RESEÑA DE LIBROS: CLAUDE CHABROL – COMO SE HACE UNA PELÍCULA. Por MAXIMILIANO CURCIO

Fruto de una serie de entrevistas entre Claude Chabrol y François Guérif, este breve compendio realiza un repaso integral al proceso de «Cómo se hace una película». Matizado en todo instante por la ácida y personal visión del director de «El bello Sergio», «El carnicero», «El grito de la lechuza», «La ceremonia» o «La flor del mal», el contenido de estas páginas toca desde los primeros pasos de la aventura que supone toda realización cinematográfica -la elección del tema, la escritura del guión, la búsqueda de un productor- hasta los últimos -la explotación y recepción del film-, pasando, naturalmente, por todos los problemas y detalles que lleva aparejados el rodaje, incluyendo la dirección de actores, las cuestiones técnicas y la función de cada uno de los que en aquél participan.

UN AUTOR CON AUTORIDAD

Siguiendo los postulados de la Teoría de Autor formulada por François Truffaut, la carrera cinematográfica de Claude Chabrol nos deslumbró a lo largo de  más de medio siglo de trayectoria: encargándose de la mayoría de sus guiones, adaptando algunas obras de escritores universales, influenciado por movimientos vanguardistas europeos y regido por aquella máxima que convierte al director en el epicentro de la producción.

El profundo saber sobre la industria de este veterano realizador cobra forma de libro y responde preguntas claves como si a un auténtico oráculo del séptimo arte fueran formuladas. A partir de las corrientes críticas surgidas en los años ’50, de las que Chabrol fomró parte, ver películas se convertiría en escribir, pensar y construir nociones sobre ellas. Así, el lenguaje trasciende hacia otra dimensión y el cine se transforma en un territorio fértil para recrear la propia identidad (del cineasta, del crítico y del espectador), concibiendo tal práctica como una forma de relacionarse con el mundo y el entorno. Tal espíritu rescata este pequeño ejemplar, aunque poner en palabras la pasión resulte un desafío sumamente complejo.

Durante el libro, nos encontramos a menudo con el término ‘autoría’. El autor cinematográfico, según los teóricos cahieristas, era aquel director capaz de moldear con artesanía las herramientas que la puesta en escena cinematográfica les proporcionaba, imprimiéndole a su labor una mirada comprometida con su arte, a lo largo de una obra coherente, que permita rastrear, film a film, una huella plagada de marcas personales. La mera concepción de películas técnicamente impecables no convertía, según la crítica, a directores en autores con mayúsculas. El toque personal que cada autor hacía sobre sus obras revelaba una intención extra: el profundo compromiso con el arte, para utilizar a este como vehículo, en pos de mostrar una mirada sensible sobre el mundo que lo rodeaba y sus posibles interpretaciones. Esto último, por la riqueza de su contenido, merecía el calificativo de autor, mérito al que unos pocos accedían. Chabrol fue uno de ellos y aquí nos lo demuestra a la perfección.

El cine es un medio de comunicación, portador de una mirada estética acerca del arte y de ciertas inquietudes intelectuales que dejan ver aquellas temáticas que conmueven a su realizador. El ejercicio de una mirada crítica no solamente nos otorga la comprensión del lenguaje cinematográfico como mecanismo de ficciones audiovisuales, sino como el catalizador de un mensaje cuya ideología primaria se encuentra oculta bajo la simbología personal de cada autor. Este sentido enriquece notablemente el acto artístico, al tiempo que la impiadosa mirada de Chabrol jamás escatima verborragia, un humor corrosivo y un ego a prueba de balas.

A la hora de evaluar el éxito o el fracaso de un proceso audiovisual, el cineasta galo apunta hacia dos parámetros tan importantes en el séptimo arte: la forma y el contenido. Redescubriendo el sentido del lenguaje, da cuenta que no se debe estar atado a una narrativa. En definitiva, esta no es más que una excusa para que el autor nos cuente qué piensa del mundo. Desligando al cine de una narrativa que lo aprese, condicione y limite, Chabrol hunde las raíces de su pensamiento en aquella camada autodidacta e iconoclasta que lo formó: concibe al cine como un instrumento para mostrarnos (en capas más profundas y a veces ocultas a la vista) qué elementos integran su cosmos.

A lo largo de esta extensa charla coordinada por François Guérif, se nos dilucida un concepto clave: el uso que el autor cinematográfico haga de todos los elementos de la puesta en escena denotará su virtuosismo y nos develará más de un rasgo a la hora de evaluar sus decisiones estéticas. Este concepto ha sido profusamente difundido por la crítica cinematográfica académica, y Chabrol retoma la máxima baziniana por antonomasia: el análisis persigue un motivo que excede la mera descripción de los elementos que lo constituyen. La pregunta que debemos hacernos, para comprender cabalmente una película, es ‘para qué’ tal o cual elemento tiene presencia en la obra. En última instancia, importa saber ‘por qué’ el director dispuso de tal elemento de determinada manera, como indicativo de que dicho instrumento portará un mensaje implícito en la obra, como vehículo a descubrir posibles significados.

COMO SE HACE UNA PELÍCULA nos radiografía el pensamiento de un Claude Chabrol que se ha mostrado provocativo, incluso, hacia las postrimerías de su carrera. Su erudita cosmovisión refleja los quilates de un consagrado estudioso de la psiquis humana, abordando sus trastornos y reacciones en el límite de la moralidad. Pionero de la Nouvelle Vague, siempre prefirió narrativas de suspenso que acentúen el estilo a la experimentación. Sin embargo, algunas influencias neorrealistas, como el rodaje en locaciones del exterior y el uso de actores no profesionales, se perciben en su obra más temprana. Al examinar una filmografía tan prolífica que se hace eco de sus palabras trayéndonos al presente un sabroso anecdotario de su experiencia en sets de rodaje, observamos un marcado formalismo argumental, así como unas narrativas dinámicas y poderosas. Su empleo espontáneo de la puesta en escena, en función de la sugestión visual, nos habla de un cineasta que se ha mantenido honesto con sus principios.

Esta consecución intelectual no descuida mantener alerta a cada lector, sembrando pistas que desafían nuestra curiosidad. En efecto, tras las cámaras adopta idéntica postura: para Chabrol ninguna pieza del rompecabezas argumental es plausible de eliminarse. Los abundantes recursos visuales de los que dispone se adivinan como pasaportes a facturar una película que diseccionará sus diferentes idiosincrasias, colores y matices. Describiendo sus respectivos hábitos, gustos, subjetividades y estilos al momento de filmar, Chabrol nos conduce hacia un territorio de infinita pasión por la materia celuloide. La inquietud personal y el didactismo técnico al que abrevemos en estos mecanismos de análisis nos permitirá extraer un sentido global a este itinerario de preguntas y respuestas de lo más disfrutable.



Categorías:La Biblioteca de Babel

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