RELATOS: MI SECRETO, por Vecca Preetz.





Ilustración: Oleo de la artista plástica rusa Anna Razumovskaya

Estaba preocupada porque tenía que entregar mi último trabajo para obtener el título y no conseguía los materiales que el profesor había pedido como condición eliminatoria. Crucé al bar y compré un café doble. Me senté en la barra a tomarlo cuando un hermoso ejemplar masculino decide ocupar el asiento al lado mío.

De reojo, pude apreciar su musculatura y me dieron enormes ganas de llevarlo conmigo y de hacer lo inimaginable. Pensando en mi nota final, decidí sobrepasar los límites de mi timidez y giré mi cabeza para mirarlo de frente. Me devolvió la mirada y sonreímos a la vez. Yo estaba excitada, con la ayuda de este hombre, mi trabajo quedaría para un diez.

Un juego sensual entre mis labios y mi lengua mientras tomaba sorbos de café fueron el anzuelo implacable. Acomodó un mechón de mi cabello detrás de la oreja y me dijo si quería ir a un lugar más tranquilo.

Mi sonrisa macabra, satisfecha por lo fácil de obtener mi presa, dio la señal de un sí.

—Tengo mi taller a la vuelta —le dije

Y me guiñó un ojo. Era lindo. Fornido. Al entrar vio mis lienzos apostados en caballetes y noté que le gusté un poco más. Me tomó por detrás y pasando su lengua por mi cuello inició su entrega para mi nota final.

Era la primera vez que desabotonaban mi camisa, desde atrás. Sentirme dentro de un abrazo fue inspirador. Ver como se enmarcaban sus venas en las manos me excitaba más. Sentí la dureza de su musculatura apostarse firme por detrás. Era el momento justo. Deslicé sigilosa la cuchilla que tenía sujeta a una liga en mi pierna izquierda y tomando su cabeza para que siguiera besando mi cuello, impartí el primer corte como me enseñó el maestro.

Desorientado se alejó trastabillando, intentando con ambas manos sujetar la herida para detener el flujo de sangre que salía a chorros.

—Solo es un segundo — le dije —y todo habrá acabado.

Cuando perdió suficiente sangre y fuerzas, cayó de espaldas justo al lado de mi lienzo.

Tomé el pincel más ancho y comencé a pintar.

Pinceladas sangrientas daban forma en mi lienzo a mi obra maestra. El profesor tenía razón: todo es cuestión de adrenalina. Sentir cómo se hundía el cuchillo en la carne generó en mí una sensación visceral que nunca antes había experimentado. Cuando vi emerger aquella pintura roja con tanta presión de su cuello, pidiendo a gritos ser utilizada, sentí que mi interior hervía de ganas por plasmar en mi dibujo aquel exquisito color.  Rojo sangre, excitación, rojo sediento, sexo inconcluso, siniestro, el dibujo más bello.

Al concluir mi pintura, me deshice de los restos, extrayendo hasta la última gota da sangre de aquel musculoso cuerpo.

Aprobé la materia y obtuve mi título como había prometido el profesor con todas las recomendaciones para ingresar a las salas de arte más visitadas.

Logré escalar al primer puesto. La plasticidad en el arte es el lema de mi concepto.

¿Mi secreto?

El rojo debe ser intenso, sangre que escapa de las venas, caliente desde su origen primero.

—Es sangre verdadera? —preguntan los que ingresan a la muestra.

—¿Usted qué cree? —respondo con mi sonrisa siniestra.

—La imitación es impecable —responde un espectador musculoso mientras jugueteo con mis labios y mi lengua en el borde de la copa de champan que me acercó para felicitarme por la muestra.



Categorías:Pulsos

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