RELATOS: ES TERAPÉUTICO. Por Yalal Massud

Juli era una chica que siempre estaba preparada para la ocasión. Después de unas clases de fotografía, me enseñó su arsenal de defensa: un gas pimienta que siempre llevaba consigo y unos libros de autoayuda. Me comentó que nunca utilizó el gas pimienta y que le daba intriga apretar el botón. Una mañana fuimos a un parquecito y empezó a rociar a unas hormiguitas que caminaban por ahí. Sacó un blíster de su cartera y se tomó unas pastillas naranjas.

Una vez me contó que estaba comprando unos chicles en un quiosco y que como le dio tanta ansiedad enfrentarse al quiosquero, salió corriendo de ahí. Me decía que por más que razonara, veía peligros donde no los había. Así transcurrían sus días. Otro día sacó unas gotitas de su cartera y se tiró un par en los ojos. Otro día se arrancó las cutículas de los dedos con la ayuda de las uñas. Tenía las manos despellejadas por ella misma. No podía tranquilizarse.

Le recomendé ir a un recital de Boom Boom Kid, para saltar por todos lados y transpirar. «Es terapéutico meterse en un pogo», le dije. Me sonrió. Otro día le recomendé escribir. «Es una forma de sacar toda la mierda que acumulás acá adentro, es terapéutico», le dije. Me sonrió una vez más. Al día siguiente la vi en la entrada del instituto y me abrazó. «Es terapéutico», me dijo. Le sonreí. Camino a la clase me dijo que había escrito unas cosas, pero que le daba vergüenza mostrármelas. «Vergüenza es robar y que te descubran», le dije. Se río.

Todas las veces que la invitaba a un recital, me rechazaba. Sin embargo, sus manos estaban cada vez menos despellejadas. «Venite a ver a Boom Boom Kid el sábado. Te juro que te va a hacer bien. Es medicina musical». «No, el sábado tengo planes». Nunca le pregunté acerca de sus planes, pero me daban intriga. En el fondo sabía que había algo eléctrico entre ambos. Cada vez que nos mirábamos había una combustión espontánea que nos hacía reír.

El último día de cursada la invité a comer unas pizzas a El Cuartito. «No, está bien. Gracias igual». Todo un progreso, esta vez no había «planes». Esa tarde/noche fue la última vez que la vi en persona. Por unos años no volví a saber más nada de ella. Fue como un recuerdo sin sustento. Fue una chispa sin su fuego. Fue un asado sin molleja. Pero bueno, no me quedó otra que seguir con mi vida.

Un día en una librería de Cabildo encontré una novela escrita por ella. Me sorprendí. La compré y me leí las 320 páginas en una noche. Hablaba de nuestra no-relación. Era muy claro por donde iba la cosa. No había ficción en sus letras. Hasta citó partes que pensaba que solo habían sido vividas por mí. Pero no, fue algo compartido. Hasta me dedicó el libro: “A Lauti. Es terapéutico”.

Al día siguiente leí una entrevista que le hicieron en Infobae. Contaba que, gracias a la escritura, se dejó de despellejar los dedos. No dijo nada sobre ir a recitales de Boom Boom Kid. Se perdió lo mejor. Volví a visitar nuestros viejos lugares y no comprendí el motivo que nos separó, no comprendí el motivo que nos alejó. «A veces es mejor quedarse con la fantasía de que lo nuestro pudo haber sido algo grandioso», me chateó en la madrugada de un sábado insolente. Creo que se pasó de snob, pero al menos me recuerda.



Categorías:Pura Ficción

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