LA PANTALLA SERIADA: Versus de 7A: Historias del mundo oriental. Por MAXIMILIANO CURCIO

EL JUEGO DEL CALAMAR

Un centenar de personas con acuciantes problemas económicos reciben una enigmática invitación para participar de una muy particular competencia. Un premio tentador los anima a participar casi sin dudarlo. Un desafío letal complica la misión de alcanzar el dinero fácil. Pero en realidad, ¿cuánto más hay detrás de la simple competencia? “El Juego del Calamar”, bajo su lúdico formato, se permite una honda reflexión acerca del poder totalitario, la siniestra vigilancia y el control social. Capítulo a capítulo, el horror desatado en el territorio de acción nos sumerge bajo los preceptos de una brutal distopia que entretiene. Será que la aniquilación humana provoca tal magnetismo. La serie es, a la vez, una reflexión acerca del capitalismo salvaje, tanto como una alegoría acerca de los perversos juegos que fabrican las sociedades. Una mirada sobre las grandes corporaciones que en nada innova a la propuesta cinematográfica de Norman Jewison, «Rollerball» (1975). No obstante, la capacidad del cine oriental para reflexionar acerca de tales dinámicas, como lo probara la reciente ganadora del Premio Oscar “Parásitos”, se confirma mediante este tan tenso como fascinante juego de roles, entre diezmados y supervivientes que intercambian su suerte como si de piezas de ajedrez se tratara. Al fin, somos un número descartable. Un sangriento festín es la resultante de una trama elucubrada por un delirante sádico, aunque no haya un sentido aleatorio aquí. Existe algo intrínseco a nuestra condición que nos invita a mirar. Valiéndose de una estética sumamente atractiva, este fenómeno de audiencia a nivel mundial es una fábula acerca de la sistemática depredación de los eslabones más débiles. Primer plano de la condición humana en dirección hacia su propio abismo y permeable a una mirada psicoanalítica, “El Juego del Calamar” advierte acerca de la capacidad camaleónica para pasar desapercibido: mutar la propia piel podría ser la clave para evadir este fenómeno paradigmático.

SAIMDANG, MEMOIR OF COLORS

Una profesora de historia del arte moderno encuentra un diario secreto que pertenece a Shin Saimdang, artista, escritora, calígrafa y poeta coreana que viviera entre los años 1504 y 1551, durante la Dinastía Joseon. Samidang fue madre de Yi I, uno de los estudiosos coreanos más prominentes de la doctrina de Confucio y sostuvo una extensa y tormentosa relación sentimental con Lee Gyeom, un pintor, calígrafo y músico. La ficcionalización de su vida y obra la convierte en autora de la pintura “El Monte Kumgang”, principal disparador argumental de esta serie de breve duración. El diario personal encontrado arroja interrogantes acerca de la autenticidad de su obra pictórica. Será tarea de la catedrática desentrañar un misterio milenario. Las dudas históricas acerca de la autenticidad reposan en los materiales utilizados. La serie se remonta quinientos años, para adentrarnos en tal disputa. Mientras tanto, las coordenadas presentes mutan en culebrón familiar. Los paralelismos de vida entre la artista y la historiadora no tardan en agolparse. Una extraña percepción extrasensorial le permite a la protagonista conectar con eventos pasados, convirtiéndose en testigo clave de un romance trágico. A medida que las capas cronológicas se superponen, el producto pierde organicidad y el genuino interés acaba por diluir una propuesta estéticamente elaborada. No obstante las buenas intenciones esbozadas, carece de fuerza argumental: el recurso del monólogo para explicar la toma de decisiones de la protagonista resulta, francamente, irritable por tan explícito modo de utilización.



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