RINCÓN CINÉFILO: Cine de culto para disfrutar en Netflix. Por MAXIMILIANO CURCIO

NETFLIX – LARGO VIAJE HACIA LA NOCHE:

En China, esta película superó la recaudación del super tanque americano estrenado en simultáneo, ‘Vengadores: Infinity War’, con cantidades insólitas para el cine de autor de ese país. Bi Gan, el responsable de semejante éxito, es un cineasta chino de apenas 29 años, que tuvo un exitoso debut con el filme “Kaili Blues” (2015). Su segundo largometraje se estrenó en el Festival de Cannes en 2018, cosechando numerosos elogios. Aquí, Bi Gan combina el romanticismo estético de Wong Kar-Wai (una paleta de colores saturadas y una ciudad que brilla en luces de neón) y las artificiosas pesadillas de David Lynch (plagadas de simetrías y simbolismos). Con tales instrumentos visuales, nos cuenta la historia un joven que regresa a su ciudad natal, en busca de una mujer de la cual se enamoró en el pasado y de quien solo conserva un nombre como referencia.

“Largo Viaje Hacia la Noche” es críptica, ostentosa, desmesurada. Por momentos, intenta captar la esencia de ese periplo onírico y aleatorio que lleva a cabo su personaje principal. Bi Gan sabe que no hay nada más difuso que los sueños, y su película conforma un sendero intuitivo en unas ocasiones, extrañamente racional en otras, por la textura del inconsciente. La ausencia de certezas en la trama prefigura un argumento laberíntico. Su uso del 3D, a través de un fascinante plano secuencia de extensos minutos de duración, excede lo acometido por Jean-Luc Godard en “Adiós al Lenguaje”. Los puntos de vista se intercambian, las líneas temporales se funden y, cuando encuentra nuestro héroe una pista definitiva sobre su paradero, el tiempo se desmorona frente a él. La aparición de un cine como espacio físico concreto, acaso irrenunciable refugio, resulta un pasaporte hacia una zona irreal. Un oasis en el desierto.

Una audiencia puede ser provocada por aquello que la escandaliza en un contexto cinemático, acaso la osadía subvierta las leyes de toda rutinaria cotidianeidad. El cine de Bi Gan desconcierta y reformula toda regla escrita acerca de lenguaje cinematográfico. Podrían enumerarse como si de un índice de manual técnico se tratara: largos y lentos movimientos de cámara que imitan la mirada humana, elementos alrededor de los personajes que mutan de apariencia. Ciertas películas poseen la habilidad de ser provocativas y arriesgadas, eligiendo tomar ciertos riesgos. Las verdaderas grandes joyas del séptimo arte no son concebidas para una mirada confortable, sino para engendrar algún tipo de adrenalina en nuestro interior. Es el rumbo tomado por Bi Gan. La maravilla contemplada desafía al intelecto. La capacidad de imaginación interpela a la enunciación. El inconsciente activa su artificio de fantasía. El mundo onírico sabe de perderse en terrenos de pura ficción.

En “Largo Viaje Hacia la Noche”, verosímiles carentes de realismo y llenos de metáforas nos harán reflexionar acerca de cuestiones metafísicas tan marcadas como la vida y la muerte, lo efímero y lo transitorio.  Tras la búsqueda de un amor imposible, encontramos una celebración cinematográfica. La confusión nos llevará por ensoñaciones, recuerdos, miedos y deseos. No hay, en apariencia, escape posible. Este drama neo-noir, difícil en extremo de catalogar, nos seducirá gracias a su uso inmersivo de la tecnología. Con su reciente llegada al catálogo de Netflix, “Largo Viaje hacia la noche” trasciende la técnica para hipnotizarnos con su bienvenida potencia expresiva.

NETFLIX – CITIES OF LAST THINGS:

El cine de Taiwán se desarrolló paralelamente al apartado más comercial de Hong Kong y China, potencias que históricamente han estado afectados por la censura. Desde sus comienzos, se ha visto la industria taiwanesa en extremo ligada a la turbulenta historia de la isla, desde la ocupación japonesa e influenciado por el cine de propaganda en tiempos de guerra, también por el cine costumbrista. A mediados de los años ’90 surgió la llamada ‘nueva ola’, caracterizada por producciones menos serias y más enfocadas al entretenimiento público, aunque no menos consignadas a retratar las perspectivas marginales de la sociedad de su tiempo. En el extranjero, Ang Lee es quizás el director más reconocido. La presente película, de excelente factura técnica y alto vuelo artístico, recuerda a las búsquedas estéticas de aquella gloriosa camada.

El cineasta malasio responsable de este proyecto se llama Wi Ding Ho, quien compitiera, un año atrás en el Festival de Toronto, con este excelente rompecabezas de inspiración ensoñadora, acerca de tres episodios traumáticos sufridos por un agente de policía y relatados en forma cronológicamente inversa. Este realizador afincado en Taiwán, se formó en Estados Unidos, en la NYU School of the Arts y su film debut, “Pinoy Sunday”, le mereció premios en el Taipei International Film Festival como Mejor Director Debutante. “Cities of Last Things” continúa dicha senda trazada, como un ingenioso ejercicio visual que nos invita a llevar a cabo una concatenación mental de eventos, en su azarosa consecución temporal, para comprender los pormenores del argumento desglosado ante nuestra mirada. Asimismo, en cada capítulo ofrecido, el director elabora un deslumbrante cruce de géneros, donde coincidirán los romances imposibles al estilo de Wong Kar-Wai (“2046, los Secretos del Amor”) con la ciencia ficción distópica (una ciudad futurista que recuerda a “Blade Runner”) y el modélico noir de Chan Wok Park (incluyéndose un personaje solitario y un misterio a desentrañar), atemperando el paladar estético del consumidor de cine moderno.

Esta historia no lineal nos cuenta la vida de un hombre psicológicamente perturbado que busca, en simultáneo, responder preguntas acerca de su propio pasado, recomponer sus vínculos y saldar una vieja cuenta pendiente con su conciencia. “Cities of Last Things” nos lleva a conocer la intimidad de momentos claves que vivenciara su protagonista, bajo circunstancias sórdidas y con un denominador común: decisiones equivocadas y un final tráfico sellarán su destino. Un fascinante estudio de personajes contado en frenética senda reversa, de manera ingeniosa e intrincada (de forma similar a lo ya hecho por películas como “Memento” e “Irreversible”) dinamita todo verosímil prefigurado de antemano. Será tarea del espectador acomodar con precisión las piezas de este mapa de sentimientos, vínculos y existencias entrelazadas. Evocativa, melancólica y también escabrosa, resulta una propuesta sumamente hábil en contagiarnos de su atmósfera fatalista. Una coda devastadora no nos permitirá apartar la mirada.

NETFLIX – WHAT DID JACK DO: Apasionado por las artes plásticas, el mundo de la animación, la música y la meditación, David Lynch es un artista inquieto y versátil. La filmografía de este autor nos adentra en historias de misterio y de ensoñación, internándonos en realidades paralelas que se revelan, casi siempre, alrededor de una misteriosa mujer. Lynch cultiva un universo de material fílmico donde la matriz argumentativa se irá develando lentamente y tendrá a su fiel espectador como cómplice. Sujeto a los recurrentes guiños autorales que hacen un paradigma del sinsentido y en las antípodas de las reglas comerciales, el autor desborda la máxima surrealista: el inconsciente doblega la narrativa convencional. El secreto de su encanto es abandonarse a toda esperanza de lógica y sumirse en una fascinante fábula. La obra lyncheana penetra interminables caminos de desvarío, llevando al paroxismo las obsesiones propias.

Por ese transitar onírico a través de mundos paralelos, se componen las piezas de un rompecabezas que conformara las tres décadas de su trayectoria, hipnótica de principio a fin. Un exponente clásico del cine de autor de hoy. Desde “Eraserhead” (1978), pasando por “Terciopelo Azul” (1985) y llegando a “Carretera Salvaje” (1997), Lynch ha desplegado en su repertorio un sinnúmero de marcas registradas a la hora de manejar planos, climas, dirección actoral y juegos de cámara que, conjugados, conforman ese tan particular -a veces incomprensible- pero deslumbrante mundo privado del cineasta. Quien no esté acostumbrado al delirio que Lynch hace costumbre en sus films, difícilmente podrá sentirse cómodo dentro de sus historias. Este cortometraje, recientemente estrenado en Netflix, nos regala el primer ejercicio audiovisual de Lynch en varios años.

En sus breves 17 minutos de metraje, veremos a Jack Cruz, un mono, quien es el protagonista de un cortometraje en blanco y negro que Lynch dirigió y musicalizó en 2016 pero recién este año debutó en plataformas online. Este ejercicio minimalista lleva ritmo de plano contraplano estático, dentro de una habitación. El diálogo (interrogatorio) acontecido se establece entre Lynch -quien hace de detective y parece sacado de un film noir- y Jack, un mono sospechoso de asesinato. La gestualidad del mono trajeado, cuya boca humanizada está sobre impresa de modo rudimentario, es antológica y siniestra. Detrás de su expresividad identificaremos emociones, y es allí donde el film profundiza la siguiente cuestión: qué le sucede al simio, que quiere expresar. El cortometraje ayuda a imaginar el absurdo dentro de esa sociedad distópica, en donde animales -humanos y no humanos- convivirán. Si buscamos ahondar en su profundidad, nos interpela acerca de adónde se podría llegar si otorgamos derechos a todos los animales no humanos, de modo igualitario. La cuestión a debatir se proyecta cuando especulamos sobre un mundo sin especies que se distingan o que se consideren superiores explotando a las demás.

¿Podríamos reflexionar o imaginar a nuestros pares no humanos como posibles conciudadanos del futuro? Esa es la pregunta que nos siembra David Lynch, con su breve pero impactante cortometraje que humaniza a los animales al tiempo que el singular orangután traba amistad con otras especies. Esta utopía post-evolucionista reducida al ¿disparate? nos anima a pensar que los animales sienten y viven como nosotros Ese es el gran tema de la inclusión que plantea el director sobre las diferentes minorías. Una de las tantas vertientes qué desprende su más reciente sueño surrealista: los animales tienen voz y voto, componentes de una sociedad donde poseen derechos, obligaciones y también responsabilidades a la hora de hacer un mundo mejor. Una propuesta bizarra y desconcertante hasta la parodia.



Categorías:Rincón Cinéfilo

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