CONVERSACIONES SIETE ARTES – Juan Washington Felice Astorga: ‘Hace a lo existencial tener una sociedad que es muy poco alentadora para jóvenes que quieren hacer lo que les gusta’. Por Maximiliano Curcio

Juan Washington Felice Astorga, destacado dramaturgo nacido en la ciudad de La Plata, es un apasionado hombre de teatro; actividad a la que dedica su vida por completo. Habiéndose formado con talentos del tamaño de Ricardo Monti y Norman Briski, es un inquieto hacedor cultural que no deja de hacerse interrogantes, como todo buen artista que se precie de tal. Juan se entrega a su noble labor de interpretar textos e imágenes, y en cada obra una nueva fábula cobra vida…las luces del escenario se encienden y resuena en nosotros todo ello que lo moviliza. Una maquinaria precisa y grandiosa que lo convierte en uno de los exponentes más destacados de nuestro medio teatral. Su obra reafirma la idea del teatro de militancia, consciente de que el lenguaje está anclado en coordenadas históricas y sociales precisas. El artista sabe que es necesario corroer algo de esa realidad circundante, y quien entiende al teatro como causa evidentemente grupal sabrá pronunciarse sobre aquello que ocurre en el mundo de hoy. Bienvenidos a su inagotable factoría creativa.

Su oficio parte de la pasión y del deseo de reflexionar sobre la condición humana; el amor y la angustia existencial son magnas temáticas que atraviesan a dos obras de su autoría, actualmente en cartel en Buenos Aires: “No Me Vuelvas a Hablar de Amor” (Espacio NoAvestruz) y “Yo Me Tengo que Bañar y a Nadie le Importa” (Teatro Código Montesco). Existen principios notables en su concepción artística, que se cumplen sin excepción: Juan se vive desafiando, aprendiendo, creciendo y absorbiendo. Con enorme capacidad y sensibilidad para captar la esencia de sus criaturas, moldea con esmero el lenguaje que representa su entera existencia. Agudiza su inteligencia, relaciona elementos que lo obsesionan, coloca en boca de sus intérpretes textos maravillosos y su cuerpo de trabajo madura hasta solidificar los rasgos que fuertemente identifican a su trayectoria.

Suele decir este dramaturgo, e hincha ferviente bilardista, que el teatro es el amor de su vida y siempre lo encuentra, aunque a veces él mismo se escabulla. Es inútil que lo intente, su talento es demasiado visible. Juan, con la humildad de los grandes, baja la mirada y se dispone a escribir su próxima historia. Una bendición para todos quienes buscamos disfrutar del mejor teatro. Las musas atenderán el llamado y nosotros te aplaudiremos de pie.

Juan Washington Felice Astorga es dramaturgo y director teatral. Se formó con Norman Briski, Ricardo Bartís, Ricardo Monti y Mauricio Kartún. De su propia dramaturgia estrenó: «Ocho cuarenta», «Otro Plato de Fideos» en El Piccolino y en El Ópalo, «Una noche larga», en La Mueca, y actualmente se encuentra en cartel con las obras «Yo me tengo que bañar y a nadie le importa» y «No me vuelvas a hablar de amor».

-Juan, ¿cómo nace tu pasión por el teatro? ¿cuándo descubriste la vocación?

Primero me acerco al cine, a través de las películas que me impactaron de chico. Yo quería ser actor de cine, me gustaba la idea de ver a una persona viviendo una vida y después otra, según la película de turno. Como siempre ocurre, a la vida es difícil de encontrarle un sentido, entonces la posibilidad de que una obra sea un medio para tener muchas vidas me pareció estimulante. Así como las vocaciones de van turnando, el hacer una obra de teatro o algo audiovisual te ofrece esa misma oportunidad de tener varios colores sin dejar de ser uno mismo y que, a la vez, uno mismo sea las obras que hace. Me parece que desde ahí siempre busqué eso. También el hecho de meterse en universos desconocidos me inclinó hacia la escritura; lo mismo ocurre con la actuación y la dirección.

-¿Qué te sorprende todavía hoy de aquel descubrimiento y qué te impulsa a seguir creando?

Ver esa transformación: del texto del cual se comienza no hay nada más que palabras y, a partir de la nada, se puede construir un universo. El día del estreno recordamos aquel primer contacto con el material y lo comparamos con aquel lugar donde llegamos. Eso me parece estimulante del teatro, y aunque mi relación con él atraviese diversos estadios, siempre me vuelve a buscar con una propuesta superadora que me entusiasma rápidamente. No puedo evitarlo, porque cada obra y cada rol es un desafío. Nunca hay una idea de reposo, siempre es un movimiento constante, por momento doloroso y frustrante, y muy de vez en cuando gratificante. Tal sea el viaje que nos pegamos desde la actuación, o anticipar desde la dramaturgia que aquello ‘va a resonar’, o desde la dirección lograr la fantasía de que muchas artes operen en simultaneo en el sistema que constituye la puesta en escena. Eso es lo que me impulsa.

-¿Cómo se formó y en qué consiste el grupo teatral popular «Los Miguelitos»?

Yo dirigí muchas obras de Norman y él siempre me invitó a que lleve los teatros a los barrios y a las villas, a la gente más humilde; a los lugares donde las personas no tienen acceso al teatro. La posibilidad de hacer una adaptación de una obra por fuera del pensamiento que relaciona al teatro con un público de clase media que puede pagar una entrada. Si te presenta la oportunidad abnegada de llevarlo a aquellos que no tienen, es muy difícil que no te entusiasme. De manera que, cuando se agotaba la instancia del teatro para el que la obra fuera originalmente pensado, la instancia de la convocatoria o simplemente nos aburríamos, surgía la idea de ir a los barrios. Hemos representado en centros culturales o neuropsiquiátricos. Y allí surgía la chance de hacer giras o teatro ambulante, de llevar la escenografía en un tren o en un flete, con más suerte. Eso genera un nuevo desafío que implica cómo construir una puesta en escena que permita adaptarse en distintos lugares, en donde la actuación también adquiere otro nivel, porque el actor tendrá que adaptarse a disímiles circunstancias. Y desde la dramaturgia siempre está la tentación de hacer agregados que tienen que ver con el lugar físico en dónde estamos. Cuando Norman nos invita a hacer “Los Miguelitos”, por supuesto que es un lujo estar con alguien que toda su vida militó y es uno de los grandes referentes del teatro popular en Argentina. Él nos enseña la idea de hacer un relevamiento, lo importante que es ir a los barrios, conocer a la gente; y ellos mismos te van a dar las imágenes para saber qué necesita cada uno de esos barrios. En este caso la palabra ‘necesita’ está bien dicha, porque siempre el teatro está ligado a lo deseable, pero en lugares más humildes es más lindo pensar que está ligado a la necesidad, por exponer los temas y los problemas de un barrio, con la fantasía, no sé si de resolverlos, pero sí que se exponga lo que sucede, porque se vuelve un lugar más lúdico, dramatizando la situación. Se trata de reflexionar sobre la coyuntura.

-¿Qué es lo más gratificante que te dejan esta clase de experiencias?

Hemos hecho la obra de teatro “La Empanada Verde”, junto a un grupo de veintipico de personas, ensayando durante un año y medio. También hemos hecho diversas intervenciones, porque creo necesario el hecho de que golpeen y sacudan. Es exageradamente gratificante, y en ese sentido es muy diferente al teatro burgués, por así decirlo, entre comillas. Lo digo por lo solidario. Allí, la mayoría de los espectadores estaban viendo teatro por primera vez en su vida, entonces el aplauso o el cariño recibido tiene otro gustito. De esas experiencias quedan cosas que te llevás en el corazón. Habría que pensar qué cambia el teatro en una sociedad; quizás no todas las cosas como a uno le gustaría, y es extensivo al arte en general. Pero nunca se sabe cómo queda resonando lo que hacemos en los chicos, o en el espectador que pagó una entrada. Norman es quien me enseña que el teatro popular es necesario.

-Colaborás desde hace más de una década, junto al maestro Norman Briski, en el mítico Teatro Calibán. ¿Qué lugar ocupa en tu trayectoria la faceta docente?

Siento que la palabra docente me queda grande. Para mi Norman es el número uno. Hace catorce años que estoy junto a él, ligado al teatro Calibán. Y hace diez años que participo en las clases. Mi rol está ligado a la organización de las mismas y a hacer aportes en cuanto a las devoluciones a cada estudiante. También, Norman me delega muchas escenas que devienen en obras que luego se estrenan. Entonces hay una ayuda en la formación y en el compartir las cosas que yo fui aprendiendo con las personas que aún no lo han incorporado. Me pone muy contesto estar al lado de Norman, porque es estar aprendiendo de alguien que vive actualizándose, buscando nuevas maneras de hacer teatro. Eso me convierte siempre en un estudiante que quizás sepa algo más que el resto. El oficio está lleno de sorpresas que van a enseñarte todo el tiempo. Desde la docencia, entiendo el estudiar como un intercambio de riquezas y experiencias que hace al aprendizaje.

-¿Y qué desafíos distintos te presenta la docencia respecto a tu rol como dramaturgo o director?

Si me puedo sentir docente o maestro, únicamente tiene que ver con que, aunque parezca mentira, yo sé cosas que uno otro todavía no sabe que están sucediendo, y yo con mi experiencia puedo advertir esta problemática, señalarla o compartir el concepto. Eso es lo que yo puedo hacer en las clases. En los procesos creativos, aunque es difícil, trato de correrme de ese lugar, porque tiene que ser una instancia de confrontación artística. Sea entre el actor y la actriz o directora, o con el escenógrafo, el vestuarista o el musico. Tiene que ser una discusión artística cuya síntesis va a ser la totalidad de la puesta en escena. Que es conformada por un conjunto de personas, las cuales muchas de ellas no se ven.

-En la obra de tu autoría “Yo me Tengo que Bañar y a Nadie le Importa” abordás cuestiones existenciales, en búsquedas de encontrar, acaso si fuera posible, un sentido a la vida. En tu rol de dramaturgo y director, ¿de qué manera lo atávico resulta un disparador para formular nuevas preguntas que nos ayuden a comprender nuestra condición?

Se podría decir que la vida no tiene sentido y punto…y se terminó la obra. Ponele que estemos de acuerdo en eso, pero me parece que no queda otra que buscarle o inventarle un sentido. En el caso de Rocío (la protagonista de YO ME TENGO QUE BAÑAR Y A NADIE LE IMPORTA, reseña disponible en https://revistasieteartes.com/2022/09/19/en-escena-yo-me-tengo-que-banar-y-a-nadie-le-importa-teatro-codigo-montesco-por-maximiliano-curcio), podría ser que esté acumulando frustraciones, tantas que hace que la lleve a angustiarse de semejante forma. Pero yo me correría del cúmulo de frustraciones y pensaría en el presente, porque incluso los temas del pasado y sus contingencias están impactando y sucediendo en este momento y es ella quien busca estrategias, y no deja de intentarlo. Rocío tiene poca tolerancia a la frustración, algo que es tan inherente a lo artístico; pero, a ello sumale otra serie de frustraciones a nivel vocacional y vincular. Sus padres parecen ser de otro tiempo y no entenderla. Su hermano está lidiando con sus propias frustraciones. Su amiga travesti atravesada por sus temas de militancia. Hay un novio que se desvive por ella, pero es un amor no correspondido. No es la intención decir que está loca, sino que ella tiene voces, y son las voces de los mandatos, que le dicen como debe actuar y ser como todo el mundo. Al personaje lo invaden las tentaciones del ruido. Ese ruido es como algo ininteligible que la atormenta y la empuja, repentinamente a quitarse la vida, y lo tiene muy racionalizado. Todo esto que se describe se hace con mucho respeto y sensibilidad, porque he conocido personas que han querido quitarse la vida. Yo creo que ella se quiere matar porque quiere vivir de otra manera a la que está viviendo, y el no poder vivir con plenitud o encontrar los recursos suficientes para bancarse el sentido de la vida que se inventa, consciente o inconscientemente, la lleva a fallar. Como diría la psicóloga de la obra: falla para no matar, porque no puede tolerar someterse a la humillación del sistema capitalista, que es tan responsable como lo es la crisis existencial. Influye y hace a lo existencial tener un entorno, un país, una sociedad que es muy poco alentadora para jóvenes que quieren hacer lo que les gusta.

-En “La Conducta de los Pájaros”, en donde intervenís como intérprete, afloran una serie de recursos para expresar la ideología y la habilidad social de modo alegórico. Pienso en el disparador del título y cómo la conducta de una especie que nos revela la inteligencia, en el elemento mecánico que moviliza al ser humano, en los rostros que simulan máscaras o en las banderas que se erigen como un ideal. Desde tu lugar como actor en esta obra, ¿cómo trabajás este modo de significación simbólica en la representación teatral?

En lo personal no me meto mucho en lo simbólico. LA CONDUCTA DE LOS PÁJAROS es una puesta de Norman, y creo que él es más de la maquinaria y de las invenciones, aunque lo simbólico muchas veces es inevitable. Todo tiene una explicación y un sentido dramático e ideológico. Esos banderines son referentes para los pensadores que representan a cada personaje en la obra: Rosa de Luxemburgo, Manuel Ugarte y Litero. Hay algo inquietante en como se muestra eso…las caras alargadas, las palancas, la araña gigante, las bolas del internacionalismo. Todo tiene un respaldo ideológico, diría yo.

-¿Y cómo abordás este aspecto desde el rol de la dirección?

En lo personal, con las puestas lo que hago es asesorarme con gente que sepa más que yo del mundo visual. Yo trato de, tímidamente, animarme a plantear una estética visual y a partir de ahí investigamos. Pero solamente porque siento que el texto me sugiere eso, pero no soy muy amigo de lo simbólico, porque queda muy abierto a que el espectador lo complete y corrés el riesgo a que si tenés mucha fuerza en lo simbólico podés ir en detrimento de lo que estás contando…y lo simbólico gana la carrera. Yo soy muy afín a lo no figurativo, a lo incapturable, lo desconocido. Por ejemplo, en la música de las obras que actualmente tengo en cartel, YO ME TENGO QUE BAÑAR Y A NADIE LE IMPORTA y NO ME VUELVAS A HABLAR DE AMOR, tratamos de que la música tenga un lugar, porque como en el cine ha tenido tanta fuerza desde lo sonoro, generás un punto de referencia reconocible. Lo mismo ocurre con lo visual en lo que está muy visto. Salvo que la escena necesite exclusivamente de eso. Eso es muy lindo definirlo a partir de una técnica visual, como es el caso de NO ME VUELVAS A HABLAR DE AMOR (reseña disponible en: https://revistasieteartes.com/2022/10/24/en-escena-no-me-vuelvas-a-hablar-de-amor-por-maximiliano-curcio/ ), donde nos hemos entregado al Futurismo, porque el texto sugiere algo de eso. Pero siempre la riqueza de una totalidad va a ser a partir de la relación que establezcan elementos no antes relacionados.

-Te encontrás llevando a cabo tu primer cortometraje, protagonizado por Marina Glezer y Marcelo Melingo. Compartinos algunos detalles y sensaciones acerca del proceso creativo de este material. ¿Cuándo podremos verlo?

Está en instancia de posproducción, es difícil el financiamiento. Pero fue una experiencia inolvidable, en la posibilidad de trabajar con un actor y una actriz de ese calibre (Marina Glezer y Marcelo Melingo). Es un regalo para el corazón, por esto que hablábamos antes del intercambio y la confrontación artística, que es la más linda de las contingencias en una obra. La búsqueda de equilibrio entre el actor que le pone el cuerpo y la mirada del director, quien observa desde afuera. Es una discusión maravillosa. Esta experiencia del corto toca el tema del teatro dentro del teatro; si se quiere un tema gastado, pero a mí me gusta la idea de una pareja que tiene que hacer una obra de teatro donde interpreta a una pareja. Como se entremezcla la realidad con la ficción es un aspecto estimulante. Y en ambos encontré dos personas que amorosa y desinteresadamente se entregan a ese viaje, a ese juego, por la única razón del entusiasmo. Eso es lo más rico, porque cuando en lo artístico te alejás de los intereses monetarios, más genuino, auténtico y honesto se vuelve el trabajo. Y además de ser dos personas de la hostia a nivel talento, son dos personas honestas que, al igual que un chico, se acercan a un lugar porque tienen ganas de jugar. De eso se trata.



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  1. Excelente artículo Maxi. Abrazo !!!

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