
AGENTES 355 – Puntaje: 3 / Mujeres en acción, mujeres de armas tomar, mujeres al ataque. Espectadores cinéfilos al borde de una butaca o al borde de un ataque, y no almodovariano, aunque los nervios traicionen si el buen gusto no avisa que brillará por su ausencia. «Agentes 355» puede concatenar, en sus excesivas dos horas de duración, todos los recursos, estereotipos y convenciones habidas y por haber en films precedentes de su estilo. Hollywood se encarga de entender las alarmas y sellar la sentencia máxima a una enfermedad de pronóstico incurable. El cine es cada vez menos lo que era, en tiempos donde películas como la presente consiguen salas de exhibición en detrimento de pares que harían la delicia de todo amante del séptimo arte. Que el flamante film de Pedro Almodóvar se estrene en salas en número reducido es un sacrilegio. Que hayan rotulado de fracaso y quitado de cartelera en Norteamérica a la última obra de arte de Joel Coen (sellando su nula suerte para las salas del resto del mundo) es un claro indicativo de tan nefasto panorama. Don Shakespeare y Don Pedro (casi) directo al streaming. Bochornoso.
Sin embargo, apuestas como «Agentes 355» no agotarán su interés para los fines taquilleros que olvidan la esencia. Los tiempos cambian. El film de Simon Kinberg corre peor suerte que el intento de revivir la franquicia «Ocean’s» bajo un cast de lujo femenino. La memoria nos lleva directamente hacia «Los Ángeles de Charlie». Porque no al logrado relato coral femenino de Steve McQueen en «Viudas». Ha habido antecedentes mejores. Nada que objetar al cuarteto estelar de divas listas para emprender la misión aquí. Penélope Cruz (¿colombiana!?), Jessica Chastain, Diane Kruger y Lupita Nyong’o entregan cuerpo y alma. Bendito seas Edgar Ramírez entre todas las mujeres. También arroja el cuarteto de damas elegidas la singularidad de sus respectivas procedencias, consecuente con un ejemplar globalizado, acorde a los tiempos que corren. La corrección política que cumple su máxima incontrastable: hay lugar para todas. Pero la fórmula segura no garantizará calidad, más bien asegurará la consumación de ese tipo de refritos pasatistas y de nulo carácter. Las escenas de acción se acumulan, pretendiendo disuadir toda clase de vacío argumental. La reunión femenina imposta empoderamiento e igualdad de oportunidades, pero acaba siendo tan solo la fachada, el envoltorio, de un producto deficiente y nimio. Copia certificada de nimios productos para la dispersión millennial.

SCREAM 5 – Puntaje: 4 / En 1996, Wes Craven se convirtió en uno de los principales responsables de reformular las bases del siempre transitado cine de terror. «Scream» fue un absoluto suceso de taquilla y puso de moda al género bajo la rendidora fórmula de adolescentes en peligro, victimas del acoso de un asesino serial. Por supuesto, esto no era nada nuevo. John Carpenter, otro vital referente del género contemporáneo, lo había hecho con «Halloween», en 1978. El propio Craven había creado a uno de los villanos más terroríficos, Freddy Krueger. Aquí, repite la gesta con Ghostface, antológico malvado oculto tras la icónica máscara. El nacimiento de la franquicia «Scream» fue posible gracias a una reunión de talento con ideas innovadoras. El guionista Kevin Williamson (el mismo responsable de series como «The Following») se encargó del diseño de personajes. Marco Beltrami compuso la magnífica banda sonora. El escalofrío no tardó en atravesar nuestra espina dorsal y el gesto de horror se traslució en la hoja del cuchillo. Luego vinieron las secuelas, hasta llegar a la cuarta entrega. Lamentablemente, Craven falleció en 2015. Si uno revisa los créditos del presente film, ninguna de las cabezas creativas pertenecen al legado de la franquicia. Williamson solo cumple labores de producción (compartidas). La nostalgia completa su arco, pudiendo disfrutar de David Arquette y Courtney Cox. También maravillarnos por lo bien que envejece Neve Campbell. Por lo demás, un cúmulo de lugares comunes diluye rápidamente la propuesta. Todo lo esperable termina por acontecer. Toda secuela concebida en eterno bucle cae por el propio peso de su levedad. ¿Realmente era necesario? Vale preguntarse qué hubiera opinado el realizador de «Las Colinas Tienen Ojos» y «La Serpiente y el Arco Iris». No solo con sangre puede mancharse un legado…

EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS – Puntaje: 6 / En 1947, Edward Goulding estrena “El Callejón las Almas Perdidas”, con protagónico de Tyrone Power. Setenta y cinco años después, Guillermo Del Toro emprende la primera remake de su carrera, rodeándose de un elenco estelar y echando mano a su siempre atractiva concepción visual. Adaptando una historia que se desarrolla en el año 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, la nueva versión de “El Callejón de las Almas Perdidas” nos presenta una variopinta galería de personajes amorales, corruptos y pendencieros, quienes trazan una mirada bastante pesimista acerca de la condición humana. Del metraje original (110 minutos minutos), el realizador mexicano ambiciona lo suficiente como para llevar su propuesta a un total de dos horas y media de duración. Excesivo metraje en pos de adaptar la novela autoría de William L. Gresham, en 1946. Conservando el espíritu noir clásico, el film se rodea de extravagantes criaturas, atraviesa pasadizos decadentes y mira directo hacia el abismo que cobija a estos seres expulsados del sistema. Un halo de tragedia, tanto como de hipnotizante magia reviste a un argumento fragmentado que resiente, por tramos, la homogeneidad que ofrece la historia a nivel narrativo. Las ferias de excentricidades eleva a la enésima potencia el fetiche por las monstruosidades y deformidades. Del Toro, un obseso de los gabinetes de curiosidades (su panteón fantástico se encuentra reunido en el libro homónimo que editara el cineasta) examina los límites de su propia fijación, conservando en formol horrorosas maravillas dignas de estudio científico. Cae la noche y siempre llueve, una atmósfera apropiada para que el carnival show ensaye su número más dantesco. A lo largo del film, abundarán magnates poderosos con oscuros secretos, una mujer fatal dispuesta a encandilar con sus encantos a todo incauto perdedor y un misterioso buscavidas tratando de escapar de su traumático pasado.
El responsable de grandes films como “La Cumbre Escarlata”, “El Laberinto del Fauno” o “La Sombra del Agua” mantiene impoluto su sello; mueve su cámara con precisa inventiva, mientras la fotografía de Dan Lausten nos subyuga captando auténticas postales. La música de Alexandre Desplat hace las mieles para nuestros oídos y el próximo juego de prestidigitación se dispone a hipnotizarnos. Del Toro es un esteta de la imagen, un arquitecto de escenarios atento a cada detalle. Su manejo de la puesta en escena no cesa de sorprendernos. Creer o reventar, un buen ilusionista no devela jamás el truco. Un estafador guarda un as bajo la manga y la película muta a un tono policial que resguarda los modos de antaño. A riesgo de perder en el camino cierta porción de su verosímil e incluso cuando el ingenio del director merecía una mejor historia entre sus manos. Dentro del suculento cast, algunos personajes corren mejor suerte que otros. El siempre inconmensurable Willem Dafoe desaparece sin dejar rastro, los enormes Toni Collette y Ron Pearlman merecían mejor suerte, mientras que a Cate Blanchett le alcanzan apenas un puñado de escenas para mostrar su gloriosa valía actoral. Richard Jenkins está proverbial y Rooney Mara cae víctima del pobre personaje que le cayera en suerte. Lo mismo podríamos decir del funesto desenlace que arrastra a David Strathairn y Mary Steenburgen. No obstante, la película entera pertenece a Bradley Cooper, quien regresa a la gran pantalla luego de una prolongada ausencia de cuatro años -no lo veíamos desde “Nace una Estrella”, 2018-. La encomiable escena final arroja una verdad incontrastable: el talento actoral de Cooper no tiene techo; no menos evidente resulta el desenlace, a la hora de exponer, en carne viva y a corazón abierto, el último de los dilemas existenciales que aprisiona el gesto devastado de un alma condenada por sus propios pecados.
Podría ser la reflexión acerca de la finitud de la vida, que cita a Albert Camus promediando el film. ¿Vale la pena seguir? Pero no, el auténtico absurdo, la inexpugnable farsa de la vida, sea -quizás- convertirte en aquel monstruo al que alguna vez dejaste librado a su suerte. Al fin, nacimos para eso. Be aware what you wish for…no hay escapatoria posible de un laberinto sin punto de salida. Ya estábamos advertidos, el fuego no podía consumir el asombro ni Del Toro jamás fijará el estándar de su interminable pesadilla cinéfila bajo el molde de esta nostálgica fábula moral.

ECOS DE UN CRIMEN / Puntaje: 3 – Las películas sobre escritores ficticios, traumados en igual medida que puestos en peligro de vida, constituyen todo un género en sí. La mente se pone en blanco, el writer’s block ejecuta su estocada final. Vaciada la imaginación y consumado el episodio de crisis creativa, no hay nada mejor que buscar un destino desconocido, fuera de toda zona de confort con tal de estimular a las renuentes musas. Se trabaja bajo presión, la editorial nos exige la entrega de la versión final sobre la última secuela de aquella franquicia furor de ventas. Así es que el cine, aún a riesgo de reformular recetas preconcebidas hasta el cansancio, ha fraguado interesantes relatos como el policial onírico «La Ventana Secreta» (2004), de David Koeep. Pensemos en el escándalo inesperado que echa a andar la asfixiante maquinaria de «El Escritor Fantasma» (2010), de Roman Polanski. Todo un referente por sí mismo lo constituye «Misery» (1990), sobre la novela de Stephen King y dirigida por Rob Reiner: estábamos advertidos, los fanatismos extremos pueden concluir de la peor manera. Podrían acopiarse, todas y cada una de ellas, bajo la infinita saga sustentada ‘bajo hechos reales’. Stranger than fiction…
Veintitrés años han pasado de aquella gema de culto del cine independiente argentino. El relato en blanco y negro «76 89 03» iluminó al medio nacional de fin de siglo. ¿Qué rastros de tal búsqueda estética quedan en el director y guionista Cristian Bernard?. «Ecos de un Crimen» es un producto de género, una manufactura del cine comercial. Respeta todos los estereotipos, a pies juntillas cumple con el probado ABC de manual. Cuenta con financiación extranjera (Warner y HBO Max), aspecto que nos lleva a pensar en que estamos frente a un producto serio. ¿Lo estamos? Técnicamente inobjetable, fotografía, banda sonora y puesta en escena se ponen al servicio de un pesadillesco relato en repetitivo bucle. ¿Cómo escapar de la realidad que nos atormenta una y otra vez? “Ecos de un Crimen” elige hacerlo de la peor manera posible. Contar con algunos de los mejores intérpretes de nuestro medio (Diego Peretti, Julieta Cardinali, Carola Reyna, Carla Quevedo, Diego Cremonesi) no garantiza el éxito si ninguno de ellos logra dar con un registro verosímil a lo largo de un film en donde los minutos comienzan a pesar. Lejos de adentrarnos en descubrir el misterio, la propuesta acaba por colmar nuestra paciencia, apenas promediando el metraje. Todo lo exhibido a nivel narrativo ya fue abordado previamente por Hollywood. Pero no somos Hollywood, ni siquiera una decente copia.
Aquí, Bernard ensaya un facsímil razonable de Stephen King, pero cae en el absurdo. Abundan autos que intimidan, tormentas que convierten en tétrica a una noche sin energía eléctrica, parásitos que satanizan a infantes, objetos filosos que consuman el último fetiche hitchcockiano…y sí, sangre en la ducha. El pobre Peretti busca señal de telefonía celular bajo la lluvia, y cae víctima de diálogos pueriles. Para muestra basta un botón, decisiones como estas son las que hunden a la película en el fango de la mediocridad. Gritos, llantos, golpes, insultos y susurros que caen en la indiferencia, si es que no rozan el ridículo. Una mirada a la paternidad, otra a la infidelidad, y otra a la vocación. Traumas, filias, fobias y símbolos que resguarda una misteriosa pared. Todo es circular. Un duermevela en loop. Ya poco importa si el personaje de Diego Cremonesi solo vive en su fantasía o si la bestia creada por el escritor se ha vuelto en su contra. De las musas y los alter ego vivimos y morimos, bichos raros somos los escritores. La proyección onírica que hace el novelista atrapado en su laberinto no maravillaría especialmente a Sigmund Freud. Su encierro hospitalario nos recuerda a Norman Bates. Mientras, Hannibal Lecter llora lágrimas de mármol. Tanto pesa en la tradición del thriller de esta estirpe las pronunciadas lagunas creativas del film en cuestión. El eco se hace cada vez más endeble. Está bien no creer sin cuestionar, ni digerir sin masticar el primer truco que se nos quiere vender. A tan bajo costo artístico, “Ecos de un Crimen” no sabe, no quiere o no puede cerrar la historia de modo más convincente. Una gran decepción para el cine nacional.
Categorías:Rincón Cinéfilo
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