DESAYUNO DE CAMPEONES: Michael Jordan – Vuelo hacia la inmensidad. Por MAXIMILIANO CURCIO

Efectivamente, Michael Jordan podía volar. Puede dar fe de tal proeza sobrehumana una generación entera que creció bajo el lema de “Be Like Mike”. Mentor generacional, fenómeno publicitario sin parangón e ícono de la nueva NBA que moldeaba su silueta bajo los colores saturados de la pantalla doméstica de mediados de los años ’80, el arribo al profesionalismo del estelar escolta procedente de la Universidad de North Carolina sacudiría de modo radical los cimientos del basquet profesional norteamericano. Nacía la era moderna.

Los años universitarios de MJ en los dominios de Chapel Hill, y bajo la dirección técnica su mentor Dean Smith, atestiguaron el talento crudo de un prolífico anotador que -llamativamente- no llegó a colocar números astronómicos a lo largo de sus campañas colegiadas, prólogo a su selección en el puesto número tres de la constelación que adornó una abarrotada de talento edición del draft de 1984, siendo elegido luego de las primeras opciones Hakeem Olajuwon (Houston Rockets) y Sam Bowie (Portland Trail Blazers).

Los primeros años de Jordan en la liga fueron arduos: debió lidiar con las limitaciones deportivas de un equipo débil e inexperto, acostumbrado a ocupar las últimas posiciones en la clasificación de la Conferencia Este. En modo indirectamente proporcional al fracaso colectivo, su figura mediática crecía amparada en el furor que causaba su magnética personalidad. Michael atraía a los televidentes del basquet moderno, adueñándose de un marketing comercial (un lucrativo contrato con la marca Nike para que diseñara, de modo exclusivo, sus zapatillas denominadas Air) que lo llevaría a protagonizar inusitados éxitos propagandísticos para la TV, junto a grandes estrellas del cine (Spike Lee) y la música (Michael Jackson). Sin embargo, sus inicios profesionales distarían de semejante marco idílico: una severa lesión en su pie, durante el promediar de la segunda temporada, le haría perderse una cantidad considerable de partidos y toda aspiración posible a revalidar los laureles de Novato del Año, obtenido al finalizar la campaña 1984-1985.

Durante las siguientes temporadas, prevalecerían en la trayectoria de Jordan el éxito individual por sobre el grupal. El comienzo a una serie imbatible de diez títulos consecutivos, anotando más de 30 puntos, por juego coronarían al máximo anotador en un escalafón sin precedentes. MJ colocaría delante de nuestros ojos el infalible arsenal ofensivo que lo erigió como uno de los talentos ofensivos más devastadores que la liga haya conocido. Añadiendo mística al cariz espectacular que su carrera había tomado, la estrella de Chicago se posicionaría en dos ocasiones como campeón de volcadas del Juego de las Estrellas (en antológicos duelos frente a Tom Chambers y Dominique Wilkins, en 1987 y 1988, respectivamente). Laureado en múltiples ocasiones como MVP (1988-1991-1992-1996-1998) y como Jugador Defensivo (1988), perfeccionaría su arte hasta convertirse en el molde del jugador perfecto. Sin fallas a la vista, su escaso éxito en Playoffs (inclusive a la llegada de Phil Jackson, reemplazando a Doug Collins, en 1989) se debió a la pobre confección de un equipo que no contaba con autoridad suficiente como para reclamar un lugar de primacía en la siempre competitiva División Central.

Por aquellos años, también fueron patentadas las infames “Jordan Rules”, estratagemas tácticas de dudosa procedencia dentro de los márgenes del reglamento, ideadas por el head coach Chuck Daly, y que buscaban minar -mediante el abuso físico, al límite de la contemplación por parte de la tríada arbitral- la efectividad ofensiva del imparable Mike. Síntoma de su evidente impacto, el jugador franquicia se convertía en el rostro de la liga y un modelo a seguir para las nuevas generaciones, pero su carisma y talento nato no lograba derrotar el andamiaje de los temibles ‘Bad Boys’ de Detroit, némesis y rival de división en cercanía, quienes contaban con talentos de la talla de Isaiah Thomas, Rick Mahorn y Joe Dumars, prestos a anular el desempeño ofensivo de un Jordan en continuo ascenso, postergando en sendas ocasiones a los Bulls, durante las postemporadas de 1989 y 1990.

El perfeccionamiento físico del astro buscaba contrarrestar, merced a incansables horas de gimnasio, el crudo trato que recibía. De parte de una mentalidad tan competitiva y un obsesivo nato, Mike sabía que debía fortalecerse para triunfar al máximo nivel. Venciendo de una buena vez a los temibles Pistons, y aprovechando el debilitamiento de los Celtics liderados por un crepuscular Larry Bird, el primer ‘Three-peat’ conseguido por Jordan y compañía, entre 1991 y 1993, inauguraría la mentada dinastía que marcaría un hito insoslayable en la historia contemporánea del deporte. Responsable de registrar momentos memorables con destino de instantánea histórica para la emergente pantalla ESPN, Jordan ejercitaría la última acrobacia en el aire para derrotar a los Lakers de Magic Johnson, en las Finales de 1991. Repetiría la gesta heroica con la famosa faena a puro triple (el reverencial “Jordan shrug”), victimizando a Portland Trail Blazers, en las instancias decisivas de 1992.

A mediados de aquel año, Jordan tomó parte del histórico Dream Team que compitió en las Olimpíadas celebradas en Barcelona. Miembro de la colección de talento más notoria que la escuadra norteamericana haya reunido alguna vez, la omnipresente figura de Jordan destacaba con luz propia por encima de un consagrado all star sin precedentes: Magic Johnson, Larry Bird, Charles Barkley, Chris Mullin, Patrick Ewing y David Robinson encabezaban una selección de lujo. No existía digno rival dentro del rectángulo de juego que pudiera hacer mella a su imbatible camino rumbo al oro olímpico. Y Mike ya era una celebridad de calibre mundial, excediendo las barreras idiomáticas, geográficas, deportivas y sociales, de modo inédito, para cualquier baloncelista de color que alguna vez haya pisado un parqué. Su figura conquistaba nuevos horizontes a cada paso.

La obra maestra jordaniana se consumaría en 1993, clausurando unas polémicas finales disputadas frente a Phoenix Suns (en donde Jordan se vio involucrado en apuestas deportivas en interminables noches de casino, que dañaron peligrosamente su imagen pública) mediante aquel epítome altruista del basquet comprendido como un juego en equipo. Durante los últimos segundos de aquel disputado sexto juego, la precisa asistencia a un desmarcado John Paxson, dispuesto a encestar el triple ganador y de cara a convertirse en el héroe de turno, se dimensionó como su impensado último pase de magia. Durante aquel verano norteamericano, en plena off season, Mike se vería involucrado en un drama familiar de consecuencias trágicas: su padre era hallado muerto en extrañas circunstancias, y la golpeada estrella conmocionaría a un deporte sin capacidad de asimilar las declaraciones que esta vertía en una conferencia de prensa convocada en las inmediaciones del United Center: anunciaba su retiro del deporte. Tenía tan solo 30 años de edad y estaba a punto de cursar su décima campaña profesional.

Sin motivación extra ni desafíos anaranjados a la vista, hastiado del escrutinio público de la que su mediática figura se había visto convertida, MJ elegía huir del asedio de la prensa persiguiendo un viejo sueño: competir en las grandes ligas de Beisbol (para los Chicago White Sox), regresando a su primer amor deportivo; una práctica inculcada durante sus años de adolescencia por su tristemente desaparecido progenitor. Luces y sombras vertebrarían la siguiente aventura competitiva de su siempre inquieto genio. Durante aquellos años post NBA, su figura se convertiría en el eje de una producción animada que lo entronaría como un héroe de celuloide: la película “Space Jam” (1996) cautivó a los infantes amantes del baloncesto y elevó a la enésima potencia los superpoderes del eterno número 23.

Consumando, con fina sutileza e inmejorable acierto mediático, el rumor comenzó a esparcirse cuando un fax firmado por «His Airness» llegó a las principales cadenas de noticias, un 18 de marzo de 1995. El mensaje era tan breve como contundente: <<I’m back>>. Presto a escribir las páginas más ilustres de su gloriosa historia, la estrella regresaba a hacer lo que mejor sabía, reclamando para sí el trono de campeón indiscutido que había dejado vigente, dos años atrás. Sus 55 puntos anotados en el Madison Square Garden, tan solo semanas después de concretado su regreso, nos dejaban saber que las facultades físicas de Mike se encontraban intactas. Tanto como su poder devastador para desmantelar rivales de temer, como los Seattle Supersonics liderados por Gary Payton y Shawn Kemp (1996) o la poderosa dupla conformada por Karl Malone y John Stockton al frente de Utah Jazz (1997-1998). Rumbo a un segundo ‘Three-peat’ de leyenda, Jordan rubricaba con su estela dorada y su fuego incombustible los designios de una década que le pertenecía de forma reverencial.



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