¿Cómo se aprende a improvisar? ¿O, en todo caso, cómo se aprende cualquier arte? ¿O cualquier cosa? Es una contradicción, un oxímoron. Vaya y dígale a alguien: “¡Sé espontáneo!”. O trate de que alguien se lo diga a usted. Nos sometemos a maestros de música, de baile o de taller literario que pueden criticar o sugerir. Pero por debajo de todo eso lo que realmente nos piden es que ‘seamos espontáneos’, que “seamos creativos”. Y eso, por supuesto, es más fácil decirlo que hacerlo. ¿Cómo se aprende a improvisar? La única respuesta es otra pregunta: ¿qué nos lo impide? La creación espontánea surge de lo más profundo de nuestro ser. Lo que tenemos que expresar ya está con nosotros, es nosotros, de manera que la obra de la creatividad no es cuestión de hacer venir el material sino de desbloquear los obstáculos para su flujo natural.

EL DON DE ESPARCIR LA MAGIA
Todo ser creativo parte de una idea abstracta, de algo que lo conmueve y le interesa. Allí aparece un concepto e infinitas posibilidades en su inabarcable horizonte. Dicha idea se representa bajo el material utilizado y moldeando las distintas capas que componen el lenguaje. Siguiendo esta premisa, Stephen Nachmanovitch alumbra el camino de búsqueda creativa dentro de la obra personal de cada artista, un punto de realidad íntimo y privado, protegido de toda mirada exterior, para construir un sentido intervenido por su propia subjetividad, luego puesto a debate en el ojo público. Cada artista se despoja de lo banal y mide el beneficio de su propio trabajo bajo el hecho en concreto: su proceso no está sujeto a las definiciones estéticas de una obra acabada.
El acto creativo, nos ilustran las tan eclécticas experiencias citadas por el autor, arroja al artista hacia un estado sumamente elevado y particular, convirtiéndolo en un definitivo integrante de una distante dimensión espacio-temporal. Descubre los caminos impredecibles que su obra va dictando, en la medida que su trazo va creando formas y sentidos: sabemos que el acto de pintar, componer o escribir es irracional, inconsciente e ingobernable. Y su naturaleza es tan poderosa, que el deseo por expresarse diluye toda circunstancia adversa que pueda atravesar su creador. Por la fundamental razón de que ese horizonte creativo se convierte en pulsión de vida, y de esa necesidad imperiosa de manifestarse a través de una mirada estética al concebir el mundo y sus cosas, la existencia del artista cobra sentido.
Infinita cantidad de artistas, pensadores y también consumidores de arte, han reflexionado, desde tiempos inmemoriales, acerca de algo tan intangible y complejo de discernir: ¿de dónde proviene la inspiración? Aquel tesoro tan preciado y, en ocasiones, extraviado. Si bien no existe una respuesta que pueda satisfacer a todas las corrientes artísticas por igual (a sabiendas que la mirada y el gusto estético nace desde un lugar puramente subjetivo), este preciado trabajo ensayístico nos recuerda tener cuenta que el desorden es un territorio propicio para la inspiración.
Nachmanovitch -músico y educador enfocado en los campos de la creatividad y la improvisación- no duda en afirmar que el artista habita, confortablemente, su propio caos. Rescatando el espíritu lúdico y espontáneo del acto creativo, este autor multidisciplinar devela su genuina naturaleza mientras espía la realidad de modo implacable. Pasajero solitario de su viaje hacia otros mundos y habitante de un espacio intangible, sabe la incertidumbre es su aliada inseparable: acaso el ser creativo pretende, siempre, cultivar la ausencia de certezas como fértil vehículo de posibilidades.
Categorías:La Biblioteca de Babel
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