
SENTIR, DECIDIR, SER
De flamante estreno en la cartelera porteña, “Yo Soy Mi Propia Mujer” representa la tercera vez en que Julio Chávez, en esta ocasión en doble labor de intérprete y director, retoma la historia de vida de Charlotte von Mahlsdorf. Se trata de la fundadora del museo Gründerzeitmuseum im Gutshaus Mahlsdorf, nacida en 1928, en una pequeña población en las afueras de Berlín del Este. Varias realidades convergen en esta existencia de extravagante novela de ficción, hecha de paradojas: travesti, coleccionista de un sinfín de objetos antiguos, convicta por un crimen cometido en defensa propia, agente secreto de la Stasi, anfitriona de un bar clandestino, emigrante a Suecia…y, principalmente, musa inspiradora del dramaturgo y libretista norteamericano Doug Wright. Un personaje con matices y claroscuros que nos invita a descubrir su belleza, con la fascinación de quien observa una figura poliédrica.
Sus anteriores puestas datan de 2007 y 2016, respectivamente, con dirección del maestro Agustín Alezzo, y, para Chávez -un auténtico animal de teatro- el desafío actual requiere de saber pulsar, con eximia sensibilidad, aquellas mismas emociones de un texto inalterable al paso del tiempo. El lobo aúlla, muestra los dientes y se camufla: el inmenso Julio echa a andar, ante nuestra atenta contemplación, su magnífica maquinaria actoral. Miradas, voces, posturas. Una labor en extremo exigente y formidable, retornando a una multipremiada pieza abordada con una óptica renovada, que adquiere pertinente magnitud, pronunciándose acerca de la atávica violencia de género y del derecho a la libertad en cualquiera de sus manifestaciones. El texto es demandante y allí está Julio, carismático, magnético y adueñándose del escenario. Enalteciendo cada parlamento como sólo él sabe y componiendo roles sumamente desafiantes; también consciente de la sabiduría que nos brinda comprender el mismo paisaje, pero bajo perspectivas antes no exploradas.
Repensar un material no solamente permite al intérprete validarse como tal; probablemente la obra misma, nutriéndose de diversas fuentes y transcripciones de entrevistas, esté mutando con el transcurrir de los años. El propio Wright cavila: ¿es acaso una osadía que un escritor pretenda comprender el tránsito íntegro de un siglo a través de la opinión que forma sobre un determinado personaje? El espectador, imprescindible elemento pensante y participante, imagina a una mujer en el acto de construcción que nace desde el deseo y la pasión de un escritor por contar (y abarcar) una historia que condensa el discurrir de décadas -desde la posguerra a la caída del muro- y esconde, en sus pliegues, en lo trascendente y en lo anecdótico, más de un sentido presto a ser revelado. Bajo la piel de su objeto de estudio, el incisivo Wright lleva a cabo un viaje de comprensión, interés y entendimiento acerca de una experiencia humana transformadora. Charlotte es una piedra preciosa e inalcanzable que despierta fascinación; un trayecto de vida hecho de misterio y cierta opacidad. El viaje hacia ella es también, para el autor, un encuentro consigo mismo.
“Yo Soy Mi Propia Mujer”, con adaptación de los siempre brillantes Fernando Masllorens y Federico González Del Pino, propone, un diálogo entre múltiples personajes, una vez que el singular Alfred hace su entrada en escena. El vínculo establecido con Charlotte nos provee de indicios acerca de un amor nada convencional, tal vez no explicitado…hasta que un hecho que no conviene adelantar altera por siempre la vida de ambos. Se suman capas de profundidad y, desde el punto de vista del espectador, la empatía por determinada vivencia transitada por la protagonista no es, en exclusivo y no obstante, limitante por la elección sexual individual. Hablamos de una (o varias) voces que el genio de Julio reproduce y que responden a un contexto cronológico, social y cultural, síntomas de la urgente formulación de tamaños interrogantes acerca de la propia identidad. En Charlotte, apreciamos una mixtura muy particular de acciones, sensaciones y pulsiones. Texturas que brindan una identidad a un tiempo específico, en medio de una Alemania sumida en profundos cambios políticos. Wright, en itinerante labor periodística y de investigación, se muestra como un gran articulador a la hora de retratar a un enigma. Ella, con sagacidad y efectivas estrategias, sabe bien como esquivar preguntas punzantes.
El encanto y deslumbramiento nos invita a develar zonas difusas descubiertas, también por el autor, a medida que culmina una labor que se asume inacabada. En la figura delineada divisamos una fortaleza interior digna de asombro, y, en lo sutil de cada gesto de Chávez, el dolor que emana de sus estigmas…la huella identitaria. En la Alemania Nazi en donde una joven Charlotte se forjó el derecho a ejercer la libertad individual -y no solo ideológica- podría costarle a cualquier ciudadano su vida y, la protagonista aquí fue de aquellas pioneras que nos llevan a revalorizar, en tiempos de inclusión y apertura, la valentía de anteponer el valor de autonomía al horror de traicionar los propios ideales. La Biblia que te acompañará por siempre, diría la tía Louise, mientras líneas de antiquísimo libro aseguran que no existen dos seres humanos idénticos y en todo lo masculino hallaremos su componente (su complemento) femenino, y viceversa. O acaso sea la misma mesa que no discrimine o prejuzgue a quien se sienta a tu lado, soñará Charlotte.
Una foto, una medalla o un papel arrugado serán pequeños tesoros que recordarán y atestiguarán aquello que fuimos. El dilema reside en mostrarse como tal u ocultarse; sabemos que una verdad -o un recorte de lo real- podría llegar a sostenerse más por incertidumbres, ausencias e inconsistencias que por nociones que aseguremos a rajatabla. Caída la última de las máscaras, Charlotte se quiebra por última vez dirigiéndose a su madre…naturaleza es instinto: el tigre guarda sus garras. El teatro se rinde a sus pies, Chávez nos ha cautivado una vez más.
Categorías:En Escena
Deja una respuesta