
Luz, cámara, ¿acción?
En el festival internacional de Jujuy, tercero en importancia en nuestro país detrás del de Mar del Plata y del Bafici, se programó una charla a la cual asistió muy poca gente y cuando el expositor terminó confesó entre sus allegados «creo que no me entendieron o no me supe explicar. Es que no vengo del cine, soy un profesor de Etica» se disculpaba como si su profesión fuera una especie de pecado ante la cinefilia o un cruce de antagonismos. Sin embargo, su planteo encerró toda una realidad: «hay un cambio de paradigma en el cine, es tan potente que ha trascendido a sus propios productos y las películas, aun las que no gozan del fervor crítico o de los espectadores que buscan acción, pueden introducirnos al análisis de distintas cuestiones que enriquecen al propio cine». El presente festival de Mar del Plata es una prueba cabal de ello. Se da, por encima de valoraciones subjetivas, una especie de debate omnipresente que supera las categorizaciones convencionales.
Lina Rodríguez, directora colombiana residente en Canadá, presentó su película So Much Tenderness, en la competencia internacional. Y dijo algo preciso y a tono con lo señalado: «hago un cine narrativo, parto de una historia sí, pero veo que el espectador siempre está esperando que suceda un evento o que venga la acción, yo prefiero narrar las emociones a partir de hechos mundanos». Su film es un reflejo de esta postura, -aunque no el mejor- pero, como decía nuestro profesor de ética, permite planteos como los de la cineasta colombiana. Es innegable que hay una dependencia muy grande, en tanto espectadores, de la «acción» concebida en términos de ritmo básicamente. Así, para definir una película se usa una sentencia: es lenta o no lo es. Pero el cine no es un autódromo ni un auto de carrera. Las supuestas películas «lentas» suelen tener un brío interno infernal y rugen como un fórmula uno sin que medie la bien ponderada acción. Dos ejemplos claros de este festival (no precisamente el film de Lina Rodríguez) son: Los Espíritus de la Isla, de Martin McDonagh (Perdidos en Brujas, Tres Avisos para un Crimen) y Sobre las Nubes, de la joven argentina María Aparicio. En el film irlandés, estrenado en la sección Hora Cero (empieza a las doce de la noche generalmente con producciones slasher), los 109′ arrancan de un hecho extremadamente sencillo: un hombre se dispone ir a un pub, el único de la isla que habita, a encontrarse como lo hace todos los santos días del año con su íntimo y único amigo, para tomarse una pinta. Pero el amigo no aparece y encima cuando lo ve, no lo saluda. El amigo (espléndido Colin Farrell) se pasa toda la película preguntándole al otro personaje (el no menos genial Brendan Gleeson) cuál es el motivo de esta negación. Los habitués de esta sección -aquí uno de ellos- nos quedamos esperando la cuchillada y el alarido. Pero no. La única acción se respira a los lejos en una guerra que los protagonistas no entienden. Aun así, minuto a minuto hay una violencia in crescendo pero que no es explícita, el film se hace oscuro y lo amortiguan algunas risas propias del humor negro. He aquí el ritmo que nos propone McDonagh en esta contracara de Tonto y Retonto a propósito de la amistad y la masculinidad. El aburrimiento y una depresión que sus criaturas no conocen, se desplazan con vértigo en ese pago chico donde la rutina es invitada de honor. O lo era hasta que un amigo decidió no saludar a otro.
La mayor sorpresa en esta «acción sin acción» la dio Aparicio, la cordobesa de 30 años, que deslumbra en la Competencia Argentina con Sobre las Nubes, film rodado en blanco y negro, de dos horas y media de duración donde no pasa nada. Pero en realidad pasa de todo como en la vida misma, como en los viejos, entrañables y queridos films del neorrealismo. Son cuatro situaciones que durante 130 minutos no se tocan entre sí, mínimas y cotidianas, el único nexo es el trabajo (o su ausencia) y todo lo que implica ser un asalariado, tocado sin estridencias. No es una película al estilo Ken Loach, es una mirada intimista de gente que vive las cosas de otros tantos millones, pero reflejada con ternura sin enfatizar en el trabajo desde las urgencias. Si el escritor Santos Zunzunegui viera esta película no dudaría en incluirla en un apéndice de su libro El Cine Bajo el Signo de la Melancolía. Sobre las Nubes es melancólica pero no nostálgica, no habla de los tiempos perdidos sino de los que se pueden ganar y es por eso que, si bien hay un clima de época, no cae en la tentación de la efervescencia coyuntural. El modelo de construcción es fascinante: de cuerpo coral, toma casos individuales, pero todo funciona como una comunidad. Aquí descolla la «acción» en toda su magnitud. Sin un solo tiro. Sin un grito. Sin siquiera una pancarta. Las calles de una ciudad y gente que las camina.
Sobre las Nubes, con su fascinación, bien podría emerger como una metáfora de estos encuentros cinéfilos que se esfuerzan por habitar un cielo que, además de refugio para los mortales, se encarga de reivindicar a nuestro profesor de ética con su prédica del cambio de paradigma y con un nuevo concepto de la verdadera acción fílmica.
Categorías:Rincón Cinéfilo
Deja una respuesta