
Golpearon.
Sabía que vendría, pero no la esperaba tan pronto.
Con paso lento fui hasta la puerta, la abrí y allí estaba: ella.
Su pelo largo, lacio, azabache.
Su rostro pálido, de mejillas pronunciadas, realzaban los labios carnosos, rojos como el fuego.
Las manos blancas, de dedos delgados, moviéndose armoniosamente.
Enormes y rasgados ojos oscuros, de enigmática mirada.
Su vestido largo, negro, impecable.
Exquisita perfección.
Me deslumbró.
La hice pasar.
Me miró largamente y me dijo:
—¿Vamos? Vine a buscarte.
—¿Qué llevo? —le pregunté.
—¡Lo imprescindible! —me contestó.
Lo imprescindible, pensé.
¿Qué sería?
Los buenos momentos vividos, el cariño de los míos, las emociones, la amistad, el amor…
Cuando salió, fui detrás.
Cerré la puerta y la seguí.
Ella, la muerte, aguardaba.
¡Y yo… con las manos vacías!
Categorías:Pura Ficción
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