
Cuando era niña jugaba con mi sombra, me llamaba la atención ese dibujo de mi silueta estampado en el piso o la pared y que se unía a mí por mis pies. Una ramificación que salía de ellos y se extendía como una mancha oscura por dónde yo pasara. Sus movimientos se ajustaban rítmicamente a mi andar. Es decir, si yo aceleraba o retardaba mi movimiento, ella también lo hacía; como los bailarines de tango, mi sombra tenía la destreza de una experimentada compañera de baile. Por momentos, era nuestro juego el de una perfecta imitación: disfrutaba de ella y su movimiento al unísono con el mío. Levantaba mi mano lentamente y mi sombra me seguía, pintando mi silueta a modo de cuadro viviente. Creo eso era lo que me gustaba: mi retrato en movimiento sobre el lienzo que proponga el paisaje. Luego con el tiempo, a medida que yo crecía mi sombra me empezó a inquietar y de pasar a ser una compañía paso a sentirse como un asecho. Nuestra relación no cambió de un momento para otro, el primer cambió fue en nuestro juego; dejamos de pintar cuadros de mi silueta para jugar a que yo me escapaba de ella. Recuerdo comenzar a acelerar mi paso para dejarla atrás mientras sonreía, pero luego me largaba a correr a toda velocidad mientras una angustia desconocida crecía en mí…y cuando caía en la cuenta ya no era un juego, me estaba escapando de verdad. Esa parte oscura de mi comenzó a inquietarme, a molestarme; de ser una aliada en mi juego pasó a ser un punto negro que alteraba mi bienestar. Hasta que un día le quité mi atención y aprendí no verla…
Hoy es domingo, como todas las mañanas en que sé que viene él me levanto más temprano, incluso a veces no duermo, doy vuelta de un costado para el otro en la cama. Igual que las costeletas en la sartén de Doña Inés, cuando me cocina. Esas noches aprovecho para idear mi plan que nos ayudará a él y a mí a escapar de este espantoso lugar. Yo me hago la tonta, la loca, pero no soy tonta ni mucho menos loca, como ellos se susurran en los oídos pensando que no los escucho. Todo sea por cuidar mi integridad, para que el plan pueda llegar a su final; debo ser astuta la supervivencia de la especie depende de los más fuertes y mejores adaptados, por eso se me han confiado el futuro de la humanidad. Otras de las razones por las que simulo mi locura es para no soportar esas charlas aburridas y banales de los de batas blancas que se dicen doctores, pero a mí no me engañan, pertenecen a los que me quieren perjudicar. Ellos no quieren que estemos juntos, pero como el gobernador cuida y protege a la gente de bien, él nos cuida y seguro gracias a su poder no les queda otra que dejarnos ver al menos una vez a la semana para no tener problemas con él.
Estoy segura también, que gracias a su influencia tengo una habitación para mi sola. De este modo continúo trabajando, ellos creen que simplemente soy una artista mediocre como las hay a montones en todo el mundo. Lo mío es distinto, yo tengo una misión, un propósito que me excede. Mis pinturas nada tiene que ver con el arte superfluo, mis pinturas contienen un mensaje de salvación. Antes me era más fácil interpretar, pero no sé qué me pasa, desde que estoy aquí me cuesta mucho pensar; por eso creo que llegó él en el momento adecuado, para mi ayuda. Se nota que es inteligente, sino no estaría aquí, llego justo con esa precisión que manifiestan los mensajes especiales.
-¡Querida Cora, buen día! que guapa se encuentra hoy. Ya está listo su desayuno. Apenas termine baje así lo espera a Don Manuel, que ya debe estar por llegar.
-Ya estoy muchachito, diez minutos más y bajo.
Con el tiempo aprendí el intercambio de sonrisas y cumplidos falsos, aquí son moneda corriente. Se les nota el esfuerzo por ser educados y bien intencionados, pero a mí no me engañan. La vejez me ha arrebatado mi marcha rápida, mi agilidad en general, la textura lisa y el brillo de mi piel; pero Él y yo sabemos que, aunque nuestros enemigos carecen de gran inteligencia, las fuerzas del mal le prestan cierta astucia, por lo que no debo confiarme. Así fue que resultó necesario conservar las apariencias y renunciar a mi juventud eterna, pero mis oídos, mis ojos y la firmeza del pulso de mi mano son los mismo de cuando tenía veinticinco años. Escucho sus insultos cuando me dan la espalda luego de decirme algo políticamente correcto, ellos creen que no, pero yo escucho cuando me insultan a mis espaldas. Sé que lo que me dan a tomar no son vitaminas sino drogas, no quieren que piense. Esas pastillas me dejan como si un tren me hubiese pasado por encima, por eso no las tomo y las tiro por el inodoro cuando ellos se van. Nadie me entiende en este lugar, nadie comprende mi gran verdad, yo les vine a enseñar cosas del alma a la ciega humanidad.
Doña Inés mientras cocina le murmulla a Doña Asunción cosas sobre mí, estoy segura. Me miran por el rabillo del ojo, algo se traman esas dos. Pero yo siempre estoy atenta, a veces me canso un poco de pensar y duermo mucho para recupérame y ponerme nuevamente a trabajar. Estoy rodeada en este lugar, por eso tengo que andar con cuidado, para no ser el carrero. Porque yo nací lobo, de él traigo mi fuerza, mi olfato, mi vista y mi pulso sigiloso. Llevo en mi la naturaleza más pura y salvaje, el universo necesita de mí y utilizaré toda la fuerza de mis entrañas para el bien. En mis cuadros voy pintando el mapa de mi transformación, nadie los aprecia solo él; por eso supe que era especial. Quizás todavía no lo pueda comprender del todo, pero lo voy a instruir para que llegue a la verdad y luego juntos podamos guiar. Luego del té se lo voy a mostrar, anoche he avanzado bastante.
Mientras le doy sorbitos pequeños a mi café, por miedo a que Cora se dé cuenta que comencé sin ella y me arme una escena, pienso acerca de su pintura, buscándole el detalle que me ayude a llegar a su dolor, a su miedo, a su inseguridad. Debo encontrar el hilo del cual tirar para sacarla de su oscuridad. Releo mis anotaciones, mientras la espero:
El color negro, único color que utiliza en sus cuadros, son un punto importante. Esta mujer que cree ser llamada a salvar la humanidad, rasgo esperable de una esquizofrénica, pero que en sus dibujos en lugar de plasmar la luz que ella se atribuye, colecciona sombras. Lo primero que descarto, como su psiquiatra, es la anosognosia producto de una heminegligencia. Sus dibujos, de una creatividad, mixtura y formas alucinantes, siempre son la mitad de algo: media manzana, media hoja pintada con diferentes figuras negras, media casa, medio corazón, media figura que ni sé a que pertenece, pero todo medio. Sin embargo, para yo considerar su caso con dicha patología tendría que presentarse en ella otros rasgos que no se dan. Su tomografía no indica lesión o anomalía en ningún hemisferio cerebral: ni izquierdo, ni derecho. Y el lado que dibuja en sus pinturas varía, a veces dibuja sólo el lado izquierdo y otras sólo el derecho; aunque para hacer un análisis más agudo son más aquellos los dibujos que se sitúan del lado derecho. Lo puse entre paréntesis porque no sé si este análisis tiene alguna importancia.
Esta segmentación solo sucede en sus dibujos, porque en el resto de sus actividades se desenvuelve como una persona sana, carente de esa patología. En cuanto a lo motriz, en nada refleja estar atravesando esa enfermedad, ni ninguna otra. Sus extremidades gozan de una motricidad esperable a su edad, y más diría yo; ya que el verla pintar es un encanto. Una gacela con el pincel, danza sobre el papel pero, al igual que el baile del cisne negro refleja en su trazo una oscura tristeza.
Desde hace años las anosognosias nos han parecido fascinantes y misteriosas. En la ciencia nunca está dicha la última palabra, muchos menos en la nuestra qué es una de las más jóvenes con respecto a la medicina general. Temo que, en el caso de Cora como en todos, no debo cerrarme a ninguna etiqueta rígida para llegar a dónde quiero llegar…no, no soy tan iluso no pongo la cura completa como objetivo final ante un caso tan grave; pero al menos busco una mejor calidad de vida para ella, un transitar más armonioso; reducir sus ataques de ira que le arrebatan la paz y la dejan exhausta.
Si algo me enseñó mi experiencia es la singularidad del caso, por eso no debo precipitarme ni cerrarme a un diagnóstico; ni pensarla siempre desde allí. Y debo decir que Cora, es toda una singularidad. El deseo de ayudar a mis pacientes es genuino e intenso en todos; pero algo en ella la hace especial, además de ese egocentrismo, ese narcisismo propio de su patología, un brillo que si bien es opaco por la enfermedad, su modo de llevarlo es especial. Creo su faceta artística tiene algo que ver, sus pinturas me absorben por completo y verla pintar también; pero detrás de la puerta porque no quieren la vean cuando lo hace…
Creo que Cora lo que no quiere es que le vean el alma y en su pintura se entrega completa. Sé que allí no puede esconder, ni a mí, ni a ella, ni a nadie. Soy muy cuidadoso y trato de respetar su privacidad, pero para ayudarla tengo que comprender su realidad, y otro poco lo confieso, mis ojos no pueden dejarla de mirar cuando ella pinta. Cuando ella pinta parece dejar atrás su enfermedad, parece no necesitarla; su cuerpo recupera la docilidad, destreza y armonía que la locura le arrebató.
Cuando pinta Cora no se miente, no se engaña, no se defiende. Pero afuera, en la realidad efectiva, escondió la cabeza bajo la tierra como el avestruz, o mejor dicho en la enfermedad; su pasado es el monstruo, el lienzo que no pudo pintar Cora Álzaga. Todos sus golpes fueron enumerados en su historia clínica, pero si bien me sirven, no me alcanzan…debo encontrar una fisura en su defensa que me permita el acceso a la verdadera Cora, a su realidad. Estoy casi seguro que en sus dibujos ella me lo dará, por eso debe mantenerme atento…
-Buen día, ¿otra vez comenzó sin mí? Pero como hoy me he levantado de buenas, no dejaré que su mala educación me arruine el día.
Me dijo con tono y mirada despectiva, desde arriba antes de sentarse. Y cuando apoyo su cuerpo en la silla su rostro ya había cambiado ese aspecto duro, por uno más amistoso. Así de voluble y caprichoso es su carácter.
Sus ojos capaces de advertir milímetros de diferencia en mi taza de café, son los mismos que le dan a su pulso al pintar esa maravillosa asertividad. Aunque, sus llamados de atención me hacen sentir como un niño y me irritan lo suficiente, me contengo para no ponerla en su lugar. Logro mantenerme inmune a sus provocaciones para recuperar entre nosotros un diálogo que facilite mis propósitos, mi trabajo.
-Buen día Cora, sepa usted disculparme me he levantado muy temprano hoy y no he comido nada; sentía mi cuerpo muy débil. Pero terminemos este delicioso desayuno juntos y me cuenta de paso ¿cómo ha estado estos días?
Me miró como si le sorprendiese mi pregunta, pues la mayoría del tiempo ella en mí no ve un doctor, no siempre puedo seguirla, pero comprendo soy uno de sus favoritos, me ha puesto del lado de su bando. Tenemos una misión que cumplir, descifrando las revelaciones que le son dictadas y ella plasma en su pintura. Estas especies de mensajes llevarán a la evolución de la humanidad, hoy hundida en una profunda oscuridad. Ella ve eso en las pinturas, mientras yo busco en ellas extraer toda su luz guardada.
-Cómo voy a estar- otra vez recuperó en su rostro la dureza autoritaria y de superioridad- cansada, agotada. Anoche trabajé por largas horas, un sin números de imágenes se galopaban ante mis ojos y yo las debía plasmar para la reunión que hoy tendríamos. Así que tome rapidito ese café, tenemos mucho que analizar- me apuró con las palabras y con la mano.
Y mientras tomo mi café, bajo la mirada dictadora de Cora, pienso que no es la primera vez que fue internada, su infancia y adolescencia estuvo marcada por las torturas y soledades del psiquiátrico. Hija de una familia inglesa por parte de su padre mientras que, por parte de su madre, en sus venas corría sangre criolla, salvaje. Sangre inglesa y criolla disputándose el mando de su deseo o la inhibición del mismo. Los mandatos de una familia con raíces inglesas se oponían a la semilla, al germen de la rebelión de su lado salvaje que se revelaba a una vida cercada y acotada al bienestar de una estancia llena de lujos y comodidades. Su deseo quería rasgar esos vestidos pomposos y exuberantes de buena, sumisa y delicada dama. Sus lecturas a escondidas sobre ficción hicieron estallar la bacteria que para su familia corrompería su alma y la enloquecerían. Sus padres al no saber qué hacer con ella y su conducta radicalmente opuesta a sus expectativas, pusieron bajo el ala de la psiquiatría todos sus miedos, limitaciones y lo peor, la libertad de su hija. Erróneamente creyeron que esto enderezaría el camino de Cora, su ovejita negra y descarriada. Pero allí no acabarían sus desgracias, con el alma doblegada y asustada de ese lugar, Cora aceptó la propuesta de su padre: sacarla de ese lugar para casarse con un militar, que supuestamente la cuidaría y ayudaría a reponerse de su caminar errante. Con él tuvo 2 hijos, pero en lugar de restarse su dolor, se multiplicó.
Conoció la violencia psiquiátrica y doméstica, sin embargo su sangre rebelde fue más fuerte y logró escapar de las garras que le ataban el alma, pero el precio de su vida fue dejar a sus hijos. Se vino para Buenos Aires, a una modesta pensión y se desenvolvió ayudando en un taller literario y de artes plásticas. La señora que la contrató, lo hizo a condición de que mientras la ayudaba, estudiara. Ella así lo hizo porque era lo que siempre había querido hacer.
Pero en la paleta de colores de su vida, pese al brillo que prometía este cambio de vida, todavía preponderaba el color negro, pues haber tenido que abandonar a sus hijos fue la sombra que la devoró por dentro. Y si todos tenemos un lado de luz y de sombra, Cora de a poquito bajo un manto de culpa y tristeza, quedó del lado de su sombra.
Sus pinturas lo reflejaron primero, son sus cuadros una guerra entre el color negro y el blanco dónde siempre prepondera el negro. La oscuridad se abalanza con crueldad voraz sobre lo que brilla porque le molesta su luz; así se abalanzaron las oscuridades sobre la brillantez de Cora.
Mientras subimos a su atelier, que había conseguido le autoricen por mis insistencias para el beneficio de ella, me comenta que la noche anterior la revelación había sido especial, y en su tono, sus ojos y su dificultad para tragar saliva en la última silaba que pronunció me doy cuenta que algo diferente iba a encontrar, me iba a mostrar su dolor.
Entramos a la sala y allí está, reposando en su atril el cuadro más bello e impactante que vi de sus obras. Y si bien sé que no era producto de un mensaje divino como ella suponía, encuentro en él la puerta a su oscuridad más espesa, algodonosa y densa de su alma. Antes de comenzar a buscar en su trazo del pincel los indicios que me ayudaran a entender algo más de Cora que los datos que me arrojaba al estilo código de barra su ficha médica; me permito disfrutar su talento y me acerco a unos escasos centímetros del lienzo para poder ver la delicadeza y justeza de su pincelada, la perfección de sus simetrías.
Es la cara de un lobo, una parte del pelaje de su rostro está pintada de negro, como era de esperar, sin embargo en esta ocasión ella completó el dibujo y la otra mitad del rostro está pintada de blanco. Dividido en partes iguales y su fondo que por lo general suele ser negro ahora es grisáceo. La división de los colores no es lineal, ni tiene una división fortuita sino que forma el tajitu, símbolo del yin y yang. Hombre y mujer, es lo primero que pienso ante ese símbolo, miro la ficha y en el espacio que hace referencia a sus hijos describe que ella había tenido un niño y una niña. Desde que fue hospitalizada jamás los nombró, incluso los negó.
Mi cabeza quiere ponerse a pensar para entender, hasta que su voz me desconcentra.Lo ves, ¿verdad? – me pregunta retóricamente- allí están las dos personas que necesito encontrar, ellos nos ayudarán. A mí no me dejan salir de acá así que te necesito.
-Lo comprendo- le dije-, es bellísimo Cora. ¿Qué más, ves en él?
-Los necesito a ellos, los necesito tráemelos- se la devoró la tristeza en esa frase y con sus manos juntas me implora.
-Pero no me dice quiénes son, no los nombra como sus hijos sino parte de la misión y yo necesito que ella me los nombre. Cora necesita nombrarlos para emprender el camino de vuelta desde su oscuridad.
Por miedo a que aquello nos lleve a un ataque de ira, para evitarle ese momento y para poder avanzar en nuestro trabajo; le pido que se tranquilice porque había logrado un trabajo estupendo, de mucha claridad que me llevaría de seguro a las pistas de esas personas, pero solo necesito un poco de tiempo.
-Haré todo lo posible, pero a veces – y la miro a los ojos para que llegue mi mensaje a la Cora atrapada en su sombra, y aunque sé que esto le va a doler y la hará sentir vulnerable, es necesario – a veces los demonios de afuera nos dan miedo y tuercen la más grande voluntad.
Veo como mi mensaje llega, lo veo en el reflejo de sus ojos espejo del dolor más cruel que alguien pueda estar experimentando; y suelta casi como desde el estómago, de lo profundo de sus entrañas.
-Me los robó la sombra, se quedaron del lado de mi sombra. Yo alcancé a huir de ella, pero ellos no. Sé que están vivos, pero me necesitan y yo a ellos. Nosotros los necesitamos, ¿no lo ves? Ellos guardan el secreto que me ayudará a destruir la sombra que opaca al mundo. – y otra vez junto a la intensidad y dramatismo de sus palabras se le agitaba el cuerpo y el corazón.
Pero debo continuar, es necesario y siento estamos cerca de esa punta del hilo del que debemos tirar. Allí está, como una estampa su pasado oscuro, sus miedos, culpas, angustias y tristezas; pero también por primera vez hay blanco y luz también. De ese punto debo tirar, para que deje de negar toda su oscuridad y la acepte. Sólo de ese modo podrá equilibrar la balanza emocional y hacer las paces consigo misma, con lo que hizo y no pudo hacer de otra manera.
Agachada en posición fetal contra la pared, acorralada y desmoronada porque su dibujo la empujó hacia un lugar donde ella no quería ver; y aunque me duele su dolor en mis propios ojos por el bien de ella debo seguir, es un punto clave…
Me arrodillo a su costado, y le hablo suavemente.
-Cora, eres una mujer con la fortaleza e inteligencia de un lobo. A todos alguna vez nos devora la sombra, pero no podemos deshacernos de ella porque forma parte de nuestro equilibrio; parte de la astucia y la propia protección viene de su espíritu aguerrido. No está mal defenderse, y sucedes a veces que es tan grande la amenaza que necesitamos huir; pero usted hoy tiene la oportunidad de volver – se lo remarco – yo estoy con usted como se lo prometí, buscaré a ese hombre y esa mujer.
Mientras me escucha, puedo ver como cada palabra le traía alivio. Un alivio que se refleja en como sus músculos del cuerpo y la cara se le relajan. Las palabras tienen eso: pueden construir, destruir, hundir o como en este caso levantar. Cora se empieza a incorporar, mientras unas discretas lágrimas en su rostro, que me resultan indicios de una buena señal: Cora me escuchó. Se recuesta en su cama y antes de cerrar sus ojos para descansar me dice:
-Encuentre a mis hijos, doctor.
Categorías:Pulsos
👌👌
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Hermoso cuento lo amé 🥰
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Rita, muchas gracias por dejar tu comentario!
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