 2002 (dirigida por Robert Zemeckis), su trayecto cinematográfico se remonta al clásico animado de 1940. En el mientras tanto, la tecnología cinematográfica avanza a pasos agigantados y existen lugar para tantas reversiones como miradas posibles de retratar el fenómeno. Esta versión musical en animación stop motion nos llega del mano del inagotable genio de Guillermo Del Toro. Ambientada en la Italia de los 1930s, el fascismo va creciendo alrededor del entrañable Gepetto. Estamos en plena era del nefasto Mussollini, inmersos en la Segunda Guerra Mundial. Un muñeco de madera cobra vida y dota de ilusión a los sueños de su creador; buena madera de pino para hacernos compañía en la infinita soledad. Instantes en dónde reflexionamos con profundidad: ¿somos los seres humanos títeres del sistema? Emblemática novela publicada en 1883 por Carlo Collodi, en una revista infantil de época, “Pinocho” se convierte en la nueva apuesta fuerte de del realizador mexicano para Netflix, luego de emprender, en labores de producción, el formato seriado episódico de la terrorífica “Gabinete de Curiosidades”. Del Toro aplica aquí un estilo que no pierde la esencia de la obra original, al tiempo que reconocemos cierta huella autoral del realizador mexicano, capaz de equilibrar ese tan costoso balance que implica el acto de transposición literaria. Es así como harán su aparición criaturas espectrales y seres mitológicos, reconocible fauna que abunda en la imaginería del fantástico cineasta. Comprendemos una historia que no estará despojada de oscuridad, inmiscuyéndose en el humor, la fantasía e, incluso, la mirada política. Las fuerzas acaban por equilibrarse a lo largo de este sugestivo relato de imperfectas relaciones paterno-filiales. Tarea difícil resulta evitar el lugar común a la hora de abordar una clásica historia revisitada infinitas veces, cometido que logra con creces. Precisa hasta lo sorprendente en la parcela técnica, a este cine tallado a mano se le une el proverbial Alexandre Desplat, quien concibe su enésima joya musical. Un reparto estelar de voces engrandece la resultante: Ewan McGregor, David Bradley, Cate Blanchett, John Turturro, Ron Perlman, Tim Blake Nelson, Christoph Waltz y Tilda Swinton, son algunos de los intérpretes convocados. Del Toro no pretende echar cucharadas edulcoradas respecto a la versión original. Prefiere la emoción en estado puro, la sensibilidad a flor de piel y una acción desbordante. Influye en su forma de arte como primaria referencia un abordaje a la animación que aquí se propone explorar y diversificar. Ante nuestros ojos se expande una obra maestra meticulosamente diagramada. Camino a los Premios Oscar como Mejor Película de Animación, se trata de una película hecha con corazón, profundidad y sustento, virtudes difíciles de encontrar en tiempos de exiguo cine pensante. Horas dedicadas al detalle y artesanía humana invertidas en un material fílmico de refinado estilo favorecen una veta estética reconocible en similares productos como “Isla de Perros” (2019, Wes Anderson).
Categorías:Rincón Cinéfilo
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