
El fin del mundo ha llegado
Quizá no estábamos al tanto. A pesar del bombardeo mediático no sabíamos o no quisimos saber que el fin del mundo llegó. De haber sido conscientes de ello, posiblemente estuviéramos aun tomados de la mano como en ese final conmovedor de Melancholía, de Lars Von Trier. Pero estamos a tiempo, el cine, cual bunker, puede salvarnos o en todo caso sacarnos la venda de los ojos -aunque suene obvio tratándose de un acto de la mirada- y entender que todo, de alguna manera y para que quede claro, está por explotar o explotó ya.
La visión apocalíptica no corresponde al cronista sino a cuatro películas de la presente edición del Festival de Mar del Plata, nada que ver entre sí (salvo una conexión) y disímiles en calidad y contenidos. El nexo de ese cuarteto es el mundo como colapso, la búsqueda de un hogar cuando ya se descubre que no hay pertenencia o que nos han desalojado, el derrumbe social y el individual, el caos en definitiva. Y sobreviene la bestialidad, representada en un crimen brutal, en un desastre de la naturaleza o en una grúa que desmantela un campo sembrado en una mañana de reunión familiar. ¿Qué misterio hace que en los primeros films de un festival haya esta coincidencia testimonial? ¿una habilidad de los programadores?, ¿una tendencia del cine actual? No. Es el mundo. Tal como lo vemos y lo conocemos, él ha elegido colarse de manera abrumadora en la pantalla convocado por los artistas que tienen el deber de reflejarlo.
El punto en común de esas películas, como cuatro jinetes del apocalipsis, es el territorio inhóspito: pies que se hunden en la nieve, el barro que empantana hasta los sentidos, la lluvia que no para, el río que se desborda, el avance tecnológico que no entiende de sensibilidades, el verde que se va transformando en tierra descolorida, harta de tanto sudor infructuoso.
Dos películas españolas –As Bestas y Alcarrás– hablan de una España rural que no aparece en las postales (algo que también se vio en O que Arde, una obra que ganó en este mismo festival-, una bestial, otra más humana, una con frío y nieve, otra con calor y verde. Sin embargo encuentran su punto en el choque cultural, en la defensa de derechos y la vulnerabilidad de los mismos. As Bestas, dirigida por Rodrigo Sorogoyen -difícilmente sea destronada como la mejor del festival, aunque no esté en competencia-, Alcarrás, de la prometedora Carla Simon en una especie de docuficción, con escenas a veces tan apacibles como las recordadas de Un dimanche a la campagne, pero con un clima que no puede evitar caer en un desenlace tan hermosamente retratado, pero opresivo, terrible.
Sorogoyen pasa de un plano secuencia a un diálogo imperdible de diez minutos con cámara fija donde muestra las sentencias de dos hombres luchando por un territorio que es hostil por partes iguales. Simon refleja una cosecha de frutos de un colorido que enceguece, tanto como los paneles solares en plena expansión como los supermercadistas que se aprovechan de esa cosecha.
Con otro manejo dramático, Reduit, del suizo León Switerr (presente en Mar del Plata) muestra a un padre con su hijo en una cabaña que aparenta ser de vacaciones, pero termina siendo un refugio. «En Suiza hay más bunkers que gente», graficó el realizador en conferencia de prensa. En el comienzo, el niño le pregunta a un árbol si es cierto el fin del mundo.
Y también tenemos una argentina, Tres Hermanos, de Francisco Papparella, con todos los excesos a cuestas al ritmo de Malón, con la violencia a flor de piel en un suelo patagónico tan enfermizo como sus personajes.
Un mismo tono para cuatro películas distintas en mucho sentido. Pero hacía tiempo que un festival no arrancaba con esas miradas feroces y contundentes sobre el mundo que nos toca vivir. Y eso que esto recién empieza. Habrá que ver si cuando la fiesta termine (no deja de serlo a pesar de todo) el mundo hace ¡plop! de una vez por todas. Ahí sí que no nos salva ni la sonrisa de Jolly Land. Sólo el cine, tal vez.
Categorías:Rincón Cinéfilo
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