
«Archivo 81»
Creada por Dan Powell y Marc Sollinger, para un formato de podcast de diez episodios que causara furor en plataformas virtuales, “Archivo 81” cobra vida en la mente de Rebecca Sonnenshine, responsable de adaptar la serie al audiovisual. La dimensión paralela ha sido abierta. Gotas de horror cósmico se filtran por la hendidura, ¿nos atreveremos a mirar más allá? Hay grabaciones que no querremos siquiera escuchar. Se hallan ocultas en el oscuro arcón que contiene una iconografía de sangre y objetos varios de absoluto fetiche. “Archivo 81”, habitante de su propia cosmovisión, adictiva y digna de maratón, ofrece estados de inquietud máxima, celebra rituales de macabra índole lovecraftiana y respira abundante moho lisérgico. Cintas analógicas de sound footage funcionan como exquisito disparador, a medio camino entre la nostalgia y lo espeluznante. Opresiva e inquietante, aspectos fantásticos y terroríficos plantean el dilema que involucra a misteriosas sectas en una comunidad cerrada.
Apreciamos un fondo dramático que propulsa el mentado efecto ‘cabin fever’, en poderosa implementación, y cuyo modismo refiere a expresar situaciones que remiten a la claustrofobia y el peligro circundante, en guiño directo al film slasher de Eli Roth. En este producto, que cuenta con el asesoramiento del experto en el género James Wan, se apuesta a fórmulas reconocidas que mixturan elementos incomprensibles con influencias de referentes cinematográficos como “El Proyecto de Blair Witch” (1999, Eduardo Sánchez/Daniel Myrick), “The Ring” (2002, Hideo Nakata), “El Inquilino” (1975, Roman Polanski) o “Blow Out” (1981, Brian De Palma). “Archivo 81” se abre ante nuestra atenta mirada como un prisma; profundidad psicológica dará paso a un tono más pulp. Abundan guiños a mentores de la talla de Stanley Kubrick y Andrei Tarkovski, sembrando a cada paso multicapas de incógnitas: ¿qué secreto siniestro esconden las cintas magnéticas? La amenaza sobrevuela constante y enigmas no resueltos dejan un extraño sabor, al tiempo que aberraciones diagraman un cliffhanger gigantesco que abre las puertas a una segunda temporada, luego cancelada por la plataforma.

«The OA»
Con dirección de Zal Batmanglij (creador) y Brit Marling (creadora y protagonista), llega a nuestra pantalla doméstica esta extraña mixtura entre “Twin Peaks” y “The Limetown”. Mágica, sugerente y emotiva, “The OA” valida sus credenciales estético-conceptuales ni bien comenzado la primera parte. Los créditos iniciales demoran ¡50 minutos! en develarse, aspecto sumamente llamativo. A nivel técnico, se trata de una obra bellísima, única en el género fantástico que indaga. Un constante rompecabezas en múltiples planos de inquietudes, que abreva en lo sobrenatural y lo holístico, para concebir una impar visión de la ciencia ficción. El misterio que se esconde detrás de una ceguera, la existencia de universos alternos y experiencias cercanas a la muerte conviven en esta serie en donde Brad Pitt oficia como productor ejecutivo Extrañísima gema con destino de culto, que instala en nosotros tamaño interrogante: ¿qué es la conciencia humana? ¿cuál es la fuerza natural que nos conecta? Tiramos del hilo invisible.
De meros espectadores a expertos detectives, un cúmulo de dudas por las que vale la pena aventurarse a descubrir sentidos ocultos toma por completo nuestra atención. Lo racional se ramifica; teorías acerca de dimensionalidades y cierta atmósfera esotérica acaba por sentar los preceptos de una narrativa cuyas mecánicas no siempre debemos de tomarnos en serio. “The OA” prolifera como una extravagante experiencia mística; estamos ante un producto en las antípodas de toda fórmula comercial consabida. Una rara avis dentro planeta Netflix, en donde, paradójicamente e inmersa en un presente con tanto contenido audiovisual por ofrecer y consumir, ha quedado injustamente relegada. Por si fuera poco, posee el agregado de valor artístico que nos invita a apreciar un vuelo cinematográfico para el tratamiento de cámara: movimientos, encuadres y planos expandidos que harán la delicia de todo entendido en la materia.

«Glitch»
Existen antiguos antecedentes sobre el subgénero de zombies en el arte cinematográfico. Recomendable resulta visionar un film como “La Legión de los Hombres sin Almas” (1932), antes de adentrarse en el universo alrededor del cual George A. Romero gestara su magna obra: “La Noche de los Muertos Vivos” (1968). A partir de “The Walking Dead” (2010-2022), han proliferado argumentos de tal estilo en series que plantean la disyuntiva de seres vivos peleando contra entes por la mera supervivencia. Atrapante y con gran expectativa, “Glitch” presenta una ostensible vuelta de tuerca al remanido paradigma hecho de ideas desgastadas. Un giro novedoso e interesante asoma aquí: en un pequeño pueblo ficticio, el despertar de un grupo de personas, en apariencia enteras y saludables, coloca al cuerpo policial y sanitario en completo estado de emergencia. Este nuevo prototipo de zombie no recuerda su verdadera identidad ni los eventos antes ocurridos. ¿Cómo es que siquiera acabaron desenterrando sus propias tumbas?
Ajenos al conocimiento de que estuvieron fallecidos, a diferencia de los clásicos emblemas convencionalistas, entes amenazantes que no poseen raciocinio y buscan alimentarse de humanos, en “Glitch”, lucen inofensivos…y hasta vulnerables. Traspasar los límites del pueblo los desintegra, literalmente. ¿Se trata de un experimento científico? ¿Estamos en presencia de una falla premeditada? Ocurrente, la serie nos presenta un cúmulo de personajes con sentimientos y un pasado que, poco a poco, recordarán. Otrora residentes locales y muertos en diferentes épocas y circunstancias. Producida en Australia, y desarrollándose a lo largo de capítulos de cincuenta minutos de duración, “Glitch” se enfrasca en preguntas sin respuestas, cediendo más pronto que tarde su auténtico peso específico. La inicial intriga planteada a nivel argumental se pierde a lo largo de las subsiguientes temporadas, enredándose en lo previsible y carente de imaginación. Burlando toda táctica ley de buen gusto, llegará a subestimar la inteligencia misma del espectador, presta a contradecir sus bases narrativas primarias, rumbo a un tercera e innecesaria temporada. Un cierre indigno que sepulta bajo paladas de tierra parte de la buena magia augurada.

«El Diablo en Ohio»
Esta novedad de Netflix recurre al formato thriller para abordar la temática de sectas satánicas, un codiciado material en la plataforma. Inspirada en un hecho real ocurrido en Estados Unidos, “El Diablo en Ohio” está basado en el exitoso libro de Daria Polatin, publicado en 2017, quien adapta la presente serie, convertida en inmediato furor. El círculo más escalofriante se cierra sobre los ocho capítulos componentes, mostrándonos a una joven que se comporta de modo anómalo y manipulador. La extraña se interna en la vida de una familia de idílica conformación. A primera vista, nos interpela una paradoja: las apariencias engañan detrás de la cara de ángel que asoma. Ten cuidado a quien hospedas en tu casa, podría aseverarse como acertada premisa. La estabilidad hogareña amenaza con acabar prontamente.
La perspectiva adolescente gana terreno sobre un planteo solapado respecto a la actividad de la mentada secta. El lado oscuro de la religión y los perceptos en extremo estrictos funcionan como disparador principal, dando lugar a múltiples subtramas y tensando las emociones de un espectador que jugará el rol de detective. Generadora de inquietantes atmósferas y estéticamente atractiva, se encuentra protagonizada por Emily Deschanel, Alisha Newton, Sam Jaeger, Tahmoh Penikett, Stacey Farber y la sorprendente Madeleine Arthur. Mientras tanto, nombres propios de fuste como Steven A. Adelson, John Fawcett, Leslie Hope y Brad Anderson se hacen cargo de la dirección de los capítulos.
Categorías:La Pantalla Seriada
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