
Me llamo Ruth, y en el ocaso de mi vida decidí contar mi historia.
14 años tenía cuando me llevaron. Aún recuerdo el dolor que sentí en mis brazos porque me negaba a soltar a mi madre. Me subieron a un camión del ejército con muchas mujeres. Tantas que era casi imposible respirar. Paradas, con los brazos en alto para que entraran más. Un olor nauseabundo se volvía insoportable. Al principio no lo pude identificar. Era el miedo, en todas sus formas. De pronto frenó y nos bajaron a empujones. Rasuraron nuestras cabezas y nos quitaron la ropa. Entre burlas y manoseos los soldados separaron las mujeres jóvenes de las más viejas. Nos despojaron de lo único que nos quedaba. Y quedamos vacías, como cáscaras corrompidas. Podridas.
No recuerdo cuantos días estuve sin comer, bebiendo sólo agua sucia. Esperando temerosa a los monstruos que nos ultrajaban una y otra vez. Mi cuerpo había llegado a un estado esquelético que a muchos les parecía imposible que aun tuviera aliento. No era yo, sino un ente vacío que se hacía pasar por mí. Un envoltorio inerte que intentaba sobrevivir de algún modo. Estaba vacía de mí misma. Sólo podía sentir un continuo desgarro desde la última vez que vi los ojos de mi madre.
Cuando no tuvieron más qué tomar, nos llevaron caminando hacia el despojo de las almas. Un galpón sin ventanas. Otra vez hacinadas. Otra vez desnudas. Otra vez.
No quise quedarme parada y me recosté en el último rincón. Escuché un chiflido, una ventisca y un olor extraño comenzó a marearme. Las mujeres comenzaron a caer. Desvanecidas, convulsas y el sueño me logró vencer. A lo lejos escuché que retiraban los cuerpos. El mío también y, como si fuera otra, me sentí caer. Al momento que pude abrir los ojos vi tantos muertos… tanta descomposición de cuerpos que no pude soportarlo. Me asusté. Entre ojos, logré ver que los alemanes se alejaban. Comencé a reptar entre cadáveres hasta alcanzar el borde. Sentí unos brazos levantarme como si fuera una hoja de papel y desperté en un sótano donde pude ver la luz.
Y así fue como sin cabello y sin nombre, con la mirada vacía y un dolor asfixiante, trepé las paredes del infierno y logré renacer de entre los muertos.
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