¿A que le temes más? ¿A la oscuridad o al frío?

La oscuridad es una instancia que llevas detrás de tus pupilas blancas. Puedes atravesarla si manejas bien el miedo que las sombras te provocan cuando les consientes un lugar de privilegio dentro de tu cerebro.

La oscuridad guarda en sus rincones los monstruos que alimentaste en tu cabeza, seres inexistentes en la realidad de tus días a los que permites (o no) terminar con la coherencia de tus palabras, de tus acciones, de tus horas.

La oscuridad te mata sólo si se lo permites. Carga tus manos con armas que disparan cuando tus temores te alcanzan.

Pero el frío…

El frio toma tu cuerpo desde las fibras más profundas y silencioso te va entumeciendo para llevarte hasta los brazos de la muerte luego de quemar tus huesos.

Te arrulla sigiloso entre la melodía suave y persistente del castañeo de tus dientes. El frio genera voltajes de alucinación y te muestra una hoguera para que te acerques con la confianza suficiente donde solo hay nieve. Tus movimientos se quiebran, te vuelven torpe hasta que caes adormecido. Te recuestas tranquilo y te entregas en un pesado sueño a sus paisajes blancos.

Y entonces la ves venir, con su cabello largo y su dulzura inigualable. Camina sin quitar sus ojos de los tuyos. Empuña una daga cristalina y mientras acaricia tu frente repitiendo “Duerme, duerme”, atraviesa sin dudarlo, el centro de tu pecho.

La más taciturna de las muertes se disfraza de nieve.

Y allí quedas, convertido en cadáver para el deleite de sus sombras.

O de las tuyas.

Categorías:Pulsos