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—Otra vez vos…¡ viejo guacho ! ¿ Quién sos vos para merodear casa ajena…?
No te mato porque sos un viejo sucio y cobarde, pero si abrís la boca.. ¡.Ah… si
abrís la boca… te juro que me olvido de tus años y te dejo incrustada la espuela
entre los ojos !
—¡ Ya vas a caer… tarde o temprano…!
—¡ Ja…ja ! ¡ Estúpido… quién va a ser el guapo que se anime ! ¡ Soy el mejor
cuchillero…! ¡ Al que se me pone cara a cara se la hago pagar !
—Alguien…alguien… te va a devolver lo que hiciste… van a recibir un castigo,
vos y esa pu…
Gerardo lo escupió en el rostro cruzándoselo de un talerazo.
—Si abrís la boca de nuevo… ¡Jo…Jo…te doy la yapa…?
El anciano lo observó desde el suelo llevándose una mano a la herida.
—¡ Ja… ja… ja… parecés un colegial ! —se burló el hombre de la espuela
de plata bebiendo de la botella y emprendiendo una carrera por las calles
rompiendo en histéricas carcajadas..
—Usted es un hombre valiente, amigo.—exclamó el pulpero con admiración.
—¿ Yo ?
—Sí, no cualquiera se interpone a los deseos de matar de Gerardo Luna
como acaba de hacerlo, señor…
—Robuenes. Esteban Robuenes.
El dueño del boliche lo observó compasivo.
—¿ Nuevo en el pago ?
—Sí, ando de paso.—contestó con sobriedad.
Se había hecho tarde y quedaba poca gente.
—Busco trabajo. Me dijeron que hay una vacante en la función…
¿ Dónde se presenta el teatro…?
—Señor… este… no le aconsejaría trabajar allí… porque…
—¿ Por qué ?
—Eh…este… creo que no le será saludable… es … un simple
presentimiento mío y creo que haría bien en decírselo…
—No, no, guárdelo, amigo.—expresó estas palabras con lentitud y
después de pagar se retiró.
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Cuando Gerardo hubo terminado el contenido de la botella, la tiró al
suelo y fue tambaleante hacia el palenque. Al llegar, vio al sujeto de la
cicatriz que erguido sobre su zaino lo contemplaba.
Quedó petrificado con los brazos colgando y las rodillas algo dobladas.
La negra silueta permaneció en la misma posición durante algunos segundos,
luego tiró de las riendas y dándole la espalda comenzó a andar por la larga
calle hasta hundirse en los llanos.
¿ Qué le sucedía ? preguntóse sin apartar los ojos de la extraña figura.
Él, que a nada le temía había sentido por vez primera un miedo atroz
hacia aquel hombre de negro que se había entrometido en su lucha a
muerte.
Matilde se levantó de la cama y después de vestirse salió comenzando a
tender la ropa.
Apoyado en el tronco del alero, Gerardo se esmeraba en hacer relucir
la hoja del facón.
Ella se le acercó.
—¡ Ah… qué lindo día !—dijo desperezándose y aspirando el aire matutino.—
Gerardo… ¿ qué te pasa…? ¿ Por qué esa cara ?
—Hoy no puedo ir con vos al baile.—contestó turbado.
—Ya sabía… Tenés que ir a la pulpería a pelear, a mostrar que sos macho…
anoche… anoche… estuviste peleando…¿no? ¿ Acaso no te hastiás de matar
y matar…?
—¡ Matilde !—le gritó.—¡ Mujer imbécil… hablás como si fueras mejor que
yo… y no sos más que una asesina !
—Oh…oh perdoname.—musitó apoyándole la mano en el brazo al darse
cuenta del efecto de sus palabras.—No me hagas caso, no sé lo que digo…
¿ Sabés…?—lo miró a lo ojos y las lágrimas brotaron de lo suyos.—Gerardo.—
dijo dulcemente.—No vayas hoy al pueblo, no soporto estar sola, nos necesitamos
como nunca.
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— Pero… es que…le prometí al turco que iría… vos sabés que hace mucho
que intervengo en esas estúpidas interpretaciones en el galpón de su casa…
¡ Ja…ja…ja…! Siempre insiste en que soy el tipo indicado para hacer el papel
de gaucho salvaje en la obra. Además… que es tan divertido… Mirá, es de un
tipo que sentado en la pulpería aguarda a que venga alguien a desafiarlo;
los otros llegar a herirlo a veces, pero él, con su astucia, triunfa. ¡ Ja…ja…!
Como dice el turco, a mi no me cuesta nada hacerlo, y la paga es buena,
casi diez pesos por mi actuación. Quiero… quiero que vos vayas, va a ir
gente de la ciudá, dicen que quieren ver como son los hombres rudos
del campo…¡ Jo…jo…!
—Basta Gerardo.—interrumpió levantando la voz; él, dejó de reír.
Quiero hablarte, se trata de que… si vas esta tarde, algo va a pasar…
no sé…
—Pero no seas pava, qué me puede pasar si sabés que nadie se anima
a desafiarme, y… por otro lado, no soy manco…
—Es que… tengo un mal presagio… por favor… querido, no vayas, te amo
y no quiero quedarme sola.
—Dejate de zonceras, sabés que no le tengo miedo a nadie, y si así fuese…
¿ quién se atrevería a pelearme…? nadie, nadie, son unos gallinas.
Llegó la tarde, y se aprestó a partir; tras haberla besado montó alejándose
a rienda suelta. Ella lo contempló de pie en la puerta. Esbozó una triste sonrisa
a la vez que levantaba el brazo.
—Adiós Gerardo, adiós para siempre. No sé si alguna vez te quise…
Una lágrima se deslizó por su mejilla.
Cuentan en el pago que tiempo después que finalizara esta historia, Matilde
apareció una mañana sin vida en el rancho, abundando las versiones de que se
habría suicidado y dando fin de este modo a lo que parecía un extraño pacto
diabólico.
En el enorme y rústico galpón que hacía las veces de teatro, la muchedumbre
sentada hacía ruido con pies y manos protestando por la prolongada espera del
comienzo de la función.
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Por último levantóse la remendada lona que hacía las veces de telón, y reinó
el silencio.
En el pequeño escenario apareció Gerardo mal sentado en una enclenque silla
tomando mate y representando –según la obra–a un cuchillero sin escrúpulos.
Un hombre pésimamente caracterizado–lo que originó risitas burlonas en los
espectadores–salió a escena con barba y bigotes postizos.
Luego de un diálogo cansador entre ambos, salieron a relucir las armas y tras
larga pantomima, Gerardo quitó la vida–en forma figurada..al otro actor.
El telón cayó dándose por finalizado el primer acto.
Unos aplausos poco estridentes dejaronse oir acompañados por silbidos y
carcajadas.
Dio comienzo el segundo acto que se desarrolló similar al primero ya que
éste aparecía nuevamente con el mate. Salió al escenario el otro actor que
no se trataba del anterior, y empezó diciendo:
—¿ Comentan por hai que vos te las das de buen cuchillero y que has
matao a varios ?
—Sí.—respondió con aire despreocupado dejando el mate.—Y con eso…
¿qué…?
—.Que no creo que seas tan bueno del momento que no me pasaste a mí.
—Ansí ¿y querés probar entonces ?
—Ajá.
Levantándose tiró la silla de un puntapié y envolviéndose el poncho en el
brazo sacó el facón. El otro lo imitó comenzando la lucha.
De pronto, los ojos de Gerardo parecieron ver algo horrendo. Permaneció
sin movimiento mirando a su contrincante como si fuese una pelea verdadera,
y siguió en la misma posición en l transcurso del tiempo.
A un lado del escenario los encargados de la presentación le susurraban
desesperados:
—¡ Vamos idiota, no te quedes así! ¿ Te olvidaste que ahora tenés que
matarlo? ¡ Vamos… ! ¿ Qué esperás ? ¿ Querés que esto sea un desastre
y tenga que devolverles la guita…?
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La resplandeciente hoja que sostenía el rival se hundió en el corazón de
Gerardo atravesándoselo.
Se llevó una mano a la herida; tambaleándose dio unos pasos mirando
hacia el público.
—Ah… ah… la cicatriz… la cicatriz…ah… ah…pero… pero… por qué…
la… ci… ca… triz…—balbuceó y abrió los brazos y se desplomó boca arriaba.
Cayó el telón.
El otro actor se retiró por la derecha del escenario saliendo luego con
rapidez del galpón.
Los concurrentes se encontraron sobresaltados y confundidos, algunos
alcanzaron a aplaudir por el realismo patético con que había salido la
escena, otros, advirtieron que la sangre que manaba del corazón de
Gerardo era verdadera y la realidad superaba lejos la ficción.
Estaba de pie el viejo gaucho en una esquina de la calle por la que se
salía del pueblo.
El jinete de negro se acercó deteniéndose a unos pasos.
—Fue usted ¿no?— preguntó el viejo.
El viento sacudió los árboles.
—Sí. Cobardemente. Yo… le temía.
—Él, sabía decir que el fin justifica los medios.—exclamó el viejo en tanto
lo observaba pensando en el dolor de un padre.
El forastero echó a andar su cabalgadura al trote hacia el fin de la calle.
Volvieron a emerger de una guitarra la notas de un triste.
El pueblo quedó atrás.
Otra vez la llanura.
Pensó en «El que a hierro mata a hierro muere». «Ojo por ojo, diente por
diente.» Y… «Si te pegan en una mejilla, pon la otra». Aunque no hubiera
podido cumplir con lo último porque el placer de la venganza le produjo
un gran alivio ante el inmenso e insuperable dolor de la muerte
de su hijo, y la satisfacción de haber exterminado una alimaña
humana.
Se ciñó el poncho. El viento sur comenzaba a levantarse mientras el
día moría desangrándose en el horizonte..
F I N
Categorías:Pura Ficción
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