«Vos no tenés nada, vos no sos nada». Escupió las palabras con su característica crueldad y luego se marchó. A pesar de estar acostumbrada a su maltrato, esta vez los insultos hicieron estrago en el interior de Dana. Era el día de su trigésimo cumpleaños y nada en su vida era como lo había soñado.

Comenzó a fumar compulsivamente, como hacía siempre que se encontraba ansiosa, recorriendo la habitación de arriba abajo, sintiéndose presa entre esas cuatro paredes.

Los recuerdos se agolparon en su mente. El día en el que se conocieron, el primer beso, la declaración de amor. Algo dentro de su corazón le decía que estaba frente al hombre ideal.

Ahora, dos años después, se preguntaba dónde se encontraría ese hombre maravilloso. Detrás de tantas virtudes se escondía una persona cruel que la maltrataba y humillaba, incluso en más de una oportunidad la había golpeado. Ella no sabía replicarle o hacerle frente. Se sentía inferior y pensaba que él siempre tenía la razón, si la trataba de esa forma era porque ella se lo merecía.

Se miró al espejo y no le gustó nada lo que vio. De repente se dio cuenta de que Iván se equivocaba, ella si tenía algo, tenía una vida, que estaba desperdiciando a su lado, y ese día, en el día de su cumpleaños, tenía una nueva oportunidad para ser feliz. Descubrió que era merecedora de un amor sano, pero que para lograrlo primero debería amarse a sí misma, entendió que muchas personas podrían dañarla, siempre y cuando ella se lo permitiese. Sosteniendo su mirada en el espejo, se compadeció de su suerte, pero una fuerza proveniente de vaya a saber dónde se apoderó de su ser y le dio el coraje suficiente para revertir su tormento.

Estaba decidido, se marcharía, aun no sabía dónde, solo tenía la certeza de que iría hacia su felicidad.

Juntó sus cosas y antes de salir y cerrar la puerta a sus espaldas, sin mirar hacia atrás, sonrió y se dijo: «¡Feliz Cumpleaños!».

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