
Película: “Fortress” (Australia, 1985)
Dirección: Arch Nicholson.
Hay un viejo dicho que dice “todo en Australia quiere matarte”. Se refiere al clima hostil, con desiertos áridos y una fauna que transpira violencia y caos. Desde el Dingo (motor de pesadillas de familias con el mito de “un Dingo se llevó a mi bebé”) hasta las más pequeñas arañas mortales. Todo en Australia quiere (y puede) matarte.
Un año antes de que el mundo entrara en una “australiamanía” (irónicamente llamada así en un capítulo de Los Simpsons, pero muy acertada) plagada de películas edulcoradas y livianas como “Cocodrilo Dundee” (Peter Faiman, 1986), Arch Nicholson aterrorizó a todos con una película sacada directo a televisión. En “Fortress”, una maestra rural de Australia es tomada rehen junto a sus alumnos por una banda de violentos hombres enmascarados como un gato, un pato, una rata y Papa Noel. Logrando escapar y esconderse en una cueva, maestra y alumnado tendrán que combatir a los villanos en una pelea en la que deberá primar la inteligencia por sobre la fuerza.
Esta simple historia, que puede recordar a muchas más anteriores y posteriores a esta película, es el puntapié para una de las más descarnadas (y ocultas) películas de los años ochenta. La crudeza de la filmación acompaña a unas actuaciones y escenas que destacan por lo violentas. Pareciera que todo puede pasar y nadie está a salvo. Las cintas típicas hollywoodenses tienen (casi) una regla implícita en la cual los niños pueden estar en peligro, pero jamás morirán. Nada más lejos que “Fortress”. La posibilidad de muerte ronda cada plano, cada encuadre; la suciedad con la que esta filmada empata con los rehenes escapando, arrastrándose por la tierra para no ser vencidos. La amenaza de violencia física se traslada luego a la violencia sexual, primero hacia la maestra y luego hacia una de las alumnas más grandes. Nada es sagrado, nada está a salvo; el poder y la violencia como la validación de la hegemonía del que lleva las armas. Porque esa es otra de las grandes divisiones que plantea el film: los violentos no sólo son hombres corpulentos, amenazadores y dementes; tienen armas con las que amenazar al grupo desarmado.
Será justamente este punto lo que desencadenará el final. Cansados de ser perseguidos y cazados como animales, de ser humillados y puestos en constante peligro, refugiados en una cueva como último bastión de seguridad, maestra y alumnado plantarán cabeza y presentarán batalla, por más desigual que sea. Las más rudimentarias trampas con palos y pozos darán pelea contra pólvora, locura y fuerza.
A partir de este punto, maestra y alumnado pierden las divisiones con las que se inicia la película; son iguales frente a un mal mayor, a la posibilidad de la muerte o algo peor. Poniendo a estos niños en la misma línea que los chicos de “El señor de las moscas” (Peter Brook, 1963, de la novela de William Golding), el momento de ser niños terminó abruptamente y tienen que convertirse en algo más para sobrevivir. Convertirse en monstruos para hacer frente a otros monstruos. Narrativamente hablando, se produce una ruptura, estamos frente a un cambio de paradigma de estos niños, su anterior vida simple se rompe con la violencia que los rodea y los obliga a hacerse responsables de la situación y actuar en consecuencia. Como suele suceder en las estructuras clásicas de guión, esto da como puntapié el tercer y final acto de la película; y ejemplos de personajes sensibles que tienen que volverse violentos para salvarse pueden verse desde “La Playa” (2000) hasta “28 Days Later” (2002), ambas películas dirigidas por Danny Boyle y escritas por Alex Garland. Hay algo que nos atrae de la metamorfosis casi kafkiana de convertir a una persona tranquila en alguien tan (o más) violento como lo que tiene que enfrentar. De esta forma, los niños de “Fortress” asesinan uno a uno a sus captores. Una especie inversa de “10 negritos” donde los que van muriendo no son los desprotegidos sino los villanos. El concepto de “10 negritos” viene de la novela más famosa de Agatha Christie (“And then there were none”, 1939) y se refiere a la estructura narrativa donde los personajes van muriendo uno a uno por el (o los) villano(s). Un ejemplo perfecto de esta estructura sería “Alien” (Ridley Scott, 1979).
Es así como llegamos al final de la cinta. Los niños terminan asesinando a Papa Noel, el más hostil y malo de los captores. Hay algo en cómo está filmada esa última escena, los encuadres, la iluminación y los primeros planos de los niños: la transmutación terminó, ya no queda nada de los niños del principio y su lado animal tomó el total control de sus acciones. Casi (¿casi?) disfrutan del asesinato de Papa Noel, el fin de su travesía al horror y la descarga de todos los pesares vividos. No es azaroso que sea, justamente, el secuestrador con la máscara de Papa Noel quien sea tan salvajemente asesinado; no es más que otro símbolo de la inocencia perdida, de la infancia cortada de raíz por la violencia.
Luego de todo lo vivido, hablado y visionado en “Fortress”, uno no puede dejar de pensar en Friedrich Nietzsche: “Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti”. Y, quizá, el corazón enfrascado de Papa Noel que los alumnos guardan en su salón de clases luego de toda esta pesadilla sea un crudo recordatorio de esto.
Categorías:Clásico y Moderno
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