
Muchas veces escuchamos la expresión “sentimientos encontrados”, que normalmente, pueden causar confusión y un sentimiento incómodo de atascamiento. En realidad, este término significa que tenemos varias emociones, que por lo general, rivalizan entre sí.
Pueden referirse a una persona o a una situación. Ocurre, tal vez, porque nos hemos encontrado con un suceso, un escenario o un comportamiento nuevos, que debemos procesar.
En psicología, se utiliza el término “disonancia cognitiva” para describir los sentimientos encontrados. Es un estado psicológico de tener necesidades, pensamientos y deseos contradictorios. Comúnmente los definimos como ambivalencia.
Somos una especie compleja, disímil, en constante evolución, que a veces pasamos por realidades que no sabemos como catalogarlas; aquí aparecen estos sentimientos.
A continuación, les presento un relato que tiene mucho que ver con esta circunstancia. Queda librado al lector determinar si fue una realidad o es mera fantasía del autor.
El chocar de la mochila en el suelo rocoso me alivió la carga.
Me recosté sobre una roca dejando que los tibios rayos del sol me alcanzaran.
El faldeo de uno de los “picos” me protegió.
La charla de los muchachos fue apagándose poco a poco.
El silencio empezó a enseñorearse del lugar.
Cubrí mi rostro con el bonnie… y me dejé estar.
Habíamos arribado dos días antes.
Conformábamos lo que dimos en llamar “Los mayores de cuarenta”. Quique, Mario y Carlos (quien esto escribe) partimos desde Mar del Plata en la “bronco”; que sin velocímetro por la acelerada del motor y taqueando los mojones, sabíamos con alguna aproximación a que velocidad íbamos. En Sierra de la Ventana, nos esperaba mi tocayo, el otro Carlos, primo de Mario y guía de la expedición.
El día señalado, bien temprano, hacia Villa Ventana. Allí quedó la camioneta en casa de Charly, un amigo, y comenzó la aventura.
Llegar, lo que se dice llegar… llegamos. El tema fue cómo. Después de una marcha continua con pequeños descansos de 10 minutos fuimos dejando atrás “La cuesta del sudor” del cerro Napostá, la “Tranquera del viento” y recogimos agua en “La cueva de los guanacos”. Nombres que hoy me vienen a la mente con una precisión quirúrgica.
Cuatro amigos montañistas haciendo trekking de baja montaña, coronamos el cerro Tres Picos (1239 msnm) en ese octubre ventoso del 96´.
Hicimos cumbre con todos los pertrechos a las 16:50, luego de 7 horas extenuantes.
Como cada vez que estuve arriba, tres águilas moras volaban en círculo.
La noche allí en lo alto con la carpa armada, fue un compendio de sentimientos.
La sensación de libertad expresada al máximo.
Pero la vuelta al otro día tuvo un condimento especial, más allá de la rodilla de Quique inflamada por un tirón, que “vendada” con cinta ancha logró llegar.
En el pequeño valle de los tres picos, los muchachos decidieron subir al que mira hacia el oeste para ver el pueblo de Sierra.
No quise ir, algo me empujaba a quedarme a la espera.
Con los binoculares veía el verde de los pinares abajo y sentí la necesidad de estar solo. No me pregunten por qué.
Así fue como recostado sobre esa roca, al cerrar los ojos, los otros sentidos se exteriorizaron con mayor profundidad: escuchaba el silbido de la brisa, sentía la caricia del sol en todo mi cuerpo, tocaba la rugosidad de una piedra a mi costado y olía ese aroma tan particular de la tierra, arriba de los 900 metros.
De repente, no sé como, dejé de percibir todo ello y comenzó una transformación en mi ser. Mi cuerpo se disgregaba. Se disolvía. Pasaba a ser parte de lo que me rodeaba.
Era una sensación rara y maravillosa al mismo tiempo.
Ya no sentía nada, solo una profunda comunión con todo lo que me rodeaba.
No era yo, un ser individual, sino que era parte de algo más grande: un “todo universal”.
Me vi envuelto en esas piedras de 2500 millones de años de antigüedad como si fuera una más. Una paz como nunca antes había sentido se adueñó de mí.
¡Era un ser íntegro, completo, absoluto!
El ruido de las voces de los muchachos que regresaban, quebró el hechizo.
Todo volvió a su lugar.
Todo se transformó en normal.
Me levanté y percibí que algo fantástico me había pasado.
No disfruté un sueño.
Estuve consciente todo el tiempo.
Percibí la existencia de otra realidad.
Escapaba a mi raciocinio, pero sí sabía que lo maravilloso había estado ahí.
Si me lo preguntan, volvería sin dudarlo ni un instante a ese momento.
Dos veces más en años posteriores volví al Tres Picos, ya como guía, y cada vez que bajé, pasé frente a esa roca.
Las dos veces pude divisar mi figura desdibujada en ella.
Creo que soy el único que puede verla.
Jamás volví a sentir lo mismo.
Categorías:Pura Ficción
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