RINCÓN CINÉFILO: Especial Festival Internacional de Cine de Mar del Plata / Quinta Parte. Por JULIO VARELA

Kiss kiss, bang bang

Así nomás, de una, en la tarde noche marplatense hubo tres películas, por su contenido, para un bang bang (léase: un tiro en las partes pudendas). Una habla de un chico de 15 años que se queda ciego, otra de un hombre mayor con una enfermedad neurodegenerativa y otra de una adolescente con discapacidad y traumas varios. Bang, bang, estás liquidado sería la conclusión si uno se atreviera a ver de un saque esos tres films.

Pero aquí estamos. Alabado sea el cine y sus formas. Hubo una época en que el contenido reemplazó a las cuestiones estéticas. Los tiempos convulsionados obligaban a generar argumentos más que maneras de expresarlos. Como las épocas han cambiado y las convulsiones siguen, digamos que es momento de hablar de las formas. Por eso es que nuestros testículos siguen intactos, ninguna bala los ha atravesado después de ver, en principio, estos dramones.

  1. Saudades Fez Morada, de Haroldo Borges, Brasil. Un chico de 15 años se está quedando ciego en un pueblo cerca de Salvador, Bahía. Un día se levanta y ve todo a oscuras, tras haber vivido lo de todo adolescente: risas, escuela, amores iniciales, fútbol. A partir de ahí, la realización -pura cámara en mano como si se tratara de un nervioso documental- no oculta el dramatismo, tampoco recurre a golpes bajos y abre las puertas a una salida. El estilo narrativo es la metáfora: cómo hablar de la ceguera de un momento social donde muchos se niegan a ver lo que está pasando. Borges se lo dijo a Siete Artes: «uso la metáfora primero por miedo, vivimos épocas muy difíciles y hay cosas que no se pueden decir en forma explícita, hay muchas presiones para la cultura, pero también es cierto que se impone en el campo formal el uso de la metáfora: hay que decir sin decir, es una manera de no subestimar al público».
  2. Un Beau Matin, de Mía Hansen Love, Francia. Una joven viuda se enrolla con un hombre casado mientras debe lidiar en paralelo con un padre que poco a poco va perdiendo todas sus facultades y pasa de geriátrico en geriátrico. Dramón.  Sin embargo, la realizadora de La Isla de Bergman (bellísimo film) se las ingenia para que todo sea una bella mañana. Lo resuelve con la narración en paralelo de las dos historias que vive la hija, pasando por diferentes estados anímicos con una habilidad tal que se trasladan al espectador para que no sufra como a priori podía pensarse por la línea argumental.
  3. Queens of the Quins Dinasty, de Ashley McKenzie, Canadá. Una joven de 18 años tiene discapacidades múltiples y un pasado traumático, incluyendo varios intentos de suicidio. Dramón. Pero no. La joven directora -presente en este festival- utiliza un llamativo recurso narrativo: la sonoridad. La película trasunta sonidos de toda índole y son un personaje más que, como un fantasma, pasa de entre las complejas situaciones en las que vive la protagonista y un chino que ejerce como voluntario para cuidarla en distintos hospitales. Entre ellos surge una amistad rara, rarísima, mostrada en sugerentes primeros planos, mensajes de texto y hasta animación. Contado el argumento de manera clásica, habría que sacar los pañuelos. De esta forma, un verdadero viaje sensorial, es todo un riesgo para el cine y el espectador. Es mejor que la lágrima fácil.
  4.   
  5. La casualidad quiso que estas tres películas pudieran verse, en distintas salas, pero en horarios que permitieron verla en continuado y que sirven para entender, más allá de las consideraciones subjetivas, que la forma de contar puede transformar un bang bang en un kiss kiss, como ese libro de la polémica crítica Pauline Kael que justificaba el título diciendo que los besos y los tiros es lo que más atrae de las películas, pero lo que nos desespera es cuando van más allá de eso. De algún modo las tres reseñas enumeradas nos introducen en ese laberinto donde los besos les ganan a los disparos al corazón.


Categorías:Rincón Cinéfilo

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