
EL DÍA QUE EL MUNDO SE DETUVO SOBRE UN TRAPECIO
Atlanta (Georgia), martes 10 de mayo de 2022. Un caballero se despide…
El pasado mes de febrero, la noticia nos sacudió el alma. Un sismo devastador, deseando que sea un mal sueño, habiéndote echado en falta todo este tiempo. Enrique Bunbury, hombre de acción y epítome de integridad, anunciaba la triste decisión que sus fans se negaban a leer, a digerir, a aceptar. Su retiro de la escena impactaba en este mundo distópico, unas breves pero contundentes líneas se explayaban acerca de los términos de su rendición. El newsletter, firmado por el propio EB, poseía, si citamos a una de sus canciones, una sensatez abrumadora. Aún sin palabras sabias capaces de mitigar lo impostergable de todo dolor, preferimos apostar por el rock and roll. Lo increíble de tal condición indicaba que los meses siguientes fraguarían un último tour de despedida, más improvisado que deseado. Algo dentro nuestro, profundo, anidaba en el corazón…la realidad nos empañaba el ánimo. Será tan aburrido y desgraciado que ya no nos puedas cantar. No obstante, primero el bienestar del ser humano, antes que el egoísmo de hacer del músico un trofeo para nuestro paladar, deseamos tu recuperación. Las energías estaban puestas allí y lo siguen estando.
El momento es de absoluta privacidad e intimidad. Un artista se mira frente al espejo de la propia finitud artística, sabiendo del impedimento físico que no le permitirá seguir haciendo, noche a noche, en la carretera, surcando caminos, horizontes y fronteras; aquello que ama, por lo que sangra, lucha y respira. Actuar ante miles de fans debe ser una función festiva, un acto que dignifica la profesión; el amargo reverso nos muestra su cara más cruel: una serie de sintomatologías físicas lo acaba convirtiendo en un calvario, en una condena. Fuente de todo padecimiento, la celda nunca es zona de confort. Perdida su naturaleza, imposibilitada la recuperación y habiendo transitado estadios en extremo dificultosos, se terminan por doblegar las fuerzas del artista. Es mejor dejarlo a tiempo, mal que le pese al protagonista de esta odisea. La decisión es harto compleja de tomar, nos duele en el alma a todos. No hubo otra posibilidad, hay contratos que deben cancelarse. El universo bunburyano se llenó de incertidumbre, la espera había sido insostenible, deseando ver a su artista preferido. ¿Podrá la suerte tocarnos si se balancea un poco? Esperábamos cualquier desenlace, menos vislumbrar los restos de tu naufragio.
Cada recital de música es un acto chamánico, una ceremonia, un instante de plena comunión entre aquella figura idolatrada y todo fan que, al otro lado de la pared, se rompe todo tipo de línea divisoria, vibrando al unísono cada oyente con su artista predilecto. Acto mágico al fin consumado, la resonancia bendita. Alquímica providencia, el cielo ha sido testigo de esas noches de shows para guardar en la retina. Desde la piel del músico, podemos proyectar esa génesis, ese resplandor. Es una conexión indivisible a aquel instante de descubrimiento vital en donde se revela la vocación. Aquel prodigio, llamémoslo Enrique Bunbury, joven con deseos de ser artista musical que contempla sobre un escenario a una figura que admira. Es un chico observando el infinito. Esa huella a seguir, deslumbramiento. Ese hilo embrionario, un espacio donde ser y estar; ese espacio que ahora ha quedado vacío sin ti, tan blue. Danos bujías para el dolor.
Actuar sobre un escenario no lo es todo para el músico, cierto. Pero es gran parte de su carrera. Es revisitar el repertorio histórico, es volver a hacer presente viejas canciones, diversas etapas y tan disímiles momentos que confluyen durante dos horas de show, cada noche. Es conectar con la propia obra, es reinventarse, es el acto de entrega total. Es escuchar ese aplauso ensordecedor, es un teatro rendido a tus pies, es ese abrazo de bis. Es prolongar esas músicas, coreadas y multiplicadas, convertidas en himno inmortal por un extraño designio de las musas, del papel a ser parte del aire, ante los atentos oídos de las nuevas generaciones…o la nostálgica vieja guardia que sabe del aguante importante; hasta que las piernas no respondan y las fuerzas fallen, los brazos siempre querrán alcanzarte. Adrenalina pura. Es ofrecer a los ojos del mundo tu flamante obra, carta de presentación sin fecha de caducidad. Es una bocanada de aire, es el pulso sin descanso, es un viaje en el tiempo. Es tu legado, allí, salvajemente vivo, en perpetua transformación. Libro de mutación a descubrir.
En una de sus últimas canciones a la fecha, Enrique Bunbury nos advierte acerca de ciclos que deberán detenerse. La consecuencia, inevitable: la juventud no nos acompañará los próximos mil años. ¿Hemos estado lo suficientemente atentos y receptivos? Poco podemos opinar, solo conmovernos, como amantes de la música y respetuosos de su arte, el instante es crucial. Habiendo llegado hasta aquí, que ya es decir. El retiro de los escenarios no es un acontecimiento menor para un músico. Han habido diferentes circunstancias y factores intervinientes. Eric Clapton y Phil Collins han especulado o anunciado, respectivamente, acerca de su retiro por problemas de salud. La tragedia irremediable no encontró salida sanadora posible en las vidas de Scott Weiland y Chris Cornell, en pleno tour. Prince y Michael Jackson se subieron a un escenario, por última vez, arrastrando severas dolencias físicas y profundas heridas espirituales. David Bowie dijo basta a los 55 años, rumbo al ostracismo. Leonard Cohen coqueteó con la idea varias veces. Axl Rose se convirtió en un músico proscrito en el ápice de sus facultades. Andrés Calamaro optó por lo propio, camino a su exilio de fin de siglo. Indio Solari supo reconocerlo, no sin hondo pesar, en el último de sus shows fundamentalistas para luego convertirse en un holograma.
En la pasada semana, mediante un anuncio en sus redes personales, Bunbury nos derrumbó con la más temida verdad. La cancelación de los conciertos pactados para Estados Unidos y España, en el tramo final de la gira que se preveía como un abrupto desenlace a la primigenia idea de EB, de girar por todo el mundo celebrando sus treinta y cinco años en la música. Impensado como todo se desenvolvió, algo en el cuadro no encajaba. Ingrato para una figura de semejante tamaño, se merecía una despedida acorde y no subrepticiamente interrumpida. Injusto epílogo para sus fervientes fans alrededor del globo, existen planes divinos que no controlamos. Cabe preguntarnos, desde la cultura rock, ¿qué pierde la música sin Enrique Bunbury sobre un escenario? Demasiado, muchísimo. El vacío es sideral, el daño irreparable. Sin miedo a exagerar, podríamos afirmar que pierde al más excelso performer de la actualidad. A un cantante inmaculado, a un compositor inspiradísimo y a un frontman magnético. Las destrezas y aptitudes de Bunbury lo convierten en una especie en extinción a la hora de ejecutar su arte sobre las tablas. Se lo echará de menos por siempre.
Bunbury, aquel que supo reinventarse y llevar su carrera solista a terrenos ambiciosos, de permanente experimentación y superación. Bunbury, precoz alma mater de “Héroes del Silencio”, hacedor de “El Huracán Ambulante” y “Los Santos Inocentes”. Bunbury, insurgente y disidente. Bunbury, dueño de la actitud correcta, reencarnando a Morrison, refundando el mito de Elvis, dejando boquiabierto a Jagger. Tres grandes rockstars con los que se codea, de tú a tú, sin deberle un céntimo a ninguno de ellos. Bunbury, el arrojo y la autenticidad total. La voz que cualquier mortal envidia. Las destrezas de bailarín en intensiva levitación. Ese maldito duende, un poco tuyo, de todo el mundo, lanzándose a la multitud para mirar a los ojos a cada fan y estrechar sus manos. Nos lo dio todo hasta que no pudo más, celebremos su legado. No lo olvidemos.
Toda herida curará y tu instrumento de bendito cantor sanará. Solo el futuro sabrá que rumbos te depara tu arte, mientras desde aquí, quienes te admiramos y consumimos tu obra, aguardamos por nuevos discos a raudales. Nos da infinita curiosidad tu veta poética y pictórica, plena de talento. Sabemos que nunca vas a quedarte quieto y la salida es siempre hacia dentro. A pie de letra te leemos: huyendo también se llega a algún lugar; perdura en nosotros tu enseñanza, maestro. Una desconocida dimensión, otra nueva oportunidad será tu estrategia oblicua y no fallarás esta vez. Bunbury y las mil caras de lo posible, rompiendo el espejo de la propia indecisión. ¿Hasta donde alcanza la vista? A no bajar los brazos, aragonés errante, tu brújula será tu expectativa. Ya de sobra lo sabes, un hombre delgado jamás flaquea. No cumplas, no lo intentes siquiera, el designio de aquello de «una retirada a tiempo…». Sabemos que tu monumental fortaleza interior sabrá sortear esta gran ola y no será esta la hora final.
Conmemorando tu obra, Enrique, hemos aprendido la lección y nos ha alumbrado tu magnificencia lírica, de modo profético, con anterioridad. Solo debemos estar atentos a esa señal, mientras tus discos siguen sonando, girando eterno. ¿A que sueño pertenece tu destino, héroe de leyenda? Puede un presente tan aciago indicarnos lo contrario, pero la esperanza es lo último que se pierde y el porvenir suele ser insondable. A veces, si se me permite la licencia, al mundo hay que deshacerlo. Quisiera puedas refrendar esas palabras, EB, siempre dispuestas a alcanzarte en golpes de rima o de kung-fú: ¿será mejor dejar la luz encendida? ¿y si, acaso, lo mejor espera a la vuelta de la esquina? Frente a frente, queda tanto de qué hablar…
Categorías:Alta Fidelidad
Deja una respuesta