
No es algo programado, juro que no miro el calendario, es más, me alejo de ese conjunto de números inquisidores, que parecen salirse del rosal morado, saturado y editado por la impresión ordinaria que le hizo el hombre oriental del vivero, pero aunque intente cambiar la rutina el mismo día cae sobre mis hombros. No estoy hablando de ningún suceso en particular, si fuera así me quedaría tranquila, el problema es que este martes se fue por el inodoro, desconozco cómo llega al baño, y si bien no lo siento muy lógico, tampoco lo veo imposible. Resulta que no se decide, si te vas por el inodoro te vas y no volvés más, el problema es su regreso, se acomoda nuevamente en la sintonía, habla con el sábado del clima, se hace el tonto, como si no hubiera derrapado, como si no hubiera enloquecido, lo hace siempre, es más común su desatino que sus disculpas, mal actuadas encima:
—Juro que es la última vez, solamente hoy y después no lo hago nunca.
Claro, martes me dice eso cada martes, a veces me da pena, tampoco voy a ser tan desalmada, ¡imagínense!, ¿qué sería de sus vidas si se la pasarían quietos?, sometidos a que los apunten con los dedos:
— ¿Hoy es veintisiete o veintiocho?
Obligados a ser tachados, como si al volverse viejos, como si al transformarse en trocitos de pasado, dejaran de poseer valor. ¿Quién tuvo la desfachatez, la crueldad y la inmoralidad de tachar fervientemente lo que deja de funcionar?, ¡lo que se terminó y no se puede recuperar! Creo que hay que ponernos en el lugar de los numeritos esos; feos y chuecos, que aunque no parezca nos mantienen en una línea temporal y son buenos.
—María, ¿no querés aceptar tu edad?
—No es eso Claudia —contesto.
— ¿Entonces no querés aceptar tu peso?
—Tampoco, te estoy diciendo que los números pueden tener sentimientos, ¿nunca lo pensaste?, ¿nunca los quisiste ni un poco?, ¿nunca los valoraste?
—Cuando cobro nomás.
Destinados a vivir en imanes, ser rozados cada vez que nos agarra hambre.
Hace poco quité el calendario de mi heladera, le hice un tronito con ramas, le construí un pequeño departamento con las cascaras de una banana y además les agregué calefacción, se trata del perro jadeando pero algo es algo —pienso mientras martes se escapa y le falta el respeto a todos sus compañeros—, se burla de mi esfuerzo, se me ríe en la cara con los dientes amarillos y la uñas partidas, falta que se coma los dedos. Los otros seis desgraciados se emocionan cuando lo escuchan apretar el botón.
¿Que habrá echo el inmundo este? Analizo mientras noto que no se lavó las manos, así es, porque los días tienen manos, los números pies y los meses órganos, tampoco tan detallado, tienen lo suficiente para formar lo que se describe como año, como tiempo, como piedra atorada en la garganta, como tijeras especiales para cortar alas, escarbar el pasado de manera nostálgica, pasar por alto el presente, y frustrarme con el futuro, guiándome del pasado lo que viene nunca puede ser peor, ¿o no? Pero ese no es el punto, no quiero marearme con una descripción inexacta. Prefiero verlos jugar por la alacena, saltar sincronizados en la terraza, vaciarme los paquetes de galletitas, subirse a las mancuernas, cantar desaforadamente canciones de los ochenta, y finalmente, verlos dormir varias siestas, pero martes… Martes no es como todos, martes es un inconsciente; ¡se va por el inodoro!
Trato de comprender la psicología de una cosa que empezó siendo eso; ¡pequeña!, una migaja, un pedacito, una cosa anotada en negro, una inicial en un calendario ordinario con un rosal morado, pero nuevamente me pierdo, no lo controlo, no es mi culpa. Quizá sí, bueno… culpa tengo, pero no la que tendría que tener… ¡es una locura! Porque el lunes, que es horrible, que impregna de ocio el piso, el techo y las cortinas, no se encierra en el baño y desaparece de mi vida, de mis días coherentes y ordenados.
—Ustedes son míos y solo míos, yo los controlo, yo los dirijo, ¡y no quiero reclamos!
— ¿Entonces por qué martes puede hacer lo que quiere? Puede irse cuando estás a punto de leernos esos libros extraños e intentas adoctrinarnos.
—Yo no intento adoctrinar a nadie, yo solamente les recomiendo apoyo psicológico, no puede ser que los seis sean tranquilos y venga martes a descontrolar todo.
— ¡Sí! Queremos revelarnos, queremos irnos por el inodoro.
No sé qué hacer, estoy por volverme loca, no loca alegre, porque hay trastornados felices, mi locura es triste, es desesperante, es programada y luego ¡boom! Al carajo con la rutina que disfraza de coherencia esta selva desértica. Y los baño amorosamente, los ahogo, los hago nadar, pero no puedo, pero cuando parece que estoy bien, martes corre al baño, se encierra, no me deja entrar, no me deja impedir lo que está próximo a suceder, se va por el inodoro una vez más. Al menos podría avisarme:
—Después de comer voy a encerrarme.
El encierro este del que hablo, nos perjudica, tengo que cambiar los planes de miércoles, advertirle a jueves que no siga los mismos pasos, reprimir al viernes de comer alfajores porque cuando le den ganas martes va a estar en el baño, obligar al vago del sábado correr doscientas horas, y…
La rutina tiene sus pro y sus contras, siento como martes se va alejando de mis manos, o mejor dicho, va utilizando mis manos a su atojo, no quiere que lo controle, quiere ser libre, lo entiendo, lo acepto, para que la cosa no empeore tengo pensado llegar a un acuerdo.
Respirar hondo, sacar al perro, quitarles la calefacción, dejar de consentirlos y entenderlos; no victimizarlos bajo un maltrato que no existe. Yo no los maltrato, ¡yo los quiero!, al menos de a momentos.
Quizás tendría que descontracturarlos un poco, quitarles las correas y los bozales, ni Manchitas que es un perro tiene de esos.
— ¿Nos vas a sacar a la calle? —preguntó domingo.
El estúpido es así, no quiere salir ni a la esquina, adicto a tomar mate con tortas fritas.
No sé si arriesgarme a cambiarlos, ¡a transformarlos! Tampoco digo ser una psicópata que diseña su propio calendario, pero podría turnarme, probar en no saturar al lunes, no anotar continuamente en su frente pequeñita la siguiente frase: trabajo. Siete trastornados estereotipados, el domingo sí o sí tiene que ser vago, el miércoles indeciso, y el viernes festivo, ¡no manga de estúpidos! No todo tiene que ser como se ve. El viernes está podrido, se odia a él mismo, esquiva al alcohol, prefiere irse a dormir temprano, no lo definen como incoherente, alegre y descontrolado.
El problema con martes es que le gusta hacer varios desastres, desbandarse y después irse por el inodoro, lo peor es que el inconsciente no aprieta bien el botón, o tapa el excusado, esa también podría ser una cuestión a solucionar por el plomero, parece que le gustara repetir la acción: hacer algo de lo que se va arrepentir y luego anularlo, luego intentar desaparecerlo. Cada vez que lo veo viene más alterado, se cree que uno rejuvenece, que uno madura, y adquiere más paciencia cuando se encierra en el baño; tema escatológico, dicen los vecinos, debe ser porque les llegan los olores o los ruidos; una sinfonía extraña transmitida por su garganta, es eso o la leche vomitada, quien sabe lo que hará dentro de esas cuatro paredes, de esos azulejos blancos y ese espejo tapado; cubierto con una tela negra para que el narcisista deje de mirarse, todo el día viéndose las manos, analizando cada dedo, probándolo.
— ¡No martes!, ¡dejá de hacerlo! —le ordeno.
Pero él no quiere, se empecina en negarlo, «debería pedir ayuda», dicen las personas que hacen la fila. Claro, porque el muy estúpido desaparece cuando estoy tratando de vender un mísero paquete de galletitas, el kiosco no prospera si el calendario inquieto que tengo se saltea días.
Estamos bien, estoy bien todos los días, pero si un martes desaparezco es porque no solo este día peculiar se fue por el inodoro…
¿Quién no olvidó apretar el botón? Si por esas casualidades de la vida quedo adentro, por favor apriétenlo por mí. Nada de anular acciones, nada de irme por el inodoro de mentira, si me voy me voy del todo.
Algo así le expliqué a la nutricionista. Creo que no va a dejarme apretar el botón, dijo que iba a derivarme a una especialista…
Categorías:Pura Ficción
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