EN ESCENA / «La Revancha» (Teatro Estudio, La Plata). Por MAXIMILIANO CURCIO

PALABRAS MAYORES PARA UNA ENSEÑANZA DE VIDA

“La Revancha” nos convida del encuentro cotidiano de dos personas de casi setenta años, a punto de jubilarse, inmersos en una realidad global en donde la expectativa de vida crece exponencialmente. Utilidad sin fecha de caducidad se contrapone a mandatos que suelen marginarlos. Eduardo Lamoglia, autor de vasta trayectoria en nuestro medio y ex director del Teatro General San Martín, lleva a cabo esta noble idea, autoría del magnífico Rubén Stella (aquí nominado al Premio ACE por MEJOR ACTUACIÓN EN TEATRO ALTERNATIVO), en la búsqueda de reivindicar la ancianidad en la actualidad. Seres de los que, a menudo, cierta porción de la sociedad reniega y deja de lado. Una gran amistad une a los protagonistas de esta historia, también un gran interrogante acerca del abismo que asoma en sus vidas. Auguran disipar pronto las dudas, mientras anhelos del pasado cobran formas difusas. Con emoción recuerdan a sus padres, cosechan lo ayer sembrado, se gastan bromas porque se conocen de memoria, en sus virtudes y defectos. Cacho y Tito hablan con esos códigos que parecen obsoletos a los ojos de la juventud. Hay que poner subtítulos para los más jóvenes, no hay alternativa.

La obra prefiere el tono de comedia y distensión, despojándose de toda solemnidad posible, a la hora de plasmar la rebeldía interna que surge cuando un individuo arriba a cierta edad. Es hora de invertir el discurso escuchado en boca de aquel que menosprecia la experiencia ganada. Antes no tenías, pero ahora ya no servís: ¿Qué es la experiencia, a fin de cuentas?; no iguala a sabiduría ni existe tampoco un manual para atravesar la clase de vicisitudes que también sortearán mañana los milennials de hoy. Haciendo camino al andar se absorberá lo vivido, y es así como “La Revancha” anima a sus protagonistas a cambiar la perspectiva de una mirada que anima a reconciliarse con el pasado. Algo tenemos que hacer, repiten incesantemente. Varias opciones se considerarán, inclusive las más incorrectas: un plan delictivo saldaría viejas deudas e injusticias que describen de lleno al mundo de hoy. La conversación aborda el terreno de lo moral en los actos. ¿Para qué ensuciarse las manos? Un gesto y una acción podrían sacudir el devenir de esa vida que vivimos como podemos. Pero, al fin, héroes -y militantes- eran los de antes, no me vengas a hablar de cómo jugarse el pellejo. Aunque pocos estén libres de pecado…aquí la pieza adquiere connotaciones políticas.

La memoria nos despabila y la sensación de fracaso muta en cálida esperanza al derribarse, vencerse o hacer caso omiso a ciertos caducos estereotipos: al retiro laboral se llega con lucidez mental, capacidad física y mañas sin fecha de vencimiento. El público se sentirá proyectado, inevitablemente; en dolencias, vicios, manías, caprichos y olvidos que serán compartidos, arriba y abajo del escenario, con emoción genuina. El conflicto existencial identificará a toda generación; miramos por el espejo retrovisor de la vida y el efecto reflejo es inevitable. La dupla de amigos cavila, a lo largo de varias jornadas, en dónde colocar las imperiosas ganas y la inquebrantable voluntad de hacer de esta nueva etapa un tiempo desafiante. El fenomenal Daniel Miglioranza ensaya excusas, porque la realidad a veces es aquello que no queremos ver. La travesura no tarda en llegar, el clima se distiende, sin por eso perder agudeza a la hora de visibilizar ciertos cambios y transformaciones sociales evidentes.

Rescatando valores como la honestidad, la confianza y el cariño mutuo que se prodigan los compinches de juventud, “La Revancha” valida una máxima que jamás sonará pasada de moda: la unión hará la fuerza, ya sea para atravesar a nado el río (siempre sabremos con quién) como para pelear con armas nobles (o lo que se tenga a mano) a una sociedad que suele menospreciar y encasillar con facilidad. Los grandiosos Miglioranza y Stella, amigos para siempre y actores de raza, encarnan a dos veteranos encantadores decididos a no resignarse en ver pasar los otoñales días desde la quietud de un banco de plaza. Vuela alto la paloma … ¿vale la pena intentarlo? Claro que sí. El deseo de modificar el propio rumbo aviva el deseo impostergable, mientras el sentido de fraternidad es la brújula que articula las diferentes posibilidades que depara el presente. Con un aliado imprescindible: saber reírse de sí mismo.



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