
EL MARAVILLOSO Y EXTRAÑO MUNDO DE JUAN WASHINGTON FELICE ASTORGA
YO ME TENGO QUE BAÑAR Y A NADIE LE IMPORTA es un perfecto ejemplar de ese tipo de teatro que invita a ganarle la pelea a la angustia existencial, tal y como se adelanta desde su sinopsis…y lo hace planteando grandes dudas existenciales. Con dramaturgia y dirección del inmenso Juan Washington Felice Astorga, la obra coloca en perspectiva el fetiche de querer lastimarse sin poder fenecer, y en cada intento, hallar un nuevo renacer. Allí está la joven Rocío, sufriendo por falta de amor, contención y comprensión. ¿Elegirá huir o dar pelea? Su carencia es un conmovedor grito que sale de las entrañas. Se parece a «Mouchette», pero no es. ¿Recuerdan la protagonista del antológico y homónimo film de Robert Bresson, suicidándose en un acto casi lúdico?. Pero no, es más profundo aún: es el grito de una mujer de nuestro tiempo y lugar, de un ser, que no encaja dentro de determinados patrones socio-culturales.
Hay obras que nos interpelan desde el título mismo. ¿Qué ocurre cuando un acto tan privado, necesario y rutinario pasa desapercibido ante la mirada de aquellos con quienes compartimos un mismo techo? El disparador inicial de aquellas palabras que parecen amontonarse conformando uno (o más) significados es mucho más que la inmediata curiosidad de una extraña y original concatenación. La clave es asumir la propia entidad. Alguna vez escuché a miembros del elenco en una entrevista, citar al sabio Norman Briski, afirmando que un intérprete es un creador de existencias. Resuenan las palabras del maestro, y en tanto ‘no se es’ según lo que las etiquetas sociales indican, la puesta en duda de la verdadera esencia nos llevará hacia diferentes valorizaciones morales, para luego interrogarnos: ¿cómo funcionamos dentro de una sociedad? ¿cuántos sueños dejamos por cumplir, anclados en el hastío de una rutina que acumula cansancio en el cuerpo y desperdicia años de plenitud y provecho?
Aquí, la bohemia y la sensibilidad son bienvenidas; las luces se apagan y ya formamos parte del maravilloso ritual, intentando descifrar de qué se trata esta obra, llamativamente rotulada como realismo mágico. El paréntesis atenúa. Y, si bien lo que descubrimos a continuación es un drama contado en plano real, existirán momentos en donde se desarrollarán situaciones oníricas que puedan leerse como realismo mágico. Todo depende del cristal (o del verosímil) a través del cual miremos. Pero miremos de cerca, ¿cuánto podremos sostener una mirada? No costará demasiado discernir qué es lo auténtico y qué lo ilusorio, dentro de estas historias entrelazadas. A veces, o casi siempre, son parte de lo mismo: dos caras de una misma moneda. Nos dejamos llevar por la fantasía: no hay telón, hay andamios. El teatro está cerca del público y los escenarios se van modificando mientras sucede una obra plagada de riqueza, matices y profundidad. Brevemente, de un acto a otro, las luces se intensifican. Los elementos van transformándose y la intimidad del teatro permite a los actores percibir al espectador con cercanía. Nos sentimos parte.
Una decena de personajes dota de vida a la obra, siendo, cada uno de ellos, eslabones de un magno ecosistema. Dentro de múltiples lecturas y sentidos posibles, podría interpretarse al relato como una abierta crítica al sistema capitalista y opresor. Hay un mundo hostil allí afuera, esperando, acechando: capitalismo es canibalismo sin rastro alguno de belleza. Mientras, dentro de las paredes del nosocomio, todo (o casi todo) puede pasar ¿Es posible una causa artística sin motivación? <<Se escribe para no trabajar>>, canta Rocío, y el oficio suele ser por amor al arte…dirán algunos exitistas. La libertad, sabemos, está en hacer lo que amamos y podemos ofrendar. Qué es aquello que parte de la pasión, aunque casi siempre hagamos con nuestras vidas ni más ni menos que lo que exactamente está al alcance. Allí está Rocío, bajando ideas, lapicera (o tijeras) en mano; y Julia, su fiel enfermera, su cómplice, consejera y tanto más, haciendo las veces de dactilógrafa: escribir es concebido como un acto catártico, masturbatorio. Algo que el sistema alienta poco y nada, tildándonos de inmaduros y anclándonos en el oprobio que merecen esos estadios rebeldes, incapaces de llenar las expectativas familiares. Con la libido por el suelo, Rocío asoma a su propio abismo: es un grito de auxilio en irreparable desencanto con su existencia.
Los intentos de suicidio perpetrados, si algo tienen, es contundencia. Cinco en total no bastaron, y el último fue el más violento de todos. Sin embargo, a Rocío le faltó puntería; siempre algo fortuito la salva a tiempo. Dicen los números, siempre tan fríos, que por cada consumación hay veinte intentos. Rocío sopla treinta y cinco velas y agota otra vida felina. La tragedia acerca del intento fallido quizás quiera decirnos que, en el fondo de las cosas, querer vivir con tanta fuerza se transforme en el deseo de muerte inversamente proporcional. Opuestos espejados, Eros y Tánatos siempre juegan su juego, y más aún, en esta obra en donde los extremos acaban uniéndose. Paradójicamente, Moebius y Uróboros atraviesan algunas de las referencias mencionadas, a través de diálogos subidos de tono que no escatimarán escatología ni filosofía a granel. A fin de cuentas, la condición humana se resume más fácilmente de lo que prevemos. Los días pasan, y Rocío continúa encerrada en la clínica (¿o es un manicomio?, a juzgar por semejante compañía…) No abundarán indicios que regalen una mirada más optimista de la existencia…si acaso hiciera falta consuelo, todos padecemos -quién más, quién menos- las mismas postergaciones. La cama no es un lecho de rosas y el amor una droga extraña. Vivimos de duelo en duelo por aquel sueño perdido. Esa herida sangra dolor y la memoria emotiva de Rocío quedó presa del recuerdo traumático que no deja de drenar. La joven saliva insultos.
Colores y atmósferas de un mundo salvajemente extraño se abren ante nuestros ojos, y, a cada tramo, la obra gana en intensidad, reflexión, poesía y compromiso. Conviven en ella varias piezas en una; en la representación teatral adquieren protagonismo variopintas figuras, y Felice Astorga se muestra como un experto conocedor del universo femenino, colándose bajo la piel de sus roles femeninos protagónicos, comprendiendo sus deseos, motivaciones y frustraciones. Dentro de la institución, los parámetros menos verosímiles tienen lugar y son parte de un juego que va adquiriendo un carácter más y más bizarro. Se pronuncia con acierto acerca de la sanidad mental y la labor en los hospitales; algunos engranajes de la gran maquinaria que llamamos sistema suelen operar con extrema fragilidad. La asistencia, física y emocional, es un acto de amor…también la compasión. No hay secretos en la habitación y de la intimidad ya todos somos parte. Allí está Rocío, nuevamente, entumecida por costumbre. La medicina de Occidente nos hace ingerir pastillas que no curarán a nadie. ¿Quién alimenta el síntoma? Interrogantes de peso se acumulan, mientras la obra inspecciona la condición humana y se adorna de guiños maradonianos portadores de sabiduría popular. La mirada se vuelve macro. Aparecen más guiños, algunos de tinte almodovarianos.
Pinceladas desopilantes surcan el texto, y, a lo largo de sus ciento sesenta minutos de duración, YMTQBYANLI fluye entre deliciosos parlamentos que chocan y se retroalimentan de doble sentido. Una gran puesta en escena cobija a estos desprotegidos caídos del sistema; cada uno de ellos se dividirá protagonismo a medida que la misma avanza. Es la historia de una sobreviviente y su pugna por encontrar la propia voz y una razón a la propia vida…suena una bella melodía de bandoneón y el fuelle expele el aire…la brisa ahora es un zumbido, la mente de Rocío un vendaval de preguntas sin respuestas y la dedicada bandoneonista la voz de su conciencia. Grandes verdades anidan en la obra, estableciendo fuertes nexos entre sus caracteres. Una prostituta que no puede salir de la dependencia, una enfermera que se considera a sí misma ‘un caso literario en absoluto de interés’, una travesti víctima de una sociedad que vive encasillando, cercenando y maniatando, una paciente que lleva siglos esperando encontrarse con sus hijos y una madre represora que no sabe renunciar al alto costo de sus expectativas. Son personajes femeninos de enorme belleza y potencia, seguras de poder emitir un juicio de valor, como integrantes de una sociedad que rebasa de hipocresía. Cada una de ellas cuenta con un peso específico propio que acabará influyendo en la vida de Rocío.
Semanas después del accidente, según nos es relatado, Rocío, más por abulia que por deseo, regresa a casa y el banquete parece de última cena. Un golpe en la mesa -seguido de otro, y de otro- hará volar por los aires toda impostura habida y por haber. En la carcajada que produce lo terrible de algunos roles desenvueltos encontraremos sosiego al hartazgo de la realidad, que a todos, más tarde o más pronto, nos alcanza. La magnífica escritura de Felice Astorga nos enseña que el llanto y la risa pueden convivir en un mismo gesto; la dramaturgia advierte que a la violencia no deberá descuidar su dosis de humor. Desfachatado y lisérgico, el texto dosifica con eximia pericia la sátira y el absurdo. Al compás de un comiquísimo paso de baile se anuncian verdades. Guitarra en mano, el payador apura un estribillo porque no sabe cómo vivir sin el amor de su muchacha. Habrá también una serie de partes médicos que nos incomodarán; incredulidad no nos falta. Y, por último, una carta (más un libro) escritos con sangre, porque sino mancha no es poesía. Al fin y al cabo, solo buscamos un lugar y un espacio para ser, porque el peor panorama posible puede ser el de aquel terror que no tiene fin. Y no hay temor existencial más grande. YMTQBYANLI es teatro con mayúsculas.


Ficha Técnica Completa:
Dramaturgia y Dirección: Juan Washington Felice Astorga
Actúan: Gastón Quiroga – Dr. Godinez, Nahir De Ciancio – Rocío, Daniela Colucci – Enfermera, Sergio Villarruel – Ariel, Patricio Franchi – Micaela, Marcelo Pañale – Novio, Florencia Collaud – Mujer, Marisa Picollo – Mujer II, Guillermo Bechthold – Padre, Carolina Faraci – Madre, Malena De Arregui – Bandoneonista, Marisa Alfonso – Psicóloga, Franco Mastropietro – Camillero
Asistente de Dirección: Franco Mastropietro
Diseño de Escenografía: Francisco de Borja Caballero y Molina, Guillermo Bechthold, Juan Washington Felice Astorga
Realización de Escenografía: Guillermo Jorge Bechthold
Diseño Vestuario: Emme Vazquez
Vestuario: Francina Lamelza, Alicia Rozental
Música original: Marcelo Pañale, Jimena Slame, Malena De Arregui
Operación de Sonido: Melina Luna, Luigi Longone
Bandoneón: Malena De Arregui
Coreografía: Agustina Pelaez
Efectos especiales y maquillaje: Federico Soares
Fotografía: Alejandro Aratta
Gráfica: Juan Pablo Davin
Prensa: TEHAGOLAPRENSA
Categorías:En Escena
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