
Los que tenemos la certeza de que la música es y será por siempre parte de nuestro ADN intelectual y emocional, sabemos que alguna canción, una letra, o al menos una pequeña fracción de ella suele presentarse inesperadamente ante nosotros. Algunas veces el motivo de esta aparición tiene sus explicaciones y otras tantas nos deja solo con sensaciones e interrogantes.
Cuando algún sonido aparece y se produce la comunión con alguna historia en especial, nuestra película interior se completa. Este es el caso de una pequeña frase, parte de una vieja canción, que hace varios días revolotea sonando musicalmente por mi cabeza. Entonces busqué su procedencia: a mediados de la década del ´60, casi todos los pibes de mi barrio éramos bastante hippies (versión porteña). El rocanrol era inevitablemente la música que de una u otra forma se unía a nuestra cotideaneidad, formando esa red de sonidos que aún hoy sigue latiendo en nosotros.
Digo también que el rocanrol no era lo único que se escuchaba. También había otros ritmos que se oían y bailaban. Con el transcurso del tiempo, esas músicas que no eran “bien vistas” para mi círculo de amigos, se colaron en el backup de mi memoria sin pedir permiso. Muy interesante esta cuestión. Sea cual sea el sonido que nos circunda, siempre hay un espacio por donde se filtra y allí espera pacientemente su momento.
Mientras canto esta única estrofa que recuerdo de forma obsesiva, las imágenes se van rearmando. Aparece la pequeña ventana en una casa de mi vecindario en donde un muchacho atendía un quiosco inaugurado por su familia. Ahí nos reuníamos con el piberío con el propósito de comprar nuestros primeros cigarrillos, ya que podíamos adquirirlos por unidad. La cuestión resultaba simple. Por un lado era mucho más accesible para nosotros comprarlos de a uno, y por otro lado, no teníamos que correr el riesgo de que nuestros padres encontraran los paquetes de cigarrillos entre las ropas.
Pero otro detalle me convocaba personalmente. Dentro del quiosco había un tocadiscos que nunca dejaba de sonar. Yo le llevaba mis disquitos 33 RPM. con un tema por lado para poder escucharlos y compartir esas músicas con los demás, pero el quiosquero tenía otros vinilos que hacían sonar sus músicas desde el interior del local hasta la vereda, y los reiteraba una y otra vez; era un fanático de esa banda. Otro detalle: los tocadiscos tenían un sistema automático de repetición, con lo cual si era un solo disco en el plato giradiscos, podíamos escucharlo de forma indefinida. Esto sucedía con un tema en especial por motivos(sentimentales) que no vienen al caso explicarles. Era una situación bastante molesta.
La cuestión es que por una de esas mágicas cualidades que posee la música, esa canción quedó para siempre cincelada en mi memoria. Forma parte del ecléctico mundo de esta inagotable OST…Ese disquito de 33 RPM se editó en el año 1967 y fue un gran éxito popular. El grupo se llamaba Los Iracundos y el tema era “Es la lluvia que cae”. (y sigo repitiendo…«el mundo está cambiando y cambiará más”…).
Categorías:Crónicas de un Melómano
Hola!!!! Todo muy interesante y también enriquecedor. Gracias por compartirlo!!!!!!
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