
La Condesa se mecía en su soberbio sillón estilo Luis XV, mientras recordaba la gran fiesta que había brindado la noche anterior. El evento resultó todo un éxito, gracias a que ella era una anfitriona sensacional. La vida en el palacio era su mundo y fuera de él se sentía perdida, razón por la cual jamás salía de los muros de su hogar. Vivía sola con su séquito de empleados, que siempre cuidaban de su bienestar. Había enviudado muchos años atrás, tantos que ya no los recordaba con exactitud, pero si lo recordaba a él, a su flamante marido, el Conde Frederic Dumont. Se habían amado mucho, pero ese amor no dio sus frutos. La Condesa solo tenía sus lujos, sus sirvientes, varias amistades y un puñado de recuerdos que la ayudaban a sobrevivir. Estaba absorta en sus pensamientos, cuando vio que la enorme puerta de su acogedora habitación se abría. Seguramente era la hora del té, y sus mucamas se lo traerían en la impecable vajilla de porcelana sobre la tradicional bandeja de plata. Dos mujeres de uniformes blancos atravesaron la puerta y miraron a La Condesa con compasión. Parecía haber amanecido tranquila, por lo que la despojaron del chaleco de fuerza. En los diez años que llevaba internada en el psiquiátrico, jamás había recibido una visita. No conocían su verdadero nombre, para todos era «La Condesa», título otorgado por ella misma, producto de sus delirios. Para la anciana, ese deprimente lugar era su castillo de ensueño y veía belleza donde todo era horror. Era el regalo que le hacia su mente para sobrellevar una existencia tan vacía. La Condesa sonrió a las dos mujeres, era hora de prepararse para el gran baile de aquella noche.
CARPE DIEM: CUENTOS PARA DISFRUTAR EL MOMENTO (2021, EDITORIAL DE AUTORES DE ARGENTINA)
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