
Cuando Cassius Clay enfrentó al campeón vigente Sonny Liston por la preciada corona pesada, en aquel 25 de febrero de 1964, el ambiente entero del boxeo se preparaba para glorificar a la naciente leyenda. Un joven veinteañero, bocazas, guapo y carismático, le hacía frente al temible campeón reinante, un veterano púgil que le aventajaba en las apuestas y que había superado un arduo pasado delictivo (del reformatorio de menores a la cárcel, sin escalas) hasta convertirse en poseedor de campeón de los cinturones que entrega la Asociación Mundial de Boxeo (AMB), la Comisión Atlética de Nueva York (NYSAC) y del recién fundado Consejo Mundial de Boxeo (CMB), luego de aniquilar sobre el ring a rivales de fuste, como Floyd Patterson, en dos ocasiones.
El célebre Convention Hall de la calurosa y colorida Miami agotó las 15 mil entradas disponibles, convirtiéndose en anfitrión de uno de los eventos deportivos del siglo. Aquella noche, el mundo entero fue testigo de la máxima que cimentaría el legado del nativo de Kentuchy, en su concepción pugilística como un acto de entrega artístico: “flota como una mariposa y pica como una abeja”, fue la frase atribuida a su entrenador personal Bundini Brown, y en directa relación al nivel de precisión ofensivo de Alí, en permanente equilibrio con su notable destreza defensiva. Tal riqueza técnica prefiguraba la fórmula indicada para contrarrestar la dinamita en los puños del que hacía gala un implacable noqueador como Liston, dueño de un poder de definición por la vía rápida tan proverbial y devastador, de un nivel que la categoría no había visto desde los tiempos del invicto Rocky Marciano.
Aspirante al título y forjando su incipiente mito, amparado en su capacidad histriónica para colocar a la altura de su agudeza mental sus notorias capacidades físicas dentro del cuadrilátero, el impetuoso Clay traía consigo los laureles obtenidos en los Juegos Olímpicos de Roma 1960 (había obtenido la medalla de oro antes de arrojarla al mar, en señal de protesta), así como también superlativas victorias frente a rivales de mayor envergadura y palmarés (como Henry Cooper y Archie Moore). Su extrovertido comportamiento despertaba tanta curiosidad en los medios periodísticos como asombro en el público y envidia en sus rivales. Poniendo en marcha sus mentados juegos psicológicos días previos al combate, Clay llegó a pronosticar en que asalto lo detendría y su impune conducta no tardó en desmantelar las resistencias emotivas de un Liston que subió al ring literalmente derrotado.
Desde el primer asalto, el precoz genio se movía dentro de los márgenes del mismo con la armonía y la velocidad de un peso medio, mientras danzaba alrededor de la apesadumbrada humanidad de un Liston preso del desconcierto y la frustración. Luego de sufrir una clase de boxeo por parte del retador, una aparente lesión en el hombro no permitiría al campeón reinante salir de su esquina más allá del sexto round, dando por finalizada la pelea. El grito ensordecedor de Clay era toda una declaración de intenciones que se prolongó como instantánea secular, pronunciándose en las pantallas televisivas de todo el mundo y reproduciéndose en las tapas de matutinos a la jornada siguiente: “!Sacudí al mundo!, ¡sacudí al mundo!”, gritaba exultante el campeón.
Pocas horas después de convertirse en nuevo rey pesado, Alí asestaba su golpe maestro: se convertía al islamismo, en consonancia con la lucha de igualdad racial en Estados Unidos y un necesario acto de conciencia, liberándose de las ataduras de la idiosincrasia blanca y su cruel primacía. Activista clave en tiempos convulsos donde la raza afroamericana era perseguida, diezmada y masacrada, la figura del boxeador se erigía como un ejemplo idóneo para sus generaciones contemporáneas. Convertido en foco de atención por su interés comunitario, la carrera de Alí sufriría un hiato de un año calendario, otorgándole revancha a Liston en un combate que recién se celebraría el 25 de mayo de 1965, en una modesta ciudad industrial (Lewinston) perteneciente al estado de Maine.
De aquel enfrentamiento se tejen suspicacias tan elocuentes que indican que pudo haber estado amañado por la mismísima mafia, a la que Liston debía una suma considerable de dinero, causa que, probablemente, explique la teoría conspirativa que se cierne sobre su misterioso deceso, en 1970. Lo cierto es que a su abrupto desenlace (apenas promediando el segundo round) se lo conoce como uno de los finales más polémicos de la historia del boxeo. Un golpe fantasma jamás anticipado acababa con las tibias aspiraciones de un crepuscular Liston, mientras Alí daba pruebas de su aura invencible incitándolo a levantarse, capturando en nuestra retina un fotograma que inmortalizara a modo de obra pictórica Neil Leifer para Sports Illustrated.
El árbitro de la pelea, Jersey Joe Walcott (otrora campeón pesado en un breve lapso, durante 1950), daba por finalizado el combate. Liston, herido por segunda vez en su orgullo, no podía estar más de acuerdo con aquella sentencia. El ícono llamado Muhammad Alí, dueño de un impoluto récord de veintiuna victorias, se agigantaba ante nuestros ojos. Le esperarían ocho próximas defensas exitosas de la corona, antes de que su carrera profesional fuera interrumpida por la suspensión acaecida a su negativa a alistarse en las tropas militares que combatieron en Vietnam. Sin rivales que amenacen su legado dentro del ring, las razones extradeportivas se convertían en aquel ingrato y disruptivo efecto dominó, culpable de detener su meteórico ascenso, síntoma de un tiempo de inconcebible intolerancia y turbulencia social.
Categorías:Desayuno de Campeones
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