RELATOS: Otra fiesta más. Por YALAL MASSUD

No quería ir. No. La verdad es que la paso bastante mal en la fiestas, es como que tengo que estar contento todo el tiempo. Obligado a fingir y charlar por descarte con el que se sienta al lado. ¿Por qué?. Porque si no “sos un ermitaño mala onda, para eso quedate en tu casa, AMARGO”. Y en casa no me quiero quedar, no soy amigo de la soledad, y mi Soledad vive en el quinto piso.

Fue después de una charla que tuve con Wallas, que salió la canción que da comienzo a un disco que sacaron hace un par de años. Le llamó la atención el nombre de mi novia. “Es como que poéticamente tenés rienda suelta para hablarle a las dos soledades a la vez”, me dijo mientras esperabamos el tren en la estación de Once. Ni idea la verdad, no me llevo bien con los juegos de palabras, me hacen acordar a los titulares del diario Olé o algún que otro sketch de Peter Capusotto. No los tomo en serio. Sin embargo, me gustó mucho que mi relación haya servido de inspiración musical.

Pero bueno, ya me fui por las ramas y es necesario volver a lo que iba a contar. Por si no quedó claro: no me agradan las fiestas y menos los casamientos. Detesto toda esa parafernalia que se hace, los pasos que se repiten por costumbre: la entrada, los videos, el plato principal, el vals, el chamuyar al barman, la mesa dulce y el carnaval carioca que se transforma en una película sin subtítulos. No me gusta. Para nada.

Iba a ir con Soledad, pero a su mejor amiga le surgió un problemita a última hora y tuve que ir en soledad. “Esteban Larrondo”, le digo a la anfitriona y comenzó la función. “En la mesa 15 le tocó, señor”, me hizo acordar a Licha Lopez el número. Fui el último en llegar y vi que estaban en silencio. Era de esperar, fui parte de la mesa de los rezagados. Y con razón. Apenas lo conozco a Lucas, pero me cae re bien la verdad. El asiento vacío que dejó la ausencia de Soledad lo aproveché para poner mi saco. Seguramente me putearon por hacerles gastar un plato de más.

No conocía a nadie en la fiesta, no tenía idea de qué me iba a deparar la noche y un poco de intriga me daba la situación. Al lado mío tenía una pareja que no paraban de cuchichear entre ellos. Ni idea. Vino el mozo y me sirvió un tinto. Cuando no sé qué hacer, escabio. Por alguna razón las cosas se acomodan a mis caprichos. La extrañaba a Soledad, hubiera sido una buena compañía en esta noche sin compañía. “Qué haces acá, tontín”, me habló de atrás una persona que recuerdo hermosa. No tenía idea de quién era y para disimular un poco, me reí y asentí con la cabeza. El mismo gesto que hacía mi abuela cuando no escuchaba. “¿No te acordás de mi, tontin?” Y ahí me acordé, la última persona con la que me quería cruzar estaba ahí. La compañía que me hacía falta se hacía presente.

Le ofrecí sentarse en el lugar vacante y no lo dudó. Ya tenía la excusa perfecta para irme temprano de la fiesta. “Tontín, cómo está tu amiga Soledad”, me dijo mientras me tocaba con su mano llena de anzuelos. Pero tuve suerte, ya estaba entrenado para no caer en sus encantos. Tres tipos de alarma empezaron a sonar en el salón y supe que me tenía que ir adonde sí me sintiera cómodo. Al quinto piso.



Categorías:Pura Ficción

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