Pulsos: DOS CAFÉS. Por VECCA PREETZ

Me senté en la misma mesa, del mismo bar donde solíamos encontrarnos desde el primer día de nuestra historia. Veinticinco hermosos años y un amor de ensueños. 

Miré la silla, vacía aún, frente a mí. Siempre te retrasabas un poco.

El mozo se acercó y pedí dos cafés. Como siempre. Sin decir nada fue por mi orden al mostrador. Él nos conocía. llevábamos dos años con la misma rutina. A la misma hora. El mismo café. Pero sabía lo que había ocurrido. El periódico publicó el accidente en primera página. Mientras esperaba que acercaran mi pedido a su bandeja, trataba de disimular, pero yo sabía que me estaba mirando.

Saqué un libro de mi mochila y comencé a leer sin leer. Intentaba improvisar una lectura para esconder las lágrimas que se asomaban en cataratas. Tragué saliva una y otra vez. Saqué un pañuelo y el dolor del recuerdo se adueñó de mí.

El mozo se acercó con las dos tazas y las colocó como siempre, enfrentadas. Me pidió permiso para acompañarme y asentí avergonzada. Extendió su mano en actitud compasiva o de compañía solidaria. Muy bien no sé cómo definirlo, pero pude recostar mi tristeza entre sus manos. Tragué más dolor que café. Cuando se traga dolor, la garganta duele a los costados. Como si fuera una piedra atravesando sin piedad hasta caer pesada en el estómago.

Cuando el alivio llegó, el mozo retomó su labor, sin decir palabras.

Terminé mi café y clavé los ojos en lo que sería tu taza. Acaricié la cuchara, dos de azúcar y revolví. No llegaste a tomarla y se me hace tarde.

Mis nietos me esperan en la plaza.



Categorías:Pulsos

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