Cuento: LA CHOVA, de Silvia Lahoz

                                                                                     Corneja, pajarraco de plumaje oscuro.

Ésta, en particular, se alimentaba de los desechos que abandonaban otros depredadores  

(la hiena, el zorro, el león… )

                                                               PRIMERA PARTE 

   Daban las 8 de la noche en su reloj, y se aprestó a preprarse para ir a su «trabajo» que consistía en deambular por la sala especial del Provincial donde los guardas siempre la saludaban con amabilidad y la dejaban entrar,  dados los años que hacía que rondaba por las mesas de punto y banca,  donde se sentaban los apostadores fuertes esperando traerles buena suerte y recibir algunas fichas que agradecía de buena gana. Había varias que como ella hacían el mismo trayecto, cubiertas con ropa fuera de moda; los rostros como máscaras cubiertos de maquillaje ordinario y oliendo al penetrante perfume Rigren.

Esa noche del 5 de mayo de 1954, el mar arrojaba su húmedo rocío a través de uno de los altos ventanales moviendo el cortinado de pana roja.  Había un hombre rubio con bigotes escasos y ojos verdes que se clavaron en ella del otro lado de la mesa. Dorita apresuró su paso de tacones anchos y grandes y fue a colocarse detrás de él que la miró de reojo. Tendría unos 30 años, pensó ella,  y bellas facciones viriles.

   El joven parecía haber tenido una buena racha ya que tenía frente a él dos pilas de fichas rectangulares bordó y fichas sueltas redondas y amarillas. Cuando él la miró, dejó ver unos dientes grandes, separados y amarillentos; mientras esbozaba una sonrisa de labios repintados de rojo fuerte.

   El jugador ansioso, apostó a punto una pila grande de sus fichas. «8 a 5» dijo el crupier, él, que tenía el 5 ,pidió cartas, le dieron una, era un 4. «9 a 8» gana el punto !  El que tenía el savó, lo empujó hacia el centro y se levantó furioso de la mesa. El ssavó pasó directo al hombre rubio ganador; el que arrojó un par de fichas redondas al crupier que dijo «Gracias señor»

y después le tendió a Dorita dos fichas amarillas. Ella las recibió exultante.

   —Muchas gracias señor !—y se aprestó a guardarlas en su gastada cartera  negra de broche.

   —Hagan juego señores ! -dijo la voz. El joven ganador, ahora en posesión del savó, arrojó dos pilas de fichas rectangulares al centro del tapete. —Hay 200.000 pesos en banca—luego aguardó unos instantes mientras los otros apostadores hacían su juego. Después de pasar unos momentos el crupier dijo «No va más , cartas señor, le dijo a Ricardo, éste repartió los naipes y el punto dio vuelta sus cartas que eran un 6 y una reina.

Ricardo, pausadamente, dio vuelta las suyas, eran un 5 y un 3. «8 a 6 gana la banca».

Esta vez, Ricardo, después de recibir cuatro pilas de fichas moradas rectangulares le arrojó una al pagador. Miró su reloj, el que le había regalado Pepe, su hermano menor; a continuación le dio una ficha rectangular a Dorita.

   Ésta se deshizo en agradecimiento mientras Ricardo guardaba su abundante ganancia en los bolsillos del traje y el sobretodo y se marchaba.

   —Ya se va señor… con esta  racha buena ?–preguntó ella.

   —Sí señora, por hoy soy el elegido de los dioses;  no abusaré.

   Ella lo vio alejarse con paso firme a cambiar sus fichas. Hubiera querido seguirlo y hablar con él, pero  su actitud la desanimó.

   —Nos vemos…—dijo él.

   —Por supuesto, señor, que lo disfrute.

   Esa misma noche cuando Dorita llegaba a la puerta del departamento que alquilaba en el entrepiso, un hombre gordo mal entrazado la esperaba a la entrada.

   —Cómo te fue ?—preguntó él con voz ronca.

   —Mal…—mintió ella.— No pesqué ni un ganador.  —Él,  le arrebató la cartera de un manotazo y la revisó con ansiedad. Después se la devolvió bruscamente.

   —Mañana vuelvo, tratá de tenerme algo, entendiste ?—dijo amenazante.

   Ella no contestó y comenzó a subir las escaleras. Ya en su departamento, sacó un fajo de billetes que había tenido el buen tino de guardar en su faja y los puso en el pechito de lana de la muñeca con la cara de porcelana de Eva Perón. Pensó «tengo que deshacerme de él  o terminaré rodando por el acantilado». A continuación bebió su copita de anís 8 Hermanos y se metió en la cama con su muñeca. Soñó que el joven apuesto la salvaba de Lorenzo en un abrir y cerrar de ojos.

                                                        SEGUNDA PARTE 

   Aquel sábado a las 6 de la tarde, Ricardo había terminado con las visitas programadas en Mar del Plata, y pensó que tranquilamente podría emprender el viaje de regreso a casa. Extrañaba mucho a su hijita de 7 años; pero por otra parte, su suerte de la noche anterior le hacía cosquillas en su imaginación. Sabía que de ir al casino por la tarde estaba bien, podría emprender el regreso a Neuquén  a la noche después de descansar un par de horas y una comida liviana.  Estaría listo para regresar. Fue a su hotel, hizo las valijas, tomó una ducha, y comió un sandwich caliente con una taza de café en su dormitorio ( número 7 del tra dicional hotel España. Revisó su Mercury  41 en la estación de servicio de la esquina con- tigua al hotel. Después guardó el coche en la cochera del hotel y se dirigió caminando al Provincial. El aire marino le sentaba de maravillas y mientras caminaba pensó que estas buenas ventas que había realizado en la costa atlántica  le traerían felicitaciones del señor Hagedon; gerente del laboratorio Purissimus para el que representaba desde hacía un par de años atrás, y le redituarían un ascenso y considerables comisiones además del sueldo.

   Eran las 8 de la noche cuando entró  al Casino. Se dio una vuelta por la sala especial.

Miró las mesas de ruleta. Cambió unos miles por fichas. Apartó unas de color rojo, jugó a diversos números y coronó el número 7 día del cumpleaños de Dinita (su hija). Perdió.

Sin más demora fue a ver las mesas de punto y banca. Eligió la de la noche anterior y apostó fuerte a punto.

   En este mismo momento vio que Dorita lo saludaba con una gran sonrisa del otro lado de la mesa. Esta vez ganó. En ese instante Dorita se le acercó y se paró detrás de él.

   —Parece que otra vez lo bendice la buena racha…—murmuró a su oído.

   Él se movió molesto por esa presencia y tuvo la premonición que ella le traería mala suerte. Acertó.

   Ganó la banca con un 9 poderoso frente a su 6. Ricardo se volvió molesto en su sillón, mientras Dorita no se alejaba de él. Ricardo volvió a colocar 4 fichas rectangulares en punto, dio vuelta sus cartas inseguro y vio con un suspiro de alivio que eran un 5 y un 3. Luego le tocó ver sus naipes a la banca. Lo hizo con serenidad y apareció un 9 con un rey.

   Todos los apostadores se manifestaron sorprendidos.

   El que tenía la banca arrojó el savó al centro del tapete «¡ Hay 150.000 en banca ! dijo el hombre de negro que pagaba las apuestas.

   Ricardo rebuscó cada ficha en su abrigo  y juntó los 150.000 . Miró a Dorita de reojo y le dijo con voz baja pero de mando.

   —Por qué no se da una vuelta…?

   —Sí señor, lo siento mucho.–contestó la mujer de maquillaje ya corrido y se alejó pesadamente.

   Pero la estrella de  Ricardo ya se había apagado. Dorita vagabundeaba por mesas cercanas, pero su corazón estaba junto al joven apuesto y ahora perdedor.

   Él, siguió de mal en peor; lo único que le quedaba de valor era el reloj que su hermano Pepe le había regalado.,  debía depositarlo en una de las casas de empeño que conocía bien,. Dorita salió detrás de él y sin que él lo notara  caminaba  sigilosamente.

   Aguardó,  y cuando lo vio salir con un fajo de billetes, se acercó.

   — Discúlpeme señor pero me siento responsable de su mala  racha, le aconsejo que no vuelva al Casino esta noche.

   —Esta noche me voy a Neuquén a ver a los míos y sobre todo a mi hijita.

   —Me permitiría hacerle un obsequio para su nena.—preguntó ella.

   —No se moleste…

   —Insisto.—rogó ella.

   Caminaron juntos hasta la puerta del departamento de ella. Lorenzo espiaba oculto detrás de un garage.

   Vio que Dorita subía y bajaba velozmente, entregándole a él una bolsa.

   —Buen viaje señor… Cómo es su nombre ?

   Él, molesto aún, tomó el paquete y se marchó sin decirle a Dorita cual era su nombre.

   Ella sabía que había sellado su sentencia de muerte, pero la consoló saber que la hijita de Ricardo tendría muchas  horas de felicicidad con su regalo.

   Él, se alejó a paso firme, pagó la cuenta del hotel y se subió a su Mercury 41 para viajar a Neuquén esa noche.

   Cuando pasó por la ruta vio el cartel que decía Bahía Blanca, y abajo Neuquén  490  kilómetros.

   En el asiento de atrás viajaba la muñeca con cara de Evita con su cuerpito de lana repleto de miles de pesos.



Categorías:El Muro

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