
Corre, cinéfilo, corre
Un festival es una carrera contra el tiempo. Hay que llegar sí o sí a ver la otra película. El taxi de una sala a otra, además de caro, tarda más por el tránsito. No queda otra: se requiere salir rajando de una sala para llegar a otra y estamos hablando en algunos casos, de más de diez cuadras. Sólo se logra corriendo. Tras la maratón, es necesario comer. Que haya algo abierto después de las 12 de la noche, oh Señor, ten piedad. Y de vuelta a correr. De pronto nos transformamos en los «Lolas» de la película del alemán Tom Tykwer (Corre, Lola, Corre), que tiene veinte minutos para salvar a su novio. En este caso tenemos 24 horas para ver todos los films posibles sobre un total de 200 y pico. La voracidad es propia de un depredador al estilo John Mc Tiernan (invitado de lujo al festival de Mar del Plata), el mismo que logró un récord: que un día de semana el cine Ambassador explote para ver, precisamente, Depredador, y que otro día ocurra lo mismo con Duro de Matar (la mejor película de acción de la historia según dicen por aquí) en el Auditorium, después de haberse pasado mil veces por televisión. Pero esto es otra cosa. El cinéfilo también es duro de matar y quiere ir a todas. Pero no se puede. El tiempo es…¿cómo es el tiempo? Sí, tirano, la frase más escuchada del planeta, vaya a saber quien la ha inventado. Con este panorama a cuestas, una película suiza intenta solucionarnos los problemas. Se llama Unrest (algo así como «Malestar»), de la sección nuevos autores/as y corresponde al joven realizador Cyril Schäublin. Sabíamos, obviamente, de qué iba el film lo que no quita que uno llegue con la lengua afuera después de haber cruzado la peatonal en skate. Ahí estaba el suizo, esperándonos con los relojes, sí, porque la trama va de la industria relojera suiza en 1877, es decir el despegue de su gran tesoro que acompaña el nacimiento de la era industrial que trae como contrapartida la reacción de las clases obreras, enroladas en el anarquismo. Como no podía ser de otra manera, Unrest es una pieza de relojería, una obra distinta, con el sonido de la fábrica de relojes que campea todo el tiempo y con la necesidad de esos trabajadores de no pasar a ser un engranaje más de ese proceso de construcción que terminaría haciendo historia. Unrest habla de esos tiempos traumáticos pero también de los relojes, los muestra en un primer plano, cómo funcionan, como se generan sus movimientos mientras que en otras escenas los personajes aparecen en una esquina inferior del cuadro y todo lo demás es vacío, como si el espacio-tiempo le debiera corresponder al espectador.Lo más curioso e intrigante a la vez es que existen distintos horarios y todos responden a un complejo sistema de necesidades y oportunismos: está la hora de la fábrica, la del municipio, la del telégrafo y hasta de la iglesia, por eso cada tanto la hora se atrasa o se adelanta, segundos más, segundos menos.Qué lindo sería que ese sistema lo pudiera aplicar el cinéfilo cuando corre de sala en sala, para no llegar sudorosos y partir hacia otro destino cinematográfico sin necesidad de mirar el reloj. En Unrest, la obrera despedida de la fábrica y el joven cartógrafo anarquista huyen por un bosque y es entonces cuando la faltriquera (el reloj de bolsillo) deja de hacer tic tac y se detiene. El fuera de campo nos dice que nuestros héroes han podido escapar a la dominación. Quizás algo de eso esté faltando en este corre, lola, corre del mundo en que vivimos.
Categorías:Rincón Cinéfilo
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