DESAYUNO DE CAMPEONES: Jack Johnson – La excepción de la regla. Por MAXIMILIANO CURCIO

A principios del siglo XX, el boxeo se había convertido en un camino posible hacia el bienestar económico y la aceptación social para una franja de grupos étnicos y raciales presos de la postergación y la marginalidad. Reconocido como un deporte popular de alto impacto, el boxeo profesional se centró en los Estados Unidos como potencia insoslayable, tomando provecho de su economía en expansión hacia fines del siglo XIX y en las posteriores y sucesivas oleadas de inmigrantes que llegaban a la tierra prometida. Sin embargo, el racismo alimentaba el vil apetito de un espectáculo que había dejado atrás los salvajes días del “bare-knuckle rules”. En otras palabras, el boxeo a puño limpio, sin protección, que fuera la forma original deportiva estrechamente ligada a los milenarios deportes de combate.

Las “London Prize Ring Rules” constituyeron el reglamento iniciático del deporte, escritas en 1743 por el campeón británico Jack Broughton, y vigentes hasta 1867 cuando se conformaron las «Reglas del Marqués de Queensberry», dando final origen al boxeo moderno con guantes. El deportista galés John Graham Chambers estableció, de tal forma, el basamento del boxeo moderno. En 1867, se instituyó, a su firma, el uso requerido de guantes de boxeo y la duración de rondas de tres minutos, entre una docena de normas.

En tiempos donde los afroamericanos recurrieron al boxeo para granjearse un futuro digno, boxeadores negros nacidos en el extranjero como Peter Jackson, Sam Langford y George Dixon recalaron en Estados Unidos, probando bañar sus días de gloria. Mientras tanto, la ciudad de Galveston, perteneciente al estado estadounidense de Texas, ubicada al noroeste del golfo de México, vio nacer al primer pesado de color de la historia. Jack Johnson, una imponente figura de maciza corpulencia, quien se coronara en 1908, venciendo por KO al campeón reinante Tommy Burns. Al año siguiente, este pionero del boxeo en su era moderna refrendaría laureles despachando sin piedad alguna al peligroso Stanley Ketchel.

Su aspecto temible sobre el ring fue ridiculizado por la prensa, quien utilizó el talante natural de Johnson para justificar la dominación y el miedo que ejercía la América blanca más intolerante sobre la raza negra. Las condiciones físicas y técnicas de Johnson eran innegables, pero la igualdad de condiciones que reclamaba para sí excedía los estrictos cánones segregacionistas que dominaban aquellas primeras décadas del siglo XX: los boxeadores afroamericanos no poseían justo trato a la hora de concertar una pelea con un rival de raza blanca y a Johnson se lo castigaba por su carácter por demás disidente. Allí aparecería en su camino el campeón retirado Jim Jeffries, epítome del sector más enfervorizado en contra de la ascensión afroamericana y apadrinado por el escritor de novelas Jack London (un apasionado del cuadrilátero, autor del libro de relatos “Knock Out”), cronista en primera fila de varios de los más trascendentales combates de la primitiva época.

Dueño de una agilidad inusual para alguien de su tamaño (1.83 metros de estatura y 90 kg de peso), en escasas ocasiones fue Johnson seriamente herido en combate. Genio de la defensiva y oportuno atacante, hizo uso de esta peculiaridad táctica y borró de un plumazo el aura de invencible de Jeffries -la otrora gran esperanza blanca, síntoma de oscuros intereses políticos- en la noche del 4 de junio de 1910. Tristemente, su hazaña excedió los límites del deporte para convertirse en una cuestión de estado a nivel nacional: aquella noche se registraron disturbios raciales y linchamientos en varias urbes norteamericanas.

Johnson, hijo de padres esclavos de ascendencia africana, había impactado no solo al deporte del boxeo, sino también a la sociedad estadounidense entera. Su notoriedad como hombre negro daba por tierra con el retrato de figura servil y desclasada, prefigurada por un código racial que sentenciaba a muerte a los ciudadanos de color provenientes, mayormente, de los ámbitos rurales de la denominada América Profunda. Acusado de inmoralidad (por viajar en transporte público, junto a su compañera sentimental de tez blanca), perseguido por el poder policial de turno y acorralado por el fisco, su reinado sorteó impensados obstáculos hasta prolongarse por el término de seis años. Sin embargo, el mismo acabaría de forma francamente penosa.

El vilipendiado campeón debió huir del país para evitar la cárcel, pactando un combate en La Habana (Cuba), en 1915, frente al gigante Jess Willard. Durante los meses previos, se había convertido en un auténtico trotamundos, llegando incluso a pelear en Buenos Aires (frente a su compatriota Jack Murray, en 1914).  La leyenda dice que Johnson vendió su derrota, amañando el combate a cambio de una amnistía del gobierno americano. Permiso que garantizaría el fin de su exilio jamás cumplido por las autoridades de turno (y ante lo cual la propia nación le otorgara un perdón póstumo, en 2018), consumando una traición que precipitaría el final trágico del púgil, fallecido en un accidente de tránsito en 1946.

Espíritu rebelde perteneciente a una época profana, un total de ochenta victorias en ciento catorce combates disputados, sazonan una carrera que se dilató por el término de tres décadas (1897-1928), permaneciendo su legado intacto hasta hoy.



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