
PINTA SU ALDEA EL POETA Y ES LA FORTUNA DEL MUNDO
Litto Nebbia nos convida la grata costumbre de sorprendernos, año a año, con -al menos- un nuevo disco de canciones. Luego del maravilloso «Nunca Encontraré una Casa Como la que Hay en Mí (2021) -leer reseña en: https://revistasieteartes.com/2022/03/29/resena-de-discos-nunca-encontrare-una-casa-como-la-que-hay-en-mi-litto-nebbia-2021-por-maximiliano-curcio/– , es el turno de “La Suite Rosarina”, una colección de flamantes creaciones de excelente factura, salidas del corazón de esa usina cultural llamada Melopea. Agua de amor brota de la viñeta de una historieta, y no está solo Litto en la aventura; lo acompaña su colega rosarino Adrián Abonizio, destacado cantautor, guitarrista e integrante de la emblemática trova rosarina. Mayormente la tarea creativa se compone de textos de Abonizio y música de Nebbia, aunque pueden asumir ambos roles e intercambiárselos (Nebbia lo hace en “Vals de mi Hogar”, nueva versión del clásico editado en 1973, mientras que Abonizio de igual manera en “Rita la Salvaje”).
El proyecto data de 2018, cuando Abonizio envió a Nebbia un par de poemas (“La Tos” / “La Rama que Truena”, “Cuando Llueve por Pichincha”) para que este musicalice. La pandemia colocó la tarea en obligada pausa, finalmente siendo retomada durante 2022, en el Estudio Nuevo Mundo. Un total de veintiún canciones, entre las que se cuentan dos bonus tracks, un texto recitado (“El Clásico) y dos movimientos instrumentales: “Intro al Río” y “Morisqueta”, de inconfundible sello nebbiero. La ciudad de donde ambos son nativos cobra vida en el pentagrama y en cada escucha todo melómano será testigo de un acto de absoluta alquimia. Nuevas motivaciones musicales, contrapuntos y modulaciones impulsan la tarea de Nebbia, como él mismo nos comparte en los comentarios internos del librito del disco.
“La Suite Rosarina” congrega una serie de postales afectivas y aromas de un tiempo que no envejecerá jamás. La dupla de músicos ensaya un nostálgico retrato de lo escrito en el aire. Rosario es la gran protagonista, y mientras las ciudades se transforman vertiginosamente, nosotros lo hacemos a su alrededor. Cada esquina sabrá guardar en silencio historias de romances o soledades, meriendas al regreso de esa callecita al este, primeros llantos de trovadores, quimeras manchadas por el vino descorchado y secretos inconfesables que atesora el barrio. Allí va el artista, llevando la tinta, miles de dibujos bajo su piel y a esa muchacha en el papel. Surcan al disco personajes inolvidables (Roberto Fontanarrosa, Alberto Olmedo, Ernesto Guevara, el amigo Ricardo, la salvaje Rita), lugares sagrados que resguarda la memoria (el Café El Cario, Barrio Pichincha, Parque Independencia, el Centro Cultural Contraviento), costumbres de un tiempo pasado, allá lejos donde las novias que hoy son bisabuelas cosían con máquinas Singer.
Nebbia y Abonizio son dos artistas íntegros que entienden a los discos como una rica estructura de canciones reunidas bajo un concepto, en tiempos donde un conjunto de sencillos suele indicar más fielmente las tendencias que gobiernan a la industria mediante parámetros más tibios y menos homogéneos. Cuánto más provechoso es tener en nuestra cedeteca este bello formato físico, entregándonos a los diálogos sonoros y líricos que solo se pueden apreciar, en justa intensidad, gracias a la existencia de un soporte físico. En «La Suite Rosarina» la experiencia se jerarquiza con el arte gráfico de ilustraciones a cargo de Alejandro O’Kif. El detalle de la ficha técnica no hace más que entregar datos que nos sumergen en la profundidad de esta hermandad creativa, ya somos parte del viaje. Se congela en la tapa el rostro de ambos músicos, instante en blanco y negro autoría de Mario Sobrino. La flor abre ante nuestros ojos, el faro Nebbia siempre es luz, la pluma de Abonizio concibe fértil poesía y hay corazones que no cambian jamás…
Las canciones toman cuerpo en forma de cantata, mientras el corazón sana sus heridas. Las musas siempre nos encuentran y son una salvación. Siempre hay lugar para más sorpresas, el disco cuenta con invitados de absoluto deleite: Silvina Garré en “Señorita Costurera”, Leopoldo Deza en “Malevo Criollo”, “Cuando Llueve por Pichincha”, “El Paraná”, “Vals de mi Hogar” y “Cambia Rosario”. Rosario es un inagotable laboratorio musical, también es monumento a la bandera y monumento a la bohemia cultural que la convierte en una urbe en permanente efervescencia y búsqueda por la expresión artística. Alguna vez, fue aquel refugio de un crudo invierno para un adolescente con sueños que se harían canciones, en la piecita alquilada de una humilde pensión. Pero un pájaro sueña alto y no es la quietud de esas veredas de casas bajas zona de confort alguna en dónde establecerse. Hasta donde alcanza la vista llegan los límites de esa melodía que nació para rodar. Hay sombras de tangos danzando en el cielo. Hacemos las valijas y partimos, cambiamos la piel y abandonamos a ese amor que tanto asfixia. Allí, a la orilla del Paraná, todo es puro enigma y leyenda que resguarda esas aguas.
Ayer ya es hoy y dicen que mañana será mejor. En balsa o con lo que tengamos a mano, partiremos a saldar una vieja cuenta pendiente; esta vez es musical. Adrián y Litto cruzan a nado la odisea de hacer de lo suyo un modo digno de vida, aunque Ricardo brinde con café para que nadie se marche todavía. Conectamos con todos los sentidos…la escucha es plena y la instrumentación de cada canción desborda de detalles en riqueza musical. Indaga la presente obra en la identidad y las raíces de una ciudad poseedora de una historia que cobra vida en colores, olores e imágenes inconfundibles. Rosario, tierra que cobijó a malevos criollos. Guitarra en mano el poeta dice verdades que se clavan como dagas, porque el tiempo es una flecha imparable y así cambia también el lugar de dónde venimos. Litto, merced al guiño poético de su compinche musical, sabe cómo apelar a nuestra emoción en la línea final de “Cambia Rosario”, retrotrayéndonos casi cincuenta años a “Muerte en la Catedral” (1973), en la grandiosa “El Otro Cambio, los que se Fueron”. Conmovedor a más no poder.
Es el momento de saludar a algunas figuras míticas; una de ellas es El Ché, quien cumple un papel fundamental a lo largo del recorrido. Una estrella roja guía el sueño revolucionario de un muchachito distinto a todos. Ahí va tanta vida junta. En su centro habita una llama inmortal; más vale que la muerte le tema. En un abrir y cerrar de ojos transcurren los años, y ese verano marplatense de 1987 no sería parecido a ningún otro…pesadilla de la que querríamos despertar lo más pronto posible. Preferiríamos entender una broma pesada, no creemos nada. ¿Cuál es la ley que hace girar a este mundo injusto? Millones de almas tristes ya no resucitarán. No se pudo morir Alberto, Chaplin de los nuestros. Maldita telaraña, tu vuelo al infinito y ese trapecio a tan alto precio, todo por burlarse de la parca, canta Litto y su voz luce intacta. Nos hemos quedado a la intemperie, desamparados, sin nadie que nos venga a hacer reír. No habrá otra chispa igual, pero este dúo brillante sabe consolarnos.
El día se convierte en noche y una figura especialísima cobra magnético protagonismo. Los muchachos quieren verla bailar y que no se oculte al desvestirse. Es ella, y como ella no hay ninguna; Rita baila en Rosario Norte, tal y como cantaba Fito, ¡otro rosarino bendito!, en “Tatuaje Falso”. Juana González representó el lado audaz de una ciudad vibrante, símbolo nocturno de una época salvaje como el apodo de la famosa desnudista. El piano de Nebbia suena exquisito y la lírica de Abonizio firma poemas con destino de clásico. Afuera llueve y el anuncio es de muerte otoñal, más descriptivo imposible. Se nos cuenta que hay una morocha sola en la quietud de su cuarto y lleva nombre indio de selva indómita. La escena parece cobrar vida ante nuestros ojos. Hubo una vez en dónde el tiempo cronológico pareció detenerse, cuando el frondoso verde se convirtió en cemento gris. La música lo alimenta como bien sabe, y si bien el animal es un hombre de costumbre, sabremos cómo adaptarnos al implacable ritmo citadino. Otra postal se descuelga del almanaque y en el puerto anclan esperanzas de diversa procedencia. “Llegamos de los Barcos”, decía Litto junto a los Músicos del Centro, para el disco grabado en 1982 y reeditado en 1995.
Rosario y mil anécdotas que contar, algunas desciframos entre los pliegues de una canción, entre narraciones de epopeya, humo de cigarrillo y en la radio una de Nino Bravo. Viajamos hacia la profundidad y tocamos el fondo. De lago, o de mar. Los sueños duermen si no ascienden y el grito de libertad siempre nos sacará a flote. La poesía describe con aire tanguero ese lugar al que pertenecemos, antes que el olvido, de un soplido, se lo lleve. En los arrabales quedó enganchado ese barrilete que no llegó a levantar vuelo, porque la vida es paradoja y contradicción. Ayer nomás fue el exilio y hoy el regreso a nuestra tierra entonando una nueva zamba, amanece en celeste y blanco. Dejamos atrás esos miedos, deshacerse de recuerdos es tanto más dificultoso. Buscamos en la muchedumbre, entre miles de rostros, el de aquel amigo que se ha vuelto viejo. La película adquiere un tono sepia, no hay canción de cuna que tranquilice ni cuento de final feliz que valide que la historia la escriben sólo los que ganan. De un momento a otro, todo se ha vuelto desangelado, ni un sorbo de magia alcanza. Pero…ahí aparecen las armonías de Nebbia.
Allí está el cambio de estaciones, robándose unos a otros el protagonismo. Los ciclos no fallan en su recurrencia ni demoran en llegar y unas logradas rimas metaforizan el paso del tiempo. Se nos alecciona con sabiduría, “La Suite Rosarina” se plaga de imágenes cotidianas de gran sencillez y emotividad: un gato duerme al lado y Litto hace lo propio sobre esa pila de libros que aún no leyó. Y si bien nunca conocerá una casa como la que habita en su interior, a veces tratará de destruirla, porque no tiene con quien compartirla, dice Adrián y nos estruja el corazón. Esa mesa y esa cama acumulan ausencias y anhelos perdidos. Quien canta necesita pronto alguien que lo oiga y quiera, pero al mismo tiempo que lo quiera él. No es tan simple como parece, pero la sentencia es una dulce puñalada. Duerme tranquilo en la bajamar el poeta, busca lo eterno y les juro, muchachos, que así se ha vuelto. Para eso fue preciso naufragar; condición irrenunciable …el grito es de libertad.
Nebbia y Abonizio siguen deleitándonos con inspirados poemas hechos canciones. Más postales deja a su paso la dupla desde la Rosario de nuestra tierna juventud. Hubo un tiempo en dónde bailamos con la más fea, temiéndole a uniformes de hierro. Cuando el amor es cárcel no perdona; cambiemos el destino y así comprobaremos que hay tantas formas de viento que nos hacen sentir libres. El final se aproxima y la carta de amor se firma a cuatro manos. El disco llega a su epílogo, el compositor no se detiene y Rosario juega un partido aparte. ¡Que hastío da lo cruel! Colores son amores, pero si hay que morir que solo sea por la belleza de un canto. Y, así, amontonando canciones, este imprescindible álbum respira nobleza, integridad y bohemia. Aspiramos profundo ese aire fresco. Recibimos el desafío como un golpe en la cara y ya no notaremos la diferencia. La libertad no se negocia. Contra viento y marea, el abrazo es impostergable, nos dejamos llevar. El sentimiento es natural, ya nos lo enseñó el maestro.
Categorías:Alta Fidelidad
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