
“Hacer justicia”. Esta simple premisa será la columna vertebral para devolverle el respeto merecido a esta obra de arte. Dejar de lado esas simplistas definiciones que rozan lo vulgar, que pueblan las pocas páginas o la muy visitada biblioteca virtual, que le dedican la “casi” erróneamente deplorable proposición de “es la historia de un joven con una fijación sexual con los caballos”. No. No. No. Es el atajo más fácil pero a la vez destruye un entramado laberíntico psicológico y esa cita no la define ni por asomo. Puede que esta crítica tarde en llegar a la película en sí, pero paciencia querido lector, va a valer la pena.
Los caballos en el escenario
Es preciso remarcar las claras líneas divisorias entre el lenguaje teatral y el cinematográfico. En la obra espectacular los actores con máscaras caladas que asemejan la cabeza y el morro de un caballo, y a pesar de que podemos ver el rostro de los talentos, el dramaturgo indica claramente que no se los cubra, y ocurre la magia del teatro, una vez superada la denegación (eso que nos pasa cuando estamos en el teatro, que no creemos nada de lo que vemos hasta que la historia nos poseyó), vemos y creemos que son caballos.
En la pantalla, esa magia casi desaparece, los caballos son reales. Punto.
Peter Shaffer estrena Equus en el año 1973. La crítica elogia la original puesta en escena y una historia polémica y compleja. Se dice que el autor leyó una noticia de un joven que cegó a unos caballos con un punzón, con esta idea, creó todo el contexto, la historia, que no tiene palabras sueltas ni al azar. Se percatará el lector que apenas si he entrado en detalles de la historia, pero toda esta información periférica logrará comprender más semejante obra. Debería ser preciso, y lo dice alguien que por experiencia propia y escribe estas líneas, para tener un panorama cien por ciento acertado de Equus, habría que pasar por el texto, la experiencia teatral y finalmente la película. Una sumatoria de experiencias que en cada instancia deja ver más profundamente el debate de Shaffer, un teatro realista que asemeja a las clásicas de Henryk Ibsen, padre del teatro realista y psicológico. Obras más que recomendables. Tarea para el hogar.
En el año 74, en nuestro país Miguel Ángel Solá se pone en la piel de Alan Strang, brilló como no podía ser de otra forma, semejante genio. En el 2007 en Inglaterra, un jovencísimo Daniel Radcliff tomaba la posta, armando un revuelo de madres que no querían que Harry Potter estuviera desnudo en el escenario pero al joven mago le importó tres pepinos, es un actor hasta la médula, y lo demostró, y lo sigue haciendo, con creces.
En el 2016 Peter Lanzani adquiere los derechos de la obra, y con una puesta que cumplía a raja tablas las directrices de Shaffer, se transforma en Alan y Rafael Ferro en el Dr. Martin Dysart. Fantástica.
Hoy en día hay muchas versiones y en diferentes partes del mundo, algunas musicales y hasta con cambio de géneros de los personajes, aggiornándose a los tiempos que corren. Es una pieza teatral que debería tomarse en serio como material de estudio. Al menos, este docente que escribe, lo sumó a la cátedra obligatoria y espero alguna vez hacer un libro de análisis. Pero esa es otra historia.
La justicia en los ojos de Lumet
Sidney Lumet nació en el año 1924 y nos dejó en el 2011. Retomando las primeras palabras de esta crítica, poner al espectador para juzgar será una idea recurrente en sus películas. Todo empezó con “12 hombres en pugna” (1957) Peter Fonda junto a once jurados más deben decidir si un joven de dieciocho años es culpable o no de haber acuchillado a su padre. La culpabilidad tiene un precio que es la pena capital. Pero la duda razonable de Fonda va cambiando poco a poco el veredicto de cada hombre, no sólo el veredicto, si no, sus papeles como seres humanos; también se juzgan ellos. También nosotros, espectadores.
Hay otros títulos que no pasan desapercibido en cuanto a la temática expuesta: “Serpico” (1973) un drama policial con Al Pacino, nominado a varios Oscar. “Asesinato en el Orient Express” (1974) basada en una novela homónima de Agatha Christie. “Tarde de perros” (1975) nuevamente con Al Pacino, magnífica película. “Network” (1976) un drama satírico sobre un periodista que despotrica contra todos en la tv… y otros tantos títulos más en una amplia lista (El prestamista 1964, El mago 1978, Tan culpable como el pecado 1993, entre tantos) , pero en la mayoría; tenemos que juzgar o ser juzgados… su última obra “Antes de que el diablo sepa que estás muerto” (2007) cierra con broche de oro con otro grande que ya no está como es Philip Seymour Hoffman, ambición, traición y venganza.
Textos difíciles, serios y oscuros, donde el plano sexual se mueve, a veces sutilmente, como en “Tarde de perros” o más explícitamente, o extrañamente; pero está. Mantener el enigma. La complejidad del ser humano, la motivación psicológica, es sin duda, su andamiaje para hacernos cuestionar nuestro entorno.
Ahora sí, Equus de Lumet
¿Hay algún otro animal que encierre tanta elegancia y enigma como lo es el caballo? Seguramente el lector ya lo pensó. En estado salvaje lo imaginamos corriendo por pastizales con sus crines al viento. Domésticos, es inevitable pensarlos con un trote rítmico, en una carrera, en un desfile…
La secuencia inicial es el plano detalle de un puñal, con la figura equina, misteriosa, en la empuñadura (curiosamente este elemento es cuestionado en 12 hombres en pugna). La imagen se fusiona (raccord) con el morro de un verdadero caballo. Al lado de este, desnudo, se encuentra Alan Strang (La obra como la película tienen momentos claves donde el protagonista, en este caso un hermoso y joven Peter Firth, que también hizo el mismo papel en el escenario; aparece íntegramente desnudo, y sí, será inevitable bajar la mirada, no diré más) en el medio de un campo desolado. La voz en off de Richard Burton nos va narrando, en un monólogo que nos habla directo a los ojos. Reflexionando sobre el caballo y no sobre el joven. Lo vemos nervioso y confundido.
El guión está escrito por el mismísimo Shaffer, que mantiene intacto cada palabra que se han dicho en las tablas y que conjugan bien con el trabajo y sello de Lumet. Sin duda dramaturgo y cineasta entienden sus trabajos, se retroalimentan. Shaffer le dotó de escenografía, innecesaria en el teatro y Lumet le dio la cinemática a los cuadros minimalistas de aquel. Ambos fusionaron sus labores. Aunque no hay que ignorar, que el impacto teatral es diferente, y puede que nos quedemos a medio disfrute; volviendo a las experiencias en tres partes antes mencionado.
El primer monólogo, y los subsiguientes; nos los escupirá en la cara, a veces enojado, a veces reflexivo. Burton asume las palabras con responsabilidad. Sí, algunas imágenes serán muy desfasada con respecto a nuestra realidad, es todo tan vintage, pero de pensar una remake, la época sería obligada, pero reconstruir esa época (1977) con la calidad visual que los recursos técnicos facilitan, podría ser un producto interesante, como lo es Mindhunter de David Fincher… esto es tan sólo un delirio personal…
Llega la jueza Hesther Salomon (una muy buena interpretación de Eilen Atkins, que deja asomar esa relación cercana y amistosa, amorosa si se quiere con el doctor) implorando que tome el caso, ya que la justicia quería en la cárcel, sin dudarlo, sin mediar en si habría algo más que detonó semejante y horrible acto. Dysart, que se muestra en una etapa de mucho estrés y crítico con su labor de psiquiatra, acepta.
Comienza un trabajo detectivesco por parte del doctor para intentar llegar a la verdad de los hechos. Habla con la madre y el padre, con actuaciones correctas, y poco a poco los elementos empiezan a salir a la luz.
Alan no es un joven pervertido. Si bien, leyendo algún que otro análisis, cae en los escritos el término zoofilia (primera y última vez que aparecerá en esta crítica). La construcción de la psicología del personaje tiene un claro camino de influencias, traumas y represiones, nos queda otra vez el papel de jurado. Cada instante, cada recuerdo que expresa Alan (hay unos interesantes quid pro quo entre paciente y doctor, que evocará, lejanamente, “un aire” a las que aparecen en The master de Paul Thomas Anderson-2012) junto a Dysart pone en juego la pareja didáctica, en el que ambos aprenden uno del otro.
Ok, sí, puede deducirse un acto masturbatorio, pero todo es parte del ritual que crea para sí, para escapar, ser feliz; no son los caballos el objeto de deseo, lo son como medio. Si bien, no son para nada gráficas las escenas, incluso las del teatro, justamente; nos motivan a que, nosotros, los expectantes, saquemos conclusiones.
Junto con Dysart desenredaremos y descubriremos a Alan. En las grabaciones, en la hipnosis, con el placebo. Escucharemos a los padres, al dueño de la caballeriza, Dalton; que lo veremos enojado caminar en círculos como un equino.
Como en las tablas no puede dejarse de lado el papel de Jill Mason, la joven testigo del ataque de locura de Alan. Una joven fuerte, arriesgada y directa, empoderada diríamos, encarnada por una bellísima Jenny Agutter (en 2014 apareció en Capitán América: Soldado del invierno).
Cierra el film el último monólogo y el juicio final nos corresponde.
Lo personajes evolucionan, se asoman en cada palabra dicha y pueblan el film de muchos temas para debatir como son la religión, las ideologías, las responsabilidad del trabajo, el sexo, la televisión, los sueños y metas personales y el amor filial o de pareja… La crítica mayormente fue positiva, cabe destacar que la película sigue siendo incomprendida. No es una historia fácil
inevitablemente, a veces, un momento define al film; y en el caso de Equus hay otros grandes momentos realmente profundos y freudianos: el primer recuerdo de Alan sobre un caballo, la hipnosis, el monólogo de la madre, el encuentro de los jóvenes con el padre de Alan en el cine para adultos, el clímax…
Sidney Lumet se luce, es un maestro para contar historias complejas… ¿estamos preparados para escucharlas? Anímese, a verla o a leer la obra, o si no, quítese la ropa espectador, quítese la brida y cabalgue libremente al grito de “¡Ea, Ea!”
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Categorías:Clásico y Moderno
Excelente recomendaciones, dan ganas de volver al teatro…
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