
Siendo Borges profesor de la cátedra de Literatura Inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y estando un día al frente de la clase, fue interpelado por uno de los cursantes acerca de su opinión sobre lo que era la realidad. Ya es de público conocimiento el amor de Borges por la filosofía, por lo que su alumno se vio tentado de escuchar su reflexión al respecto sobre un tema tan controversial. El ilustre escritor se acercó entonces a su escritorio y preguntó: – “Si yo digo que un escritorio es una especie de mesa, ¿usted qué me diría? ¿Es real o no? – El alumno respondió que sí. –“Y si yo le dijera que el escritorio es una especie de silla ¿Usted qué me diría? ¿Es real o no? – El alumno respondió que no. Borges procedió entonces a dar su respuesta: – “La realidad existe independientemente de la percepción de cada uno, usted puede sentarse en el escritorio si quiere pero eso no lo convertirá en silla y podrá escribir sobre la silla pero eso no la convertirá en mesa y eso es lo que Sócrates y Platón llamaron Objetivismo, los sofistas , en cambio, pretendieron hacer creer al hombre que el mundo era o no era de acuerdo a su percepción individual, postura muy humanista pero también muy ilógica puesto que si todo se basara en percepciones propias entonces los valores morales también caerían bajo ese espectro, de es te modo a mi puede parecerme bueno matar a una persona pero la realidad es que no deja de ser un homicidio”
Si bien el ser humano es un ser emocional, lo que lo convierte en un ser subjetivo, también es un ser racional, de este modo el plano emocional y de las percepciones radica en lo subjetivo mientras que el racional lo hace en el objetivo. Pero ¿podría definirse lo estético y lo bello en el plano objetivo? ¿Acaso la belleza no forma parte también de la realidad? Tomás de Aquino define lo bello como aquello que agrada a la vista (quae visa placet). Comúnmente se mide la belleza externa con base en la opinión general o el consenso de un grupo mayoritario de personas, si todos reconocemos belleza en una rosa, entonces es una realidad que la rosa es bella, ahora si miramos la flor del cardo algunos podrán decir que es bella y otros dirán que no, en este caso ya no hablamos de una belleza real sino subjetiva “ Es bella sólo para algunos”, del mismo modo aplicaría al ejemplo de la madre que ve hermoso a su hijo pero este en realidad no lo es. Es el amor de esa madre, esa subjetividad la que hace que ella lo vea bello, sin embargo, el resto de las personas lo ve de forma objetiva, ve su belleza real.
La escuela pitagórica vio una importante conexión entre las matemáticas y la belleza. En particular, notaron que los objetos que poseen simetría son más agradables a la vista, por ende, los más bellos. Un importante indicador de la belleza física es la «medianía». Cuando las imágenes de rostros humanos se promedian para formar una imagen compuesta, esta se acerca progresivamente cada vez más a la imagen «ideal» y se percibe como más atractiva. Un ejemplo de esto es el Hombre de Vitruvio de Leonardo Da Vinci.
Si bien los estándares de belleza han ido variando con el correr del tiempo esto no implica que el concepto de belleza lo haya hecho, sino que dentro de lo real que podía encontrarse en ese momento eso era bello. Mucho se ha hablado de la particular belleza de Cleopatra, la reconstrucción de su rostro que hoy vemos no nos muestra una mujer bella, pero sin lugar a dudas para los parámetros humanos de su época quizás sí lo haya sido. Nuevamente, vemos cómo lo bello se impone a través de lo real y no de lo particular.
Los sofistas, precursores del relativismo vanguardista, afirmaban que la belleza está en el ojo del observador, ergo, nadie puede definir qué es bello y qué no. Esta postura que a primera vista pareciera defender una libertad de percepción, en realidad, es todo lo contrario, puesto que impone, bajo dicha premisa, que todo puede ser bello con que a una sola persona le agrade, pero no admite que esa cosmovisión anula la concepción real de lo bello. Por este motivo, la tan afamada afirmación de que “la belleza es relativa” no es más que una falacia para justificar la carencia de belleza real.
Hoy en día nos encontramos inmersos en un paradigma que lejos de pretender romper estándares de belleza, persigue casi de forma obsesiva el intento de imponer lo feo como estándar de lo bello, lo vulgar como sofisticado, lo burdo como culto, el sinsentido como arte, “la Biblia junto al calefón” como reza el famoso tango “Cambalache” pero este mismo paradigma que se embandera en la supuesta defensa de la diversidad relativa condena, a su vez, a todo aquel que no comulgue con sus premisas, haciendo de esta perspectiva una imposición social.
Para Borges, el hombre era atemporal y sostenía que este podía tomar de cada tiempo lo mejor. No siempre lo moderno es lo correcto, a veces aquello que despectivamente se tilda de retrógrado o anticuado marca lineamientos de los que nunca deberíamos desprendernos del todo.
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