
Un disparo a la ilusión, una pesadilla de la que no pudimos despertar. Una pelea callejera que acabó, un altercado que jamás debió haber ocurrido. Una balacera sobre la indefensa humanidad de un muchacho de diecisiete años y 2.01 metros de estatura, ocurrida el 20 de noviembre de 1984. Se llamaba Ben Wilson, le apodaban Benji y poseía el talento bruto suficiente como para convertirse en el mas fulgurante diamante que la codiciosa NBA aguardara atrapar entre sus manos. Benji estudiaba secundaria en la Escuela de Simenon, Illinois, en inmediaciones de Chicago, su ciudad natal. En su barrio residencial (Chatham) era una auténtica celebridad.
Sus dotes para el baloncesto maravillaban a sus directores técnicos, colegas, ojeadores, especialistas y cronistas del deporte. Definían a Wilson como esa clase de jugador que aparece, tan solo, ‘once in a generation’. A través del registro de una serie de filmaciones de archivo en VHS de dudosa calidad, restaurados para su preservación, puede testimoniarse la breve pero fulgurante trayectoria escolar de este precoz fenómeno que se encontraba listo para ser reclutado por la prestigiosa universidad de Illinois, que viera surgir futuros talentos de NBA de la talla de Kenny Battle, Kendall Gill, Derek Harper o Deron Williams. Que los favoritos Figthing Illini posaran sus ojos en el espigado y moreno pívot de escuela secundaria no sorprende en absoluto.
Quienes lo vieron jugar, aseguran que se trataba de un talento impar, tan versátil y pionero en su concepción del juego. Poesía la capacidad de pase, el dominio de balón y la visión de campo de Magic Johnson; también el juego de poste, la tenacidad reboteadora y el repertorio ofensivo de un Kevin Garnett. Molde de base asistidor en cuerpo de alero polifuncional, tal mixtura de características agregaba sabor y color a un joven que sonreía luminoso, mostrando su genuino amor por el juego y daba largas zancadas con absoluto encanto hipnotizante. Futuros facsímiles razonables, como Lamar Odom, Anthony Mason, Julius Randle o Ben Simmons, nos muestran un prototipo de adelantado al menos dos décadas en su tiempo. Francamente alucinante.
Su historia personal, rubricada en tragedia antes de materializarse en los sueños bañados de gloria que le fueran augurados, nos lega uno de los reveses más arduos de digerir para la historia del baloncesto. El espíritu de Benji continúa vivo en el siempre apasionado parqué callejero que anima las calles de la Ciudad de los Vientos. Su rostro se ha eternizado en remeras, posters, banderas y sneakers. Fenómeno popular y cultural sin precedentes, ha inspirado a futuras generaciones y notables jugadores de idéntica procedencia escolar (Derrick Rose y Nick Anderson) han utilizado su inolvidable jersey número 25 a su honor, cumpliendo el sueño que al joven le fuera arrebatado. Una estrella con destino triunfal, cuya existencia fuera precoz y cobardemente silenciada.
Categorías:Desayuno de Campeones
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