DESAYUNO DE CAMPEONES: LeBron James – Destino de Leyenda. Por MAXIMILIANO CURCIO

En la NBA hay estrellas y superestrellas. Dentro del grupo de las segundas, hay unas pocas elegidas que se convierten en el rostro de la liga. Por alguna extraña razón, hay jugadores que se adueñan de una época, de una década. ¿Qué tal dos? A la fecha, LeBron James acaba de finalizar su decimoctava campaña profesional en la liga, conservando un nivel de juego altísimo para un jugador de su kilometraje. Casi veinte años desenvolviéndose al más alto grado de performance son sustancia más que suficiente para convertirlo en el atleta más convocante, más vendedor, más condecorado y más polémico del nuevo siglo. Así es como James labró para sí un legado difícil de igualar, y al cual, probablemente, la distancia que sabiamente otorga el paso del tiempo, nos ayude a dimensionar en justa forma y medida.

Acaso deberíamos preguntarnos cuando comienza, realmente, la leyenda. Seguramente, mucho antes de que imaginemos, sin derecho a alucinar, a James engalanando un probable Mount Rushmore tallado a sangre, sudor y lágrimas, con los mejores de la historia. Tiempo antes que hilvanara ocho finales de liga de forma consecutiva (2011-2018, una racha de la que solo se puede preciar la dinastía celta encumbrada por Bill Russell y compañía). Tiempo antes que alcanzara las Finales de liga con tres franquicias diferentes (y ganara título con las tres, para un total de cuatro a la fecha). Tiempo antes que sus cuatro trofeos de MVP de temporada regular y Finales (mereciendo alguno que otro más en su haber) engalanaran la vitrina de su mansión. Tiempo antes de que, jugando con una máscara protectora, pulverizara con 61 puntos (su marca personal profesional) a los Charlotte Bobcats o de que liderara a la liga en puntos de promedio en la campaña 2007-2008 (anotando 30 ppp).

Tiempo antes y tiempo fuera: el escándalo también estuvo de su lado. Todo héroe debería saber cómo vestirse de villano, y LeBron lo reconoce a la perfección. Recordemos cuando enfurecidos fans de Cleveland quemaron su casaca, justo cuando el hijo pródigo abandonaba la ciudad -en el verano de 2010- para anunciar -rimbombante conferencia de prensa mediante- que llevaba sus talentos a South Beach; no para ganar uno, ni dos, ni tres, ni cuatro campeonatos. Sino múltiples…un error de inexperiencia que se reveló ante nuestros ojos hasta convertirse en un bizarro montaje mediático de una bajeza publicitaria notable y que, al día de hoy, una madura versión de sí lamenta. Sin embargo, el histórico mural, que se convirtiera en visita obligada por los turistas de Cleveland, volvió a levantarse y Bron llevaría, a la ciudad sede del Salón de la Fama del Rock and Roll, al ansiado título profesional deportivo. Un hito que resultaba esquivo desde 1964, con los Browns del emblema local Jim Brown a la cabeza. Cincuenta y dos años después, El Rey traía la gloria a casa y lo gritaba a los cuatro vientos: <<Cleveland, esto es para ti>>. Nadie pudo culparlo cuando decidió afincarse en Hollywood, tierra de sueños y celuloide, hacia la temporada 2019, para convertirse en el próximo ilustre Laker que tomaba las riendas del equipo en la era post Kobe. Acaso, también persiguiendo sueños de celuloide tras la estelarización de la película «Space Jam 2». ¿Con qué atrapando la sombra fantasmal de Jordan?.

Repasando tu capítulo final en Cleveland, resulta meritorio decir que aquellas finales de 2016 fueron épicas y, si bien un triple de Kyrie Irving en la cara de Stephen Curry sellaba la victoria para acabar con la sequía de los de color vino tinto, fue la imponente tapa que Bron propinara a Andre Iguodala (en uno de sus clásicos ‘chase down blocks’ para el poster) el tono que marcara la serie: Bron dominó, el solo, a los imbatibles Golden State Warriors, ganadores de 73 juegos de temporada regular sobre un total de 82. Era su año y debían de arrebatarle el título de las manos. Pero no iban a lograrlo. Cleveland remontaría un 1-3, desventaja inédita en la historia de la NBA. Bron, simplemente, se negó a perder aquel año, deslindándose de la dudosa etiqueta de ‘jugador con más finales jugadas y perdidas’ (cayendo previamente en 4 de 6 totales), karma que persiguiera a otro dios del olimpo anaranjado, como Wilt Chamberlain. Parte, hasta aquí, de su laureada historia presta a colocar un poco más de sal en la herida abierta de Michael Jordan, cimentando la carrera abierta que coteja la prensa en busca del GOAT indiscutido. Aunque bien, claramente, su leyenda comience tiempo antes.  No obstante, todos los logros anteriormente enumerados cautiven nuestro asombro y nos aseguren, sin el mínimo atisbo de duda, que nadie más en Cleveland va a vestir la casaca número 23. Lo mismo ocurrirá con la recordada 6 en Miami. Probablemente mismo destino para sendos dorsales en Lakers.

Con certeza podríamos engendrar en James al modelo de jugador precursor que se convierte en un molde parteaguas en lo que el desarrollo del prototipo de estrella representa para la historia. Echando la mirada atrás, podemos apreciar que aquello que hoy conocemos como NBA moderna comenzó a mutar su forma gracias a la rivalidad establecida por Magic Johnson y Larry Bird durante los años ’80. Convertidas sendas estrellas en fenómenos televisivos, iluminaron el sendero que luego sería capitalizado por Michael Jordan, rey absoluto de la competencia durante la década del ’90. Al segundo y aparentemente definitivo retiro de Mike, en el invierno estadounidense de 1999, el cetro había quedado vacío. ¿Quién podría llenar sus zapatos?

La NBA recibía al nuevo milenio bajo el apogeo de las pantallas digitales, mientras las cadenas más preponderantes (ESPN, NBC, TNT) cerraban lucrativos contratos para televisar la mayor cantidad de partidos por temporada registrada hasta entonces. Al mismo tiempo, la asociación batía récords -año tras año- de jugadores internacionales integrantes de rosters oficiales y la competencia se convertía, finalmente, en un boom global. El nuevo patrón salarial, concretados puertas adentro en las tratativas tensas que se sostuvieran en la antesala de la temporada lockout en 1999 no hacía más que otorgar poder a cada jugador sobre sus ingresos financieros, al tiempo que cifras astronómicas por merchandising probaban de peso específico a las jóvenes estrellas de la flamante centuria. La NBA amanecía a un nuevo siglo sin el todopoderoso MJ y la búsqueda del siguiente candidato a tan inmaculada corona cobraba dimensiones de culebrón. Ni Shaq, ni Iverson, ni Kobe, ni Carter parecían capacitados para ocupar la vacante dejada por His Airness.

Un elemento no menor se sumaba a la ecuación: la precocidad con la que nóveles talentos arribaban al profesionalismo se visibilizaba como un factor determinante de la nueva era. Por aquel entonces, la asociación no estipulaba que cada jugador debiera completar, al menos, un año de los cuatro totales de formación universitaria, con lo cual era frecuente observar el drafteo de incipientes joyas del básquetbol secundario, que salteaban su estadía en collage para dar el pertinente salto a la actividad rentada. De tal forma, la NBA vio nacer a especímenes especiales como Kevin Garnett, Tracy McGrady, Shawn Kemp, Jermaine O’Neal y Kobe Bryant. También, fue testigo de los sueños truncados de endebles promesas como Kwame Brown. Sin embargo, ninguna de estas figuras causó tal impacto como un adolescente maravilla, proveniente de un hogar ausente de padre, nativo de los barrios más empobrecidos en la pequeña localidad de Akron (Ohio) y estrella secundaria del fenómeno local de moda, defendiendo los colores irlandeses del colegio Saint Vincent-Saint Mary.

Se trataba de LeBron James, cuya figura ascendía astronómicamente en los charts nacionales previstos por ojeadores de talento, rematando su faena publicitaria con una tapa en la icónica Sports Illustrated, cuya imagen daba cuenta del inédito furor bajo un título inmejorable: ‘The Chosen One’ (‘El Elegido’). Una frase que LeBron tatuó sobre su piel, aun siendo un adolescente. Cargando sobre sí el peso de convertirse en el próximo Michael Jordan, el jovencísimo alero ni se inmutaba. Autodenominado ‘El Rey’, James lideró a su escuadra al título nacional, causando revuelo en cada duela que pisara. La plataforma streaming YouTube no poseía ni la mitad de la relevancia que ostenta en el presente ni la palabra viral guardaba la misma consonancia desde tiempos algo menos vertiginosos, sin embargo, los videos que capturaban los impresionantes highlights del ‘otro’ número 23 dieron la vuelta al globo. La prensa especializada se vio sacudida por el fervor causado por este muchacho, cuyo portentoso físico recordaba muchísimo al de Magic y su pródiga habilidad con el balón lo alentaba a convertirse en un digno heredero de MJ.

Imaginen la locura desatada cuando se declaró elegible para el Draft 2003, alineándose a una camada generacional que contaba con talentos de la talla de Carmelo Anthony, Chris Bosh y Dwayne Wade. Ahora imaginen el pandemonio generalizado a pocos kilómetros su Akron natal, en la ciudad de Cleveland, cuando los locales y sufridos Cavaliers ganaron el derecho a la primera selección de aquel draft. Ahora coloquemos delante de nuestros ojos, uno a uno y a manera de eslabones, sus hitos alcanzados desde aquellos años de adolescencia hasta hoy. Ahora imaginen que el resto es historia: la suma de cada uno de ellos develará la naturaleza de uno de los atletas más fenomenales que el hombre moderno haya contemplado.

Una auténtica historia con guión de película recién estaba comenzando. Casi dos décadas después, la leyenda de LeBron James sigue escribiendo ilustres capítulos en continua búsqueda de la inmortalidad deportiva. Su sentido de urgencia, persiguiendo auténtica realeza, aún no conoce de punto final. Strive for greatness LeBron, strive for greatness.



Categorías:Desayuno de Campeones

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