DESAYUNO DE CAMPEONES: La polémica acerca del documental «Hermanos de Sangre: Malcolm X y Muhammad Ali». Por MAXIMILIANO CURCIO

LUCHA FRATRICIDA: PERTENECER U OBEDECER

Como respuesta a los disturbios urbanos y las tensiones raciales vividas en los años ’60 en los Estados Unidos, el movimiento que revaloriza la cultura afroamericana cobró repercusión gracias a las acciones civiles de fundamentales líderes como Malcolm X y Martin Luther King. Podríamos pensar en la histórica marcha a Selma (Alabama) o el determinante discurso que eternizara el mentado ‘I Have a Dream’, dictado por el propio King en agosto de 1963. También, en los tristemente célebres Hotel Lorraine (Memphis) y Audubon Ballroom (Harlem), hospedando episodios trágicos. La historia reciente arroja el saldo de la sangre derramada por antiguos líderes generacionales.

El almanaque fijó una fecha: 25 de febrero de 1964. Cuando Cassius Clay, emergente figura de la categoría pesado, se enfrentaba al temible Sonny Liston, en primera fila, se encontraba presente el orador, ministro religioso y activista Malcolm X. Allí, contemplaba como espectador de lujo la consecución de su profecía: había acudido a alentar a su fraternal pupilo espiritual. El púlpito ahora le pertenecía al majestuoso arte pugilístico acometido por Clay, convertido en indetenible supernova. Bajo el ala protectora de Malcolm X, la gran sensación afroamericana del deporte había encontrado una auténtica revelación religiosa y su vínculo se remontaba a los primeros pasos en el profesionalismo de la joven figura.

Construyendo un imaginario pedestal tallado en relucientes historias de sangre, sudor y lágrimas, en la cima inalcanzable, el pugilismo entronó a un jovencísimo Cassius Clay, (1942-2017, Kentuchy/USA), quien capturara la medalla de oro del peso semipesado en Roma en 1960, en auténtico show consagratorio. Con estética ofensiva, eficiencia defensiva y agilidad mental, Clay derribó a la gran estructura boxística soviética, rumbo a convertirse en una indetenible maquinaria mediática. El hecho ocurriría antes de arrojar el trofeo, según cuenta la leyenda, a lo profundo del río Hudson, en franca protesta por la estereotipada xenofobia que el nativo de Louisville sufriera en su patria. Una conducta que le valiera la reprimenda de sus furibundos detractores, pocos meses antes de ser inducido a los preceptos de la Nación del Islam, por el enérgico Malcolm X, emblema controvertido del black pride y proactivo accionador político que buscaba alzar la voz, en medio de un paradigma segregacionista, en franca oposición a la lucha de integración promovida por su coetáneo King.

El resto es historia: los meros mortales seríamos testigos del peso pesado más espectacular que el deporte haya conocido, excediendo los límites del cuadrilátero y del arte pugilista mismo, para convertirse en un fenómeno social y cultural del siglo XX, e iluminando el camino de futuras generaciones. La historia volvería a encontrar, a Clay y a Malcolm, años después, en aquella calurosa velada en el corazón del Estado de Florida. Pocas horas después de convertirse en nuevo rey pesado, el púgil asestaba su golpe maestro: se convertía al islamismo, en consonancia con la lucha de igualdad racial en Estados Unidos y un necesario acto de conciencia, liberándose de las ataduras de la idiosincrasia blanca y su cruel primacía. Abrazando la noción dogmática de su mensajero personal, el controvertido Elijah Muhammad -quien le otorgara el nombre emancipatorio por el cual el mundo lo conocería de allí en más, Muhammad Ali-, el flamante campeón adhería a los controversiales preceptos de la Nación del Islam. Su decisión no estaría exenta de polémica: la congregación religiosa era considerada una auténtica amenaza interna por el FBI liderado por Edgar J. Hoover.

Activista clave en tiempos convulsos donde la raza afroamericana era perseguida, diezmada y masacrada, la figura del boxeador se erigía como un ejemplo idóneo para sus generaciones contemporáneas. Abandonando su lucha sobre el cuadrilátero, llevaría a cabo una profética travesía por África, en búsqueda de sus raíces ancestrales. Tal es la radiografía social, cultural y política que lleva a cabo el reciente documental «Hermanos de Sangre», estrenado en la plataforma de streaming Netflix. Su abordaje magnifica el tenor ideológico de dos fuerzas planetarias en magnífico contraste. De la misma manera que el controversial retrato de Clay mutaba ante los ojos de la prensa y la opinión pública a su conversión, su relación con Malcolm X se tensaba hasta el punto del no retorno. Allí encuentra el presente documental su eje discursivo.

El drástico camino de disidencia del impetuoso líder religioso sellaría su pacto con la muerte: su afrenta fue absorbida por la Nación del Islam como un acto de imperdonable ofensa. Los ideales incontrovertibles del rebautizado Ali colapsarían con las convicciones de su otrora padre espiritual, presagiando la inevitable ruptura. Las declaraciones altisonantes del boxeador y las trágicas horas finales del radical Malcolm son recapituladas mediante un pormenorizado trabajo de archivo que rescata crudas cintas en blanco y negro. En su consecución, la retrospectiva elegida, mediante testimonios de vitales actores de reparto de semejante explosión en el seno fraternal, indaga en las causas de una hermandad quebrada. La capacidad del presente documento testimonial por deslumbrarse ante la grandeza pugilística de Ali no contamina su objetividad: no teme colocarlo en el incómodo lugar de aquel que osa especular elípticamente con el infausto destino del masacrado líder.

No menos polémico resulta el lugar que ocupa Elijah Muhammad, titiritero en las sombras de una comunidad que operaba mediante el adoctrinamiento y utilizaba su capacidad de disuasión (inclusive, aunque fuera meritorio recurrir a tácticas doctrinales que infundan miedo y terror) con tal de validar la causa igualitaria de su lucha racial. Desnudando la esencia de dos íconos culturales del siglo XX, el realizador Marcus Clarke explora los dobleces de una hermandad de la cual brotaron palabras de fe, en igual medida que sangre, orgullo y tardío arrepentimiento. Su mirada se abstiene de la veneración, mientras prefiere arrojar un considerable número de interrogantes acerca de la consecuencia moral de sus actos. El saldo de luces y sombras de un resquebrajamiento secular.



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